Livia, la primera emperatriz romana

Gracias a las novelas de Robert Graves y a la serie de televisión ‘Yo, Claudio, la figura de Livia se conoció entre el gran público. Esta mujer permaneció más de cincuenta años ejerciendo el poder desde la sombra y parece ser que las leyes que permitían cierta emancipación de la mujer fueron dictadas por ella. Pero le persiguió de mujer manipuladora a la que no le importaba envenenar a sus familiares para allanar el camino a sus hijos.

11 mar 2017 / 12:34 h - Actualizado: 06 mar 2017 / 21:55 h.
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  • Imagen de Livia, primera emperatriz romana. / El Correo
    Imagen de Livia, primera emperatriz romana. / El Correo
  • Imagen de la presentación de la serie ‘Yo, Claudio’. / El Correo
    Imagen de la presentación de la serie ‘Yo, Claudio’. / El Correo
  • Brian Blessed, como Augusto; y Siân Phillips, como Livia, en una escena de la seri ‘Yo, Claudio’. / El Correo
    Brian Blessed, como Augusto; y Siân Phillips, como Livia, en una escena de la seri ‘Yo, Claudio’. / El Correo

Hace pocas semanas murió John Hurt, un grandísimo actor británico. La primera vez que lo vi fue por los años setenta en la serie de la BBC, Yo Claudio, que estaba basada en las novelas de Robert Graves Yo Claudio y Claudio, el Dios, y su esposa Mesalina.

No tendría ni ocho años, pero era escuchar la musiquilla misteriosa del principio y buscar un lugar donde aposentarme, tratando de hacerme la tonta en relación a los dos rombos que salían en pantalla (¿os acordáis de los dos rombos?). Normalmente mis padres hacían la vista gorda y yo alucinaba con aquella serpiente que reptaba sobre el mosaico en que ponía I Claudius. Cuando el asunto se ponía muy feo me mandaban a la cama, pero quitando algunas escenas protagonizadas por Calígula (personaje al que daba vida John Hurt) la vi prácticamente al completo. No era la única niña que los veía, porque cuando salías a la calle o ibas al colegio, casi todos imitábamos a Derek Jacobi tartamudeando y cojeando en el papel de Claudio, haciéndose pasar por tonto en un mundo repleto de víboras.

Mi mayor «problema» (por así decirlo) es que me sentía rara porque mis personajes favoritos de la serie eran: el propio Claudio (nada que objetar que para eso era el protagonista de la serie); el actor que interpretaba a Herodes (no es broma, yo era la única niña que deseaba que saliera Herodes en la tele); y Livia, la manipuladora y malvada abuela de Claudio. No es sencillo decir a tus amigos, cuando tienes ocho años, que a ti quien te gusta de verdad es esa señora que hace de mala, que envenena a diestro y siniestro, y termina con cualquiera que se oponga a su poder, pero que queréis que os diga, Siân Phillips estaba espléndida en el papel.

Con el tiempo mi fascinación por Livia no decayó, pero no dejaba de preguntarme cómo nadie se había dado cuenta de que una señora tan pérfida gobernaba (de hecho) el Imperio. ¿Estaban locos estos romanos?, como afirmaban Asterix y Obelix. No terminaba de creerlo. Tened en cuenta que permaneció más de cincuenta años ejerciendo el poder desde la sombra.

Nada hacía pensar, cuando Livia era una mujer joven, que llegaría a ocupar el lugar con el que finalmente se hizo. Su padre la casó con dieciséis años con su primo Tiberio Claudio Nerón, con quien tuvo dos hijos: Tiberio y Druso (el padre de Claudio). Su familia había formado parte del contubernio que terminó con la vida de Julio Cesar y se encontraban en plena lucha contra el que sería su sucesor, el futuro Augusto, por entonces simplemente Octavio. La lucha era tal que el padre de Livia se suicidó en la batalla de Filipo. Ella se vio obligada a huir de Roma con un bebé en brazos, mientras era perseguida por los seguidores de quien sería su esposo. Imaginaos a aquella joven matrona romana huyendo de la muerte con dos niños a su cargo y esquivando a los seguidores del futuro Augusto.

