Los Gobiernos de Franco se olvidaron de la catoliquísima Sevilla

Durante los «tristes años 60» los sevillanos sufrieron situaciones tercermundistas con 53 suburbios, 25 refugios y un caserío ruinoso, más desempleo, analfabetismo y falta de servicios sociales

17 jun 2017 / 12:40 h - Actualizado: 14 jun 2017 / 22:57 h.
"Historia"
  • Estampas habituales. / El Correo
    Estampas habituales. / El Correo

La metamorfosis de la ciudad originada por la catástrofe del Tamarguillo, a finales de 1961, quedaría reflejada en los años finales de la década de los sesenta, si bien la influencia de aquel dramático y decisivo episodio demográfico y residencial se prolongaría al menos durante tres lustros; en realidad, hasta enlazar con el tiempo identificado con las obras previas de la Exposición Universal de 1992.

Más que el nuevo plano urbano periférico, con ser decisiva la creación de decenas de barriadas de viviendas sociales, fueron las significativas mudanzas urbanas y del caserío del casco antiguo, así como la pérdida de personajes entrañables por su amor a la ciudad, las que marcaron algunos de los hitos diferenciales entre el «antes» y el «después» de la riada de 1961.

De manera que la metamorfosis ciudadana tuvo múltiples variantes sociales, culturales, económicas y políticas, siempre sobre la base de la forzada, rápida e incontrolada evolución urbana y demográfica. En la primera, la urbana, por el «cambio de piel» del caserío, materializado en la periferia con las nuevas barriadas, y en el casco antiguo, por lo que Gregorio Cabeza llamó acertadamente «suburbio interior».

Del centro de la ciudad desaparecieron edificios vinculados a la primera mitad del siglo XX, incluso de época anterior, que dieron carácter a las plazas del Duque de la Victoria y de la Magdalena -por entonces del General Franco-, a las calles San Vicente y del entorno del barrio del Museo y otras zonas. La pérdida de edificios identificados con la burguesía y la clase media fue similar a la desaparición de antiguos y legendarios corrales de vecinos ocupados por la clase obrera, aunque menos espectacular. Las familias con casas de patios sevillanos fueron abandonando su hábitat del casco antiguo para mudarse a las nuevas viviendas de Los Remedios y otros sectores modernos, muy discretamente. Por el contrario, el abandono de las familias residentes en los corrales de vecinos casi siempre fue acompañado del escándalo de los desahucios por ruina de los edificios y su traslado a los refugios.

Nuevos edificios darían la actual fisonomía del centro de la ciudad, al mismo tiempo que identificarían la periferia. Fueron los casos de las nuevas sedes de la Compañía Sevillana de Electricidad, del Colegio de Médicos, del Colegio de Peritos Aparejadores, de las Facultades y Escuelas Técnicas creadas o ampliadas en la Universidad y un largo etcétera de edificios públicos y privados. En la avenida de Reina Mercedes estas nuevas sedes universitarias lograrían un premio nacional de arquitectura.

Al mismo tiempo que eran evidentes los cambios del caserío del casco antiguo y la expansión de la ciudad por la periferia extramurallas, quedaba el vacío humano dejado por personajes fallecidos o retirados de la vida pública y que habían identificado una época básica de la historia local, desde los tiempos de la II República hasta finales de la década de los sesenta. Fueron los casos de Joaquín Romero Murube, Pedro Armero Manjón, Juan Lafita, Manuel Giménez Fernández, Juan Carretero Luca de Tena, Miguel Bermudo Barrera, Norberto Almandoz, José Laguillo Bonilla, José María Piñar y Pickman, Francisco Hohenleiter, varios matadores de toros y artistas flamencos, pintores y escultores, poetas y escritores, arquitectos, empresarios del comercio y la industria, entre otros muchos fallecidos. La desaparición de catedráticos, abogados, médicos, periodistas y escritores, profesionales liberales en general, que dieron personalidad a la vida cultural durante la postguerra, tuvo consecuencias negativas más o menos decisivas en el Ateneo y otras entidades culturales y colegios profesionales. También la ruptura generacional afectó al mundo de la cultura y la enseñanza.

Para algunos observadores críticos de la situación sociopolítica y económica sevillana y nacional, había existido una excesiva prolongación del protagonismo gestor de las generaciones que vivieron los tiempos difíciles de la II República e hicieron la guerra, con efectos negativos sobre las generaciones inmediatas, que no pudieron ejercer el relevo y tomar decisiones en las diversas actividades privadas y públicas con cierta juventud. Fueron unas generaciones de postguerra consideradas injustamente menores de edad, inmaduras, sin experiencias suficientes del inmediato pasado.

A esta situación sociológica debe unirse el efecto negativo de la sangría sufrida por la población universitaria, pues gran parte de ella, que tampoco era muy extensa, murió en los frentes como alféreces provisionales, o en las retaguardias asesinados. Más de quinientos futuros médicos, abogados, ingenieros, farmacéuticos, biólogos, científicos, etc., fueron sacrificados por la guerra civil y provocaron un vacío generacional de personas preparadas.

Pese al Plan de Desarrollo Económico y Social y el Polo de Desarrollo Industrial, la economía sevillana no había despegado con la fuerza que necesitaban la capital y provincia. Sólo los sectores inmobiliario y constructor lograron auge, seguido por el comercio. En este sector, al filo de unos cambios de estilos mercantiles impuestos por los grandes almacenes y supermercados, casi todos de capitales foráneos, con resultados negativos para parte del empresariado familiar del antiguo comercio, en algunos casos anclados en el pasado y sin iniciativas innovadoras. En la agricultura, los precios oficiales asegurados de algunos cultivos básicos y la disminución de la presión social lograda por la emigración masiva de las zonas rurales, habían aportado estabilidad, pero no progreso, salvo en casos aislados, pues los precios agrarios estaban en función de la oferta turística, que tenía que ser la más barata de Europa a costa del sector agropecuario. Para atraer el turismo, España contaba con el sol como elemento natural, pero era imprescindible añadir paz ciudadana y precios competitivos de los alimentos.