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Legionarios sin bandera y una batuta perdida

Una ópera como ‘Carmen’ siempre gusta a todo tipo de espectador. Y si la producción es atrevida, original y está llena de guiños estéticos muy reconocibles, mejor funciona.

21 oct 2017 / 08:44 h - Actualizado: 19 oct 2017 / 22:23 h.
"Música","Ópera","Música - Aladar","Música clásica"
  • La soprano Eleonora Buratto (Micaëla) y el barítono-bajo Kyle Ketelsen (Escamillo). / Javier del Real
    La soprano Eleonora Buratto (Micaëla) y el barítono-bajo Kyle Ketelsen (Escamillo). / Javier del Real
  • La mezzosoprano Anna Goryachova (Carmen) y miembros del Coro Titular del Teatro Real. / Javier del Real
    La mezzosoprano Anna Goryachova (Carmen) y miembros del Coro Titular del Teatro Real. / Javier del Real
  • El barítono-bajo Kyle Ketelsen (Escamillo) y la mezzosoprano Anna Goryachova (Carmen). / Javier del Real
    El barítono-bajo Kyle Ketelsen (Escamillo) y la mezzosoprano Anna Goryachova (Carmen). / Javier del Real

La producción, que Calixto Bieito puso a funcionar el año 1999, ha tenido que ser retocada para que este lío de banderas, patriotismo, escapismo, relaciones epistolares y semánticas retorcidas que queriendo ser muestra de astucia terminan siendo discursos llenos de garrapatas lingüísticas, no provocasen incendios en la platea del Teatro Real de Madrid. El caso es que esto ha permitido que Bieito aproveche para, sin llegar a molestar, deje unas perlas de contenido sexual tirando a innecesario. A falta de banderas, nunca falla un cuerpo desnudo o susceptible de ser imaginado, intuido.

Esta Carmen procura instalarse en el centro de la terrible y repugnante violencia de género (un acierto) que procura al conjunto fuerza y solvencia escénica. Legionarios, macarras y eso que se conoce como chonis, aparecen sobre las tablas convirtiendo el espectáculo en algo visualmente atractivo y simbólico a más no poder.

Las voces correctas. No se puede destacar nada de este segundo reparto. Ni bueno ni malo. Tal vez, Jean Teitgen, encarnado el personaje de Zuñiga, logra mostrar un registro en el que manda una dicción estupenda y un abanico en su registro que gana la partida a las voces principales. El Coro Titular del Teatro Real, como de costumbre, muy bien. Pero, como todo hay que decirlo, su fortaleza tira, esta vez, más hacia la exageración en algún momento puntual. Nada importante. Los Pequeños Cantores de la ORCAM, sencillamente, deliciosos. Hay que ver cómo se mueve sobre el escenario y lo convincentes que pueden llegar a ser.

Sin embargo, la dirección musical es algo atropellada. Ni en los momentos más vigorosos se consiguen los matices necesarios; ni en los momentos en los que las notas se deberían envolver en terciopelo se llega a conseguir esa textura. Marc Piollet no termina de mirar al escenario para arropar a los cantantes, ni mira al foso buscando el potencial de la Orquesta Titular que se pierde y nos deja sorprendidos sabiendo que está allí esperando.

Todo bien.