Los fans, la música y el éxito efímero

El éxito suele ser un espejismo en muchos casos. Y efímero. Eso lo saben todos los que están alrededor de él. Pero el que triunfa, una paradoja como otra cualquiera, suele estar equivocado porque no sabe lo que le viene encima. Cuidado con los éxitos que no lo son. España vive, de nuevo, un renacer del fenómeno fan. Algo ya conocido, pero que miles de personas viven como si fuera exclusivo y nuevo

07 abr 2018 / 08:10 h - Actualizado: 07 abr 2018 / 11:04 h.
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  • Amaia Romero, ganador de la última edición de ‘OT’. / El Correo
    Amaia Romero, ganador de la última edición de ‘OT’. / El Correo
  • Aitana, segunda clasificada en la última edicion de ‘OT’. / El Correo
    Aitana, segunda clasificada en la última edicion de ‘OT’. / El Correo
  • Los concursantes de la última edición del programa ‘OT’ al finalizar el concierto de madrid. / El Correo
    Los concursantes de la última edición del programa ‘OT’ al finalizar el concierto de madrid. / El Correo
  • Fans tras la firma de sus discos y revistas. / El Correo
    Fans tras la firma de sus discos y revistas. / El Correo

La conmoción que ha provocado la última edición del programa de televisión OT es más que notable. De pronto, el fenómeno fan se ha disparado hasta alcanzar niveles que estaban casi olvidados, las ventas de discos se han disparado alcanzando cifras que en los tiempos que corren son poco frecuentes, las audiencias televisivas se han disparado del mismo modo. Todo parece haberse disparado. Las entradas para los conciertos programados desaparecen en minutos. No hay edad, ni condición social, ni sexo, ni nada de nada, que impida a alguien unirse al fenómeno fan que ha eclosionado durante los meses pasados y arrasa en todos los campos a los que pertenece.

Todo eso está muy bien. Entre otras cosas porque en OT se han mostrado unos valores y unas formas de entender las relaciones personales muy apetecibles para cualquiera que quiera un mundo ordenado alrededor de lo que siempre se entendió como fundamental para una convivencia sana y estable. Amistad, esfuerzo, excelencia... Valores importantes, valores buenos. Todo eso está muy bien. Todo si no nos acercamos al concepto musical que se maneja en ese programa y a todo el montaje que acompaña a unos jóvenes que tienen sus días contados en el terreno de la fama. Salvo un par de excepciones, ninguno de ellos volverá a sentir el aroma del éxito tan cercano.

Son pocos los cantantes que participan en este programa los que aportan algo nuevo al panorama musical. En realidad son poquísimos. Son chicos y chicas que cantan bien, que tienen buena presencia y dan buena cámara, son chicos y chicas con ganas de triunfar. Pero poco más en el mayor número de casos.

Por otra parte, eso de versionar canciones que fueron populares en su momento o grandes éxitos convertidos en clásicos, tiene un peligro importante. Normalmente destrozan todas las canciones que se eligen para interpretar. Casos como el de Amaia Romero construyendo para hacer más grandes los temas que canta son extraños. Esta chica, en concreto, tiene posibilidades de continuar en los escenarios y hacerlo con solvencia. Junto a su compañera Aitana. No hay más en esta edición.

El resultado de todo esto es mucho dinero, fama enclenque y olvido repentino.

Los miles y miles de euros que genera el programa, los conciertos, las promociones y sea lo que sea, son muchos y muy deseados. El problema es que estos chicos y chicas sin experiencia no saben a lo que se exponen y no saben que serán arrasados por el mismo efecto que les ha enviado a un territorio que todo artista aspira a pisar. Otros vendrán para ocupar las pantallas de los móviles, otros vendrán a firmar discos, otros vendrán a creer que han triunfado.

El gran paradigma de lo que es OT puede ser cualquiera de sus conciertos (insisto en que los valores que se han manejado en la última edición son básicos y hay que aplaudir ese buen rollo que se ha transmitido desde las pantallas de televisión). El de Madrid es un resumen perfecto.

Las canciones se escucharon por enésima vez. Eso es característico de los fans. Escuchan sin parar las canciones de sus ídolos o lo que llegan a creer que son canciones de sus ídolos. Porque salvo un tema que se intentó convertir en himno por parte de la organización del programa sin éxito alguno, los temas son prestados. Ese que está compuesto por los chicos lleva por título «Camina» y es una canción edulcorada, blandita y bastante fallida. Pero incluso esos fans se llevaban las manos a la cabeza al escuchar un sonido catastrófico. El lugar elegido era un error desde el momento de señalarlo en el mapa. El concierto es un no parar. Carreras, canciones mutiladas para que sean muchas. Cantantes que dejan en evidencia su arte a la primera de cambio... Pero los fans gritan (superado ese estruendo terrible) y deciden que les da lo mismo ocho que ochenta. Las entradas agotadas, la caja a rebosar. Todos tendrán su parte. Pero ¿qué aporta todo esto a la música? Nada. Puestos a ser positivos, se podría pensar que los fans se acercarán a los artistas que hicieron esa música que ahora otros aprovechan para hacer marketing. Pero es mucho imaginar.

Está muy bien disfrutar con la música, ser fan, enamorarse de un artista. Pero solo eso no lleva a ninguna parte. Junto a este tipo de programas se deberían programar otros en los que la música fuera la diosa, en la que los clásicos quedasen intactos. Porque aprender a hacer dinero se puede aprender de muchas formas sin arrasar con lo que ya era bueno.