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Las edades del niño

El amor a la lectura es para toda la vida, pero no siempre comienza a la misma edad ni se estimula o satisface con las mismas obras. Nunca se olvida el nombre de esa persona que nos enseñó a amar los libros cuando aún teníamos todos los sueños por delante. Ni los libros que los hicieron realidad

27 ene 2017 / 21:36 h - Actualizado: 28 ene 2017 / 16:58 h.
"Libros"
  • Las edades del niño

Heidi era «una niña de mejillas tan ardientes que iluminaban de rojo su tez morena», escribió Johanna Spyri, información que copiaron divinamente los japoneses cuando se propusieron hacer los famosos dibujitos de la tele. Lo que no se contaba en aquella mítica serie infantil era que el abuelo de la susodicha arrastraba una historia terrible. Al parecer, según los rumores que llegaron al precioso pueblecito suizo de Mayenfeld por boca de la insolente tía Dete –la misma que condujo hasta allí a la pequeña huerfanita para encalomársela al viejo y poder hacer su vida– el solitario Tío de los Alpes, como lo llamaban todos por allí, era un hombre atormentado que en su juventud dilapidó todo el patrimonio familiar en la bebida y el juego, llevando a sus padres a la muerte de pura tristeza y a su hermano menor, el único que tenía, a la miseria de la mendicidad. Enrolado como soldado en Nápoles, se cuenta que desertó tras matar a un hombre no en combate, sino en una porfía por asuntos de negocios. Viudo en su juventud y con un hijo, tuvo otras andanzas hasta que se retiró a la montaña con sus cabras para purgar su memoria en soledad. Y todo esto –más otras cuantas cosas– es lo que los dibujitos nunca contaron, y los libros sí.

Habrá quien sostenga –asesorado por la pusilanimidad imperante– que semejantes desgracias no son lectura apropiada para un niño. Se estará cargando décadas de reconocimiento a una autora y una obra que se encuentran entre las cumbres de la literatura infantil. Eso sí, para pequeños ya curtidos en libros que aguanten bien los volúmenes de cierto grosor. A esa labor ayudan, en la edición publicada por Nórdica Infantil, las deliciosas ilustraciones de Sonja Wimmer, quien, aunque su nombre suene lejano –nació en Múnich–, se fue a estudiar a Barcelona y allí se quedó, de modo que las librerías españolas están llenas de títulos ilustrados por ella. Como afirma la artista, «ilustrar es la oportunidad de regalar un poco de luz a la gente, de hacerles reír, conmoverse, reflexionar y soñar». Todo eso lo logra en las ilustraciones de esta edición de Heidi, donde su colorista interpretación de los personajes y las escenas rebosa inocencia y belleza, calidez, ternura sin empalagos y mágico encanto. La maestra de escuela Spyri, que tanto y tan bien conocía el mundo y el espíritu de los niños, habría disfrutado de estas estampas como una chiquilla más.

Aunque sus destinatarios preferidos sean los chavales más mayorcitos, este Heidi comparte con el siguiente de los libros aquí reseñados el ser una lectura recomendable para niños de cualquier edad, incluidos los nonagenarios que así se sientan. El título de esta otra obra editada por Salamandra es Animales fantásticos y dónde encontrarlos, y se trata del guion de la reciente película homónima (que, por cierto, tiene nominados a los Oscars su vestuario y sus decorados ). Su autora es J.K. Rowling, creadora de uno de los universos literarios más exitosos de todos los tiempos alrededor de su personaje estrella, Harry Potter. Esta vez, la época, el escenario y el protagonista cambian: estamos a mediados de los años veinte del siglo pasado, esto es la todavía adolescente Nueva York y el protagonista se llama Newt Scamander, un joven explorador y magizoólogo que se ve envuelto en una serie de acontecimientos extraordinarios relacionados con la magia, las criaturas que la pueblan y, como no podía ser menos, por malvados con varitas.

Este libro es, en pocas palabras, una película hecha palabras. Pero no una película cualquiera, sino una en la que las letras asumen con una eficiencia y una eficacia deslumbrantes el riesgo de despertar en la mente del lector las imágenes fabulosas que la gran pantalla servirá en bandeja a sus espectadores. Es uno de los méritos de este guion cuajado de personajes entrañables que darán mucho que hablar en siguientes entregas. Y repleto, como su nombre indica, de seres extraordinarios: el travieso y alborotador escarbato, los murtlaps agresivos, el fabuloso occamy y sus cascarones de plata, los mooncalfs, los terribles graphorns como tigres con tentáculos, el simpático bowtruckle llamado Pickett que acompaña fielmente a Scamander... y el obscurus. Entre otros, claro. Esto es una mina.

Pese a carecer de ilustraciones propiamente dichas, de algún modo de trata de un libro ilustrado o, al menos, decorado; he ahí la habilidad de Minalima con un diseño de edición y una cubierta extraordinariamente sensibles a la atmósfera de la literatura de Rowling. A poco que esta nueva serie se imponga entre los jóvenes, las bufandas de Hufflepuff como la que lleva siempre Newt Scamander se harán tan populares entre la chavalería como antaño lo fueron las de Gryffindor entre los devotos de Harry Potter. Es decir, que queda magia para rato.

