La tentación en El Bosco

La exposición que organiza El Prado para recordar el V centenario del fallecimiento del pintor de Brabante es, posiblemente, la más completa que se puede ver, puesto que algunos de sus trabajos más importantes no salen nunca de la pinacoteca española. ‘El jardín de las delicias’, ‘La mesa de los pecados capitales’ o ‘Camino del Calvario’, son algunas de las obras expuestas.

09 jul 2016 / 12:59 h - Actualizado: 05 jul 2016 / 08:31 h.
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  • ‘El jardín de las delicias’. / El Correo
    ‘El jardín de las delicias’. / El Correo
  •  ‘La mesa de los pecados capitales’. / El Correo
    ‘La mesa de los pecados capitales’. / El Correo
  • ‘Camino del Calvario’. / El Correo
    ‘Camino del Calvario’. / El Correo

La mayor parte de las pinturas de El Bosco, sus obras más importantes, se encuentran en España, y se custodian en El Prado. Algunas son propiedad de Patrimonio Nacional, llegaron al museo desde las colecciones de El Escorial, y la custodia de las mismas ha sido motivo de un litigio reciente entre los diferentes organismos. Finalmente «El jardín de las delicias» y «La mesa de los pecados capitales» se quedarán en la institución madrileña, y no pasarán al Museo de las Colecciones Reales, que se inaugura en 2017 junto al Palacio de Oriente. El contencioso se ha zanjado, y el monasterio ha consentido el traslado del «Camino del Calvario» para completar esta muestra.

La categoría de alguna de estas obras es tal, que resulta impensable que puedan salir del museo, o de España, y girar por el mundo; así que la gran exposición realizada en Hertongenbosch, ciudad natal del pintor, careció del carácter definitivo que tiene la de Madrid, que la convierte en un evento privilegiado. Convergen para esto la cesión del «San Juan Bautista de la Fundación Lázaro Galdiano, que difícilmente se hubiera movido si no es al Prado; la excepcionalidad de ver fuera de Lisboa el «Tríptico de las tentaciones de san Antonio Abad»; más la exhibición de dibujos y bocetos cercanos a la creación bosquiana –como el «Hombre-árbol» de la Albertina- que acompañan a cuadros traídos de otras partes del mundo, como las «Visiones del más allá» de Venecia, o «El Juicio Final» de Brujas. Resultan especialmente interesantes los estudios radiológicos emprendidos en torno a los grandes trípticos, y el ofrecimiento a la mirada del público del reverso de dichas composiciones, habitualmente oculto.

La exposición arranca con una polémica sobre la autoría de varios de los cuadros españoles, que para El Prado no existe, y que a los visitantes se nos debe de hacer irrelevante, porque la calidad de las obras, la autenticidad de los detalles, su antigüedad, y lo destacado de su recorrido histórico los convierten, en cualquier caso, en una parte de la obra de El Bosco imprescindible para acercarnos a él, aun cuando puedan haber sido tocados, en todo o en parte, por seguidores o discípulos del artista flamenco.

La creación de El Bosco se caracteriza, dentro del realismo, en la búsqueda de la perfección formal, pero también de una expresividad onírica e imaginaria. Más que sobre su comentada influencia en los surrealistas, destacadamente en Dalí, debemos razonar si no llegarían todos a un sitio parecido por diferentes caminos, o cuales pueden ser los lugares comunes para dos momentos históricos distintos. Lo que resulta innegable es la presión del subconsciente, y la proyección de los miedos, las paranoias, y las frustraciones –destacadamente las sexuales- sobre los trazos del flamenco.

El Bosco intentó representar los vicios, los pecados, y la corrupción moral, mediante la composición de seres híbridos, de figuras monstruosas y contradictorias, de manera que la extrañeza que nos causan debería provocarnos la misma desazón que los desarreglos que concitan. Muchas no tienen traducción, ni se explican. Las claves que articulan otras se han perdido, y las más son creaciones personales que solo su autor conoció.

Pero hay unos hilos conductores que recorren la creación de Hyeronimus Bosch. Son las visiones de San Antonio; el agua, el aire, y el fuego; las imágenes de un mundo perfecto en su apariencia general, pero cuyos detalles son grotescos; la aparición de las ciudades, diseñadas, en contraposición a la campiña que las circunda, como inquietantes Babilonias; o la presencia del Paraíso y del Infierno como los marcos de una vida real. El catálogo nos enseña que debemos encontrar los motivos para esta producción en la religiosidad del autor, en el afán moralizante que la época imponía a los artistas, en la influencia de la Divina Commedia dantesca, o en el resurgir apocalíptico del quinientos. Sin embargo, algo más personal palpita en cada uno de sus engendros.

La idea de la tentación, que está en el anacoreta del desierto, pero también en los ofrecimientos de los Magos, es la «piedra de la locura», y el tema profundo de las grandes tablas de El Prado. Sin ninguna duda, lo que obsesionó al artista, que encontró en el tratamiento de las deformidades la salida a sus más íntimas preocupaciones, y la plasmación de la humana contradicción, la lucha entre el placer y la culpa, exacerbada por la presión religiosa. Situado entre lo sagrado de sus temas, y lo popular de sus monstruos, El Bosco interesa al público del siglo XXI por la capacidad que tuvo para proyectar, sobre la tabla y el lienzo, pesadillas y complejos. Los visitantes jugamos a descifrarlos.

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EL BOSCO. LA EXPOSICIÓN DEL V CENTENARIO

MUSEO NACIONAL DEL PRADO

Madrid. 31 de mayo a 11 de septiembre de 2016