¿Puede alguien morir tres veces? Evidentemente no. Sin embargo me atrevo a decir que Charlotte Salomon murió, al menos, en tres ocasiones. Si no sabéis quien fue, ya tenéis la causa de su último fallecimiento: el olvido. Retrocedamos en el tiempo para darle un cuerpo y un momento, unas circunstancias en las que pueda desenvolverse.
Charlotte Salomon fue una pintora judía nacida en Berlín en 1917 en el seno de una atormentada y adinerada familia. Es la protagonista de la novela de David Foekinos «Charlotte» (editorial Alfaguara), escrita con frases cortas y parquedad de palabras, en la que, además el autor francés ha ordenado de tal forma su contenido que pareciera haber querido realizar un poema épico y vital (aunque no se resiste a darse algo de protagonismo a sí mismo a lo largo del libro).
La madre de Charlotte pertenecía a una familia de suicidas profesionales (por así decirlo) en la que, antes o después, la mayor parte de sus miembros fueron pereciendo por sus propias manos. Franziska, su madre, se suicidó lanzándose por una ventana cuando la niña tenía ocho años. Este hecho se le ocultó por parte de su padre y abuelos, porque el suicidio no deja de ser un estigma y en esa familia una maldición. Y también porque temían supongo que imitase ese tipo de conductas. Le mintieron diciendo que la culpable de la ausencia de su madre era la gripe española y así creció con su padre, un conocido cirujano (una de las primeras personas que estudió la posibilidad de trabajar con mamografías) y un profesor universitario, que pocos años después contrajo matrimonio con Paula Lindbergh, famosa cantante de ópera, que también profesaba la religión judía. Será la religión el motivo de la primera y segunda muerte de Charlotte.
A pesar del auge del nazismo, la familia Salomon decidió mantenerse en su patria, con la esperanza de ver amainar la tormenta. Aguantaron en su vivienda y adecuaron su forma de vida a las restricciones cada vez mayores que iban sufriendo: su madrastra, Paula dejó de cantar en público; su padre fue expulsado de la Universidad y se le impidió continuar ejerciendo como médico, y a Charlotte la expulsaron del Liceo. Al tiempo la muchacha descubrió que tenía un enorme talento para la pintura y consiguió ser la única mujer judía que accedió a la Escuela Nacional de Bellas Artes. Su talento era tan impresionante que premiaron su obra de una forma muy especial. Las autoridades nazis no podían permitir que una mujer judía resultase premiada (ni habría sido positivo para ella destacar), por eso el premio se lo entregaron a otra alumna (aria por supuesto) que era amiga de Charlotte. Conscientes los académicos y alumnos de que la obra que premiaban era de una judía y satisfechos los gerifaltes nazis del talento de la raza aria. Afortunada y extrañamente, sus cuadros se conservan en la Academia. Me atrevería a decir que aquí es donde se completa la primera muerte de la Salomon, a manos de un régimen totalitario que se sostiene en unas premisas absurdas de razas superiores y religiones a las que se debe perseguir y anular. Sin embargo no es cierto, porque esta muerte en vida continuará hasta el final de sus días y es que Charlotte, como muchos otros se vio obligada a ser una sombra.
Siendo conscientes (por fin) de que Hitler no iba a abandonar el poder, la familia Salomon capituló y envió a Charlotte a Francia, con pasaporte falso, para que se reuniera con sus abuelos. Nunca más volvería a ver a su padre, ni a Paula, que huyeron a Holanda. En Villefranche-sur-Mer, vivieron primero con una potentada americana, Ottilie Moore que daba cobijo también a niños refugiados. Después se fueron a vivir solos y es entonces cuando la abuela dio rienda suelta a su depresión y se suicidó tras varias tentativas. Mientras trataban infructuosamente de reanimarla, su abuelo le confiesa que su madre no murió de gripe, sino que se suicidó también, igual que antes lo hizo su otra hija (también llamada Charlotte), su cuñada, varios sobrinos... Esta confesión fue devastadora para la muchacha. Un revulsivo que le sirvió para tomar la decisión de vivir, de aprovechar cada momento, de no dejarse derrotar.
Poco después, cuando los nazis entraron en Francia, abuelo y nieta fueron deportados a un campo de concentración de los Pirineos, de esos que se crearon para «acoger» a los republicanos españoles. Finalmente, lograron ser liberados, no sin antes haber sufrido de lo lindo en sus carnes el maltrato por parte de los guardianes colaboracionistas. Regresaron a duras penas a Villefranche-sur-mer buscando el cobijo de su amiga Ottilie Moore. Su abuelo falleció al poco de llegar y ella abandonó a Ottilie para refugiarse en una pequeña pensión de otro pueblo costero francés. Allí creó la que es la obra de su vida, titulada «¿Vida? o ¿Teatro?».
Es esta una obra se entremezclan pinturas, poesías, textos, monólogos, conversaciones y referencias musicales. De esta manera Charlotte explicaba qué debía escucharse con cada una. Narró su vida, la de su familia y la de uno de sus amores Alfred Wolfson. El primero de la serie, representaba el suicidio de su tía Charlotte (le pusieron el nombre por ella) y termina representándose a sí misma, frente al mar, cuando toma la decisión de vivir. Son 1325 pinturas que se realizaron en el plazo de dos años.
Entregó esta obra a un médico que había conocido en Villefranche-sur-mer pidiéndole que lo guardase como un tesoro. En la villa de Ottille Moore, que se había escapado a Estados Unidos, conoció a Alexander Nagler, otro judío del que se enamoró. Quedó embarazada y se casaron. Cuando hicieron público su matrimonio quedaron expuestos a las autoridades alemanas que estaban buscando judíos a los que exterminar. Los detuvieron y enviaron a Auschwitz, hacinados en uno de esos trenes que ponen los pelos de punta. Nada más llegar, la ejecutaron en la cámara de gas, tenía veintiséis años y estaba embarazada de cinco meses. Su marido falleció poco después. Esta es la segunda muerte de Charlotte, una muerte vergonzosa a manos de los que fueron sus primeros ejecutores. Oprobio y dolor.
Su padre y su madrastra no supieron de la muerte de Charlotte hasta después de la guerra. Ellos de alguna forma (porque uno no puede recuperarse de la muerte de un hijo) rehicieron sus vidas. Investigando como había sido la de Charlotte los años que estuvieron separados, llegaron hasta Ottilie Moore y recuperaron la obra de Charlotte. Hasta los años sesenta su trabajo no vio la luz y fue entonces cuando, siquiera temporalmente, resucitó. Tomó gran relevancia entre el público que admiró su obra y lloró su muerte. Una muerte absurda de quien había decidido vivir.
Su obra fue cedida finalmente al museo judío de Ámsterdam (recordad que en Holanda se refugiaron su padre y su madrastra), donde no se expone por razones de conservación. Supongo que estas razones son lógicas, pero lo cierto es que tal celo ha traído consigo un nuevo olvido y en definitiva, una nueva muerte. Posiblemente continuaría olvidada de no ser por David Foekinos. Charlotte Salomon tenía talento y temperamento para triunfar. Sin embargo su vida fue truncada por el odio de los nazis y sus colaboradores. Una mujer joven digna de ser recordada por su obra y su vida.