Con la muerte de Marco Antonio (y Cleopatra) las cosas se calmaron y en el año 39 Livia retornó a Roma con su esposo. Parece que el flechazo con Augusto fue fulminante y en poco tiempo los dos estaban divorciándose de sus respectivas parejas y contrayendo nupcias. Las malas lenguas dicen que su matrimonio se celebró al día siguiente de formalizarse el divorcio de ambos y desde entonces y durante los siguientes cincuenta y dos años, permanecieron juntos. Aunque también hay quien sostiene que tardaron en casarse un poco porque ella estaba embarazada de su segundo hijo Druso, que nació en el año 38. Como no había un programa de chismes entonces, podemos pensar lo que nos apetezca.

Si el matrimonio era atractivo para Octavio también lo era para Livia. Él reforzaba los vínculos con las antiguas familias distinguidas y ella conseguía al hombre más poderoso del momento. Pero debía haber algo más, cuando se dilató tanto en el tiempo, depositó en ella su confianza y no se divorció a pesar de que no tuvieron ni un solo hijo en común (Druso en contra de lo que también se rumoreo era hijo de su primer matrimonio).

Durante esos cincuenta y dos años, Livia ocupó un papel principal en el gobierno de Roma, siendo considerada la consejera por excelencia de su esposo que le permitió administrar sus propias finanzas y le dedicó una estatua pública. Livia tuvo su propio círculo de clientes y colocó a muchos de sus protegidos en puestos oficiales. Los romanos se dirigían a ella como mediadora en sus problemas. La gente se dirigía a ella como mediadora en sus peticiones a su marido al considerarla más sensible hacia los problemas ajenos. Se dice también que las leyes dictadas durante el gobierno de Augusto y orientadas a permitir cierta emancipación femenina, eran dictadas por la propia Livia.

Fue una mujer muy querida en su momento, conocida por ser un ejemplo de matrona romana virtuosa. Hay una anécdota que cuenta cómo siendo testigo de un incendio ayudó a apagar el fuego con sus propias manos.

Sin embargo su relación con el mayor de sus hijos, el que después fuera el emperador Tiberio no era buena... Tal vez porque abandonó a su padre o porque lo obligó a divorciarse de su primera mujer (de la que estaba profundamente enamorado) para casarlo con Julia, la hija que Octavio había tenido en su primer matrimonio. El fracaso de este contubernio matrimonial estaba cantado. Julia tenía numerosos amantes en Roma y eso no estaba bien visto. Si además tu padre es el emperador que predica y exige una conducta recatada el problema llegará en algún momento. Acusada de adulterio terminó siendo desterrada en una isla en el Mediterráneo.

Tiberio tenía una relación complicada con su madre y aunque finalmente fue ella la que lo acabó empujando a su cargo de emperador, nunca se entendieron bien. No le pasaba lo mismo con su otro hijo, Druso, pero murió muy joven y nadie pudo llegar a plantearse la posibilidad de que fuera emperador.

Durante el mandato de Tiberio, el poder de Livia decayó hasta el punto de que la relegó de las tareas de gobierno. Cuando murió no acudió al entierro de su madre y vetó los honores que el Senado quería conferir a la emperatriz.

En el año 42 de nuestra era, su nieto Claudio (que fue emperador después de Tiberio y Calígula) divinizó a su abuela, por lo que es más que razonable entender que la relación con ella debió ser buena en su momento y que el pueblo de Roma aún sentía afecto por ella.

Buena parte de su mala fama posterior, como mujer manipuladora a la que no le importaba envenenar a sus familiares para allanar el camino a sus hijos, viene dada por dos motivos. Por su posición de mujer poderosa (eso fastidia mucho a algunas personas) y por la afición que tenía a tomar infusiones y a emplear plantas con fines medicinales. Se dice que incluso inventó un dentífrico, un antiinflamatorio y una especie de ansiolítico. Siendo mujer y cogiendo plantas, tuvo que dar gracias de no nacer tiempo después y que la quemaran por bruja. El sambenito no hay quien se lo quite de encima.

Me quedo más tranquila sabiendo que mi admiración infantil hacia ella no andaba del todo desencaminada. Lo de Herodes sigo sin entenderlo porque, además, era un personaje secundario. No me lo toméis en consideración ni siquiera el día de los Santos Inocentes.