Lyceum Club Femenino. Ateas, desequilibradas y locas

Los derechos de la mujer, algo que ha sido despreciado y arrinconado gracias a la labor implacable de los hombres de todas las épocas, han sido defendidos en diferentes épocas sin demasiado éxito. Las guerras, una desigualdad terrible y la falta de oportunidades como insignia casi permanente, han sido las causas por las que las mujeres, habiendo logrado dar pasos al frente, han tenido que retroceder hasta la casilla de salida, una y otra vez.

17 dic 2016 / 12:10 h - Actualizado: 14 dic 2016 / 23:30 h.
"Historia"
  • Mujeres de la época en la que el Lyceum Club Femenino funcionaba al cien por cine. / El Correo
    Mujeres de la época en la que el Lyceum Club Femenino funcionaba al cien por cine. / El Correo
  • Victoria Kent, una de las primeras mujeres abogadas de España. / El Correo
    Victoria Kent, una de las primeras mujeres abogadas de España. / El Correo
  • Logotipo actual del Lyceum Club Femenino. / El Correo
    Logotipo actual del Lyceum Club Femenino. / El Correo

¡Qué nombre tan extraño!, me dije la primera vez que lo oí, al tiempo que me preguntaba qué demonios era eso del Lyceum Club Femenino. Puede que tú también te lo preguntes, o tal vez no, tal vez sepas qué fue. Si no es así, préstame atención porque te va a interesar esta institución formada exclusivamente por damas de la burguesía, que aterrizó en nuestro país, veinte años después de que surgiera el primer Lyceum en Londres, bajo la mano de la escritora Constance Smedley-Armfiel.

En 1926 un grupo de mujeres entre las que se encontraban María de Maeztu (a la sazón directora de la Residencia de señoritas), Victoria Kent (una de las primeras mujeres abogadas de España), Carmen Baroja, Beatriz Galindo..., fundaron esta asociación, que tenía a Zenobia Camprubí por secretaria. El objetivo era la defensa de los de los derechos de la mujer en distintos ámbitos. Al tiempo, el Lyceum facilitaba un lugar de encuentro y promovía el desarrollo educativo, cultural y social. Era una asociación aconfesional y apolítica, lo que le costó no pocos disgustos. Al principio fueron 151 socias, que se organizaron en seis secciones diferentes: social, música, artes plásticas en industriales, literatura, ciencias e internacional. En pocos años el número de socias se habría multiplicado por cuatro.

Para ser miembro del Lyceum era necesario ser mujer, haber cursado estudios superiores, realizado obras sociales, o haber destacado en ciertos ámbitos: escritura, arte, intelectual, beneficencia (sí, beneficencia), sociología..., daba igual si la mujer era soltera o casada, su credo o ideología. Incluso se permitía el acceso a las que no habían demostrado mérito personal, pero en ese caso las señoras debían abonar una cuota que era el doble de las que sí lo habían hecho.

El tipo de mujeres que formaron parte del Lyceum, era muy diferentes. Las había casadas y conservadoras, pero que entendían que la mujer debía ser ella misma y otras mucho más jóvenes y liberadas (para la época). Las más jóvenes (ayudando involuntariamente a los que luego serían sus perseguidores) criticaban a las mayores diciendo que se limitaban a ser «maridas de sus maridos». Concha Méndez en sus memorias es clara y reprocha que alguna de sus compañeras que se limitasen a exponer en el centro las ideas que escuchaban en casa a sus maridos. Tampoco las más mayores y conservadoras se quedaban atrás y así Carmen Baroja (hermana de Pio Baroja y otra fundadoras del Club) pensaba que Ernestina de Champourcín era una chica rara y que se había ido a casar con un «gamberro» , que hacía versos y era secretario personal de Azaña. A pesar de las diferencias existentes por su diversa concepción del mundo, de la familia... todas sostenían la institución a fin de apoyar la identidad de la mujer, su formación y su condición.

