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La relación que se establece entre Oskar y Eli es de necesidad absoluta. / El Correo
Las mejores películas del siglo XXI (X)
¿Es una historia de amor entre niños lo que se cuenta es Déjame entrar? ¿O es una historia de necesidad? En un momento de la cinta, la niña vampiro de dice al chico que se ponga en su piel, que se meta en su piel aunque solo sea un momento para entender lo que le sucede. ¿Por qué quiere que haga eso? ¿Qué nos cuentan?
Déjame entrar (Låt den rätte komma in, 2008) es una película dirigida por Tomas Alfredson. Oskar es un niño acosado en el colegio. Su madre está siempre trabajando o fuera de casa. Su padre es alcohólico y no muestra demasiado interés por su hijo. Eli es una niña vampiro. Vive con un hombre mayor del que no sabemos casi nada (solo al final de la película entendemos que pinta en todo este lío). Tiene doce años aunque los tiene desde mucho tiempo atrás. Oskar y Eli se conocen y entablan una relación intensa y profunda.
Son muchos los que han defendido que esta es una historia de amor entre los protagonistas. Sin embargo, es más que posible que sea una historia de necesidades. Oskar necesita deshacerse de los que hacen que su vida sea un infierno. Sus compañeros en el colegio le golpean, le insultan y le persiguen. Su padre y su madre son los grandes ausentes. Si les ve es para arrepentirse de estar allí. Eli es una niña vampiro. Se alimenta de sangre y necesita ayuda para sobrevivir. Alguien le tiene que suministrar alimento o debe cometer asesinatos que la terminarán delatando, necesita alguien que cuide de ella cuando duerme. Se necesitan.
Los personajes principales de la película se dibujan con exactitud desde muy pronto. / El Correo
Alfredson hace un dibujo de la sociedad sueca bastante dramático. Apenas se habla, apenas hay miradas sinceras a los ojos, el mundo está lleno de aristas que se representan en esos edificios que vemos (impersonales, propios de una sociedad ultra industrializada), la nieve es un elemento crucial que hace que las personas se aíslen. El mundo es un lugar inhóspito. El grupo de borrachines o los niños del colegio que maltratan a Oskar son los arquetipos perfectos para construir ese universo que Alfredson busca desde el primer minuto.
Y, entonces, Oskar se transforma empujado por Eli. Mejor cuidar de ella que morir de asco. La historia es tremenda, es la de una transformación que lleva de la inocencia y la bondad hasta la maldad más absoluta (es el viaje al que obliga una sociedad como la actual), es la del viaje que se hace desde la libertad a la esclavitud del sirviente. Oskar no sabe que, pasados los años, Eli seguirá teniendo doce años y él será un sirviente inútil.
La escena que se desarrolla en la piscina y en el tramo final de la película es tan poética como terrible. / El Correo
La gran habilidad del director es que reviste todo para que parezca bondadoso, bonito y entrañable. Y el espectador suele tragarse todo de principio a fin. Una historia de vampiros en la que hay asesinatos, cuerpos quemándose, vidas grises y una infelicidad abrumadora, no puede ser ni bonita ni entrañable.
No hay grandes alardes técnicos en Déjame entrar. Sin embargo, la película es enorme, extraordinaria. Las interpretaciones son estupendas y la puesta en escena sobria y elegante. Encontramos momentos terroríficos (muy terroríficos) y otros entrañables. La escena del tramo final que se produce en la piscina es de una brutalidad tan potente como la poesía que encierra. En esta película parece que es todo nuevo cuando, en realidad, no lo es. Todo parece contado por primera vez, todo parece llevarnos hasta esos territorios que no conocemos todavía. Pero, en verdad, lo conocemos de memoria. Aquí está la grandeza de la película. Es la mejor cinta de vampiros de los últimos años. Sin duda alguna. Por cierto, es adaptación de la novela de John Ajvide Lindqvist que realizó el mismo.
Cartel de la película ‘Déjame entrar’. / El Correo