Un escalón antes de asomarse a estas lecturas más sofisticadas para ellos, los niños disponen ahora en las librería de una obra altamente recomendable por lo que tiene de humorística, de fresca y de agradablemente transgresora; no en vano se escribió hace más de cincuenta años, cuando cierta pedagogía aún no había impuesto sus reglas a la literatura infantil y no había chiquillo que no regresara a casa del descampado más próximo con una postilla en la rodilla. El mérito de traerlo ahora a los escaparates es de la editorial Kalandraka, y se trata de Leocadio, un león de armas tomar, de Shel Silverstein.

Este Leocadio seguro que también era de los leones que en su infancia volvían de sus correrías por la sabana africana con postillas en las patas. No era un león como los de los cuentos de ahora, que sirven la mesa y miman a las abuelitas, sino uno de esos que no mostraban reparos en zamparse a una patrulla de cazadores en plan safari, lo cual es, desde todo punto de vista, incorrectísimo en los tiempos que corren. Escrito en los primeros años sesenta, un tiempo en que los niños jugaban a los exploradores y a los vaqueros y no había chavalillo sin cartuchera con pistolillas de mixtos, este libro se ríe de bastantes cosas que hace tiempo que olvidamos que eran ridículas. Y lo hace porque contiene un grito, o más bien un gruñido leonino, salvaje y carnívoro de libertad. Un rugido feroz, pero también tremendamente divertido, contra un mundo que convierte a los formidables leones en lo que aquellos más aborrecían, y donde los finales de las historias no tienen por qué ser necesariamente un festín de perdices ni una ñoña moraleja para padres traumatizados. Dicho queda, a modo de recomendación entusiasta.

Está por ver cómo evoluciona el hábito de la lectura en los niños tras el cambio de paradigma tecnológico. Pero mientras se ve y no se ve, otra obra que merece pasar por sus manos es Los trabajos de Hércules, firmada por Ricardo Gómez y Anna Mongay con el sello Edelvives. Y lo merece por varias razones. Una de ellas es por lo que supone de acercamiento al fascinante mundo de los mitos grecorromanos, llenos de proezas, dioses y diosas en permanente conflicto, historias increíbles y personajes insólitos. Es decir, llenos de imaginación, que es la argamasa del pensamiento. Y otra razón es porque osa referirse a Zeus, a Atenea, a Hera y a Euristeo sin el menor complejo, y sin importarle un pimiento que lo que se lleve ahora entre el común de los niños sean videojuegos que confunden las matanzas con la épica y las capuchas con la poesía. Para salir más o menos ileso de la infancia hay que navegar por los mares griegos de la mitología que le pregunten a Ulises, que son los que dan sentido al viaje de la vida. Al final del libro se habla a los niños sobre el carácter imaginario del personaje, las criaturas de las leyendas antiguas, la curiosa relación de España con Hércules y otros cuantos detalles, informaciones y anécdotas que culminan la misión del libro. Con una prosa sencilla y con predominio de luminosas ilustraciones a todo color, el libro Los trabajos de Hércules es la tercera entrega de una colección sobre los mitos clásicos de la que ya se han publicado los títulos Los viajes de Ulises y El Minotauro y el laberinto.

Una de las mejores cosas de los libros infantiles es que pueden ser una excusa formidable para hablar de cosas en familia. Por ejemplo, para que los padres ilustren a sus hijos y conversen con ellos sobre las creencias mágicas, las diversas religiones, los intentos del ser humano a lo largo de los siglos por explicarse el mundo y lo desconocido, la importancia de la herencia recibida –filosófica, mitológica, literaria, política, social y cultural– de los griegos y los romanos, más allá del papel que ahora tengan Alemania y China en nuestras vidas. Esta función hogareña de la literatura para niños cobra una dimensión especial en otro título recién llegado a las librerías y dirigido a los más pequeños: La familia de la vajilla impar, de Edelvives. Está firmado por Catalina González Vilar (texto) e Isabel Hojas (ilustraciones). La primera dedica el libro a su padre; la segunda, a la familia en la que creció y a aquella otra que espera ver crecer. Cuando uno dedica lo que hace a su gente, esa obra tiende a ser necesariamente buena. Esta ha merecido el Premio Internacional de Álbum Ilustrado Edelvives, con el que se reconoce una obra que enhebra a partes iguales sencillez y hondura, que es como decir que contiene verdad.

La tesis es que las familias y sus vajillas guardan muchas semejanzas. Así que es la historia de eso, de una familia. O mejor dicho, la historia de un hogar, que es esa simbiosis entre lo material y lo afectivo que se establece entre determinadas personas, objetos y lugares y que establece una relación de mutua pertenencia. Aquí, los enseres andan siempre desparejados. Una encrucijada de culturas del menaje. Las cosas se van perdiendo. Las cucharas, los manteles, las tazas de desayuno, las tapaderas, y el resultado de todo ello, a lo largo de los años, es esa cacharrería diversa y entremezclada que cuenta la vida de los moradores del hogar. La ensaladera que se le cae al padre del susto de ver a la hija besándose con un chico, el cuenco que se va al garete cuando uno se queda dormido viendo la tele, las roturas de las mudanzas y las fiestas, la vasija que acaba usándose como bebedero de algún animalillo, los daños colaterales de las travesuras y peleas de los niños. Es como todo. Cabría preguntarse cuántos libros conserva uno de su lejana infancia, si uno también es a la postre un lector impar y su biblioteca se parece a esas vajillas desconchadas y huérfanas. Cualquier buen libro, a cualquier edad, te explica la vida entera con solo una metáfora. Por no hablar de lo bien que se lo pasa uno leyéndolos.