La picaresca y los escrúpulos

Gozosa experiencia la que supone ver esta comedia de bajos instintos donde el trabajo en equipo que supone el buen cine está coordinado por un buen realizador y su hermano guionista

25 oct 2018 / 23:02 h - Actualizado: 25 oct 2018 / 23:27 h.
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  • La picaresca y los escrúpulos
  • Cartel de la película de ‘Mi obra maestra’. / El Correo
    Cartel de la película de ‘Mi obra maestra’. / El Correo

Ya en «El ciudadano ilustre», Gastón Duprat empleó una subtrama con la que pretendía mediante un concurso artístico local, hacernos reír sobre la importancia de según que cosas. Sabiendo del punch que el tema de artistas plásticos, galeristas, críticos y amigos de lo artístico que le suelen aparecer a los pintores en particular, Duprat decidió con tino y acierto, y aprovechando el tirón, rodar esta coproducción con España en su Argentina natal. La ha titulado «Mi obra maestra».

La película tiene un guión y factura impecables y en ella valoramos la trastienda de un mundo lleno de snobs, amargados, resentidos y listillos, siempre en tono de comedia que sin perder la elegancia resulta inmisericorde. Arturo, es un galerista que allá por los 80 conoció a Renzo, y con él hizo fortuna. Pero el cambio de siglo y la personalidad asocial de este, han hecho que su pintura figurativa se empaste y, sobre todo, que no venda un colín de toda una larga y templada producción. Gastón Duprat sabe ser inteligente y contundente desde un principio (por aquello de que comparasen su película con la obra de teatro de Yasmina Reza, «Arte») y nos muestra a un Renzo, que quita a la palabrería comercial de Arturo todo valor, descerrajando con pistola un tiro sobre uno de los personajes de su último cuadro, y espantando a una posible clienta, para luego y según convenga devolvérselo. Al mismo tiempo, el destartalado hogar de Renzo será propicio a acoger a cualquiera allí, desde una amante joven que dice ser alumna suya, por más que tenga que tomarse un viagra para satisfacerla; hasta un aspirante a discípulo, al que dará unas clases vitales impagables, no así sobre pintura.

Si hay algo que fascina además son los cuadros que Arturo tiene en el office de su galería, auténticas obras de arte moderno con dibujo más sobrio, que definen una elegancia en decorados y estilo visual en general, que definen al personaje como bon vivant progre, capaz de engañar con sutileza y hasta terrenos insospechados a ese aspirante a discípulo en los momentos más críticos y con más conflicto del filme.

Los actores tienen interpretaciones soberbias. Desde el fino rostro de Guillermo Francella (Arturo) que parece estar pecando sólo por omisión y pensamiento, cuando su personaje le pide exactamente lo contrario, pasando por Luis Brandoni (Renzo) que recuerda en su torpeza y hosquedad de maneras a Héctor Alterio en sus papeles menos dulces, Raúl Arévalo (Alex), ese aspirante a todo y maestro de nada que se convierte en adalid de una solidaridad medio impostada, o Andrea Figerio (Dudú), algo más que una cara bonita, que resulta ser fría y calculadora en sus negociaciones.

El giro del segundo al tercer acto resulta brutalmente conseguido, de tal modo que pasamos de la amnesia al recuerdo, y de este a una muerte virtual que a Arturo más que a Renzo salvará de la quiebra.

Respecto al trabajo técnico en «Mi obra maestra», decir que Gastón Duprat se ha servido de un guión de su hermano Andrés, que la producción de Cohn, Sokolowicz y Roures, también sabe vender y tener a punto el producto; así como que la fotografía y dirección escénica en la que participa Rodrigo Pulpeiro, sirve además para mostrarnos una Pampa montañosa que nos devuelve al inicio con riqueza de detalles, y es que Arturo sabe desde siempre que Renzo no es tan mal pintor, y ahí está su picardía y chispa.

Todo un gozoso descubrimiento que nos proporciona el inicio del día 24 de octubre la Seminci de Valladolid, que también ovacionó en su día, como es de bien, «El ciudadano ilustre», película donde el drama en el sentido aristotélico del término tenía menos peso.

En cualquier caso, añadimos que son dos grandes filmes, que suponen la consagración definitiva de un realizador en solitario que tiene ya el listón bien alto para su tercer largometraje, y cuya carrera empezó en 1996, codirigiendo con Mario Cohn el cortometraje «We come full of Dust».