Las actividades culturales, reflejo de sus organizadoras, también eran muy diferentes, dependiendo de quién tuviera la iniciativa. La inauguración cultural del Lyceum corrió de la mano de María y Elena de Sorolla que expusieron sus pinturas y esculturas (evidentemente eran hijas de Joaquín Sorolla y mostraban unas dotes excepcionales que no llegaron a explotar comercialmente). Pero una de las actividades más sonadas fue la protagonizada por Rafael Alberti, que fue invitado a dar una conferencia que tituló «Palomita y galápago (¡No más artríticos!») y lo que hizo fue una performance que escandalizó a las damas que querían asaltarle y correrlo a gorrazos (o sombrerazos las que los llevaran), mientras Concha Méndez, Pilar de Zubiaurre y Ernestina Champourcín, entre otras, tuvieron que defenderlo.

En esa misma sede, pero con un ambiente mucho más sosegado y exitosos, leyó el gran Federico García Lorca «Poeta en Nueva York». Sin embargo no todos se mostraron entusiastas y Jacinto Benavente, que había sido premiado con el Nobel de Literatura en 1922, se negó a acudir a la invitación para dar una conferencia, que le realizaron desde la asociación, jactándose en su respuesta de que a él no le gustaba hablar a tontas y a locas. Su intención de ofender a estas mujeres y su labor, a través de lo que él entendía como fina ironía, era evidente.

En general este grupo de mujeres sostuvo una serie de posiciones tanto culturales como sociales, que les provocaron no pocos dolores de cabeza. Una de las propuestas que hicieron era la creación de la «Casas del niño» para los hijos de las mujeres trabajadoras de Madrid. En estas casas los niños serían atendidos por profesionales, los cuidarían enfermeras (formadas) y no monjas, como se había venido haciendo hasta entonces. Esto, o el hecho de tener una actitud aconfesional y no estar bajo la advocación de ningún santo, ni permitir que ningún hombre (sacerdote o no) fuera miembro o directivo de la asociación, atrajo el ataque furibundo de la caverna mediática de la época. Tanto desde los periódicos ultraconservadores, como desde los púlpitos de las acusó de ser unas ateas, criminales y desequilibradas. Llegó la arremetida al punto de que las acusaron de tener un fumadero de opio en la asociación. Y no descarto (aunque esto no lo he leído en ninguna parte) que más de uno dijera que era un aquelarre donde sólo el demonio tenía mando. Finalmente las abogadas miembros de la asociación, Victoria Kent y Matilde Huici, tuvieron que defender los intereses del Lyceum ante los tribunales.

La asociación también tenía una sección jurídica en la que se discutían temas como la emancipación de la mujer, el divorcio, las reformas legales para el reconocimiento de derechos femeninos... Organizaron una campaña para suprimir el artículo del Código Civil que supeditaba la actuación de la mujer a todo lo que ordenase su esposo, o el que castigaba al marido que matase a su mujer a raíz de la comisión de un adulterio (recordad que el adulterio fue delito mucho tiempo) solamente a la pena de destierro.

El Lyceum proporcionó a estas mujeres y a las que quisieron acercarse un amplio abanico de posibilidades culturales a través de su propia biblioteca, exposiciones, conferencias. También les abrió un lugar para que pudieran demostrar su talento ante otras mujeres y un campo de debate sobre su situación personal y jurídica en la sociedad en la que estaban viviendo. Y no sólo eso, reconoció los éxitos profesionales de las mujeres que destacaban, dándoles visibilidad, pues se las apañaron para que los periódicos también recogiesen con asiduidad sus actividades (no sólo los que las denostaban).

La institución permaneció activa hasta la Guerra Civil, con la toma de Madrid por parte de las tropas sublevadas, cayó bajo las garras del nuevo régimen y dirigido por la Sección Femenina se convirtió en el Club Medina, que se dedicó a deshacer cualquier tipo de adelanto que se hubiera logrado en los pocos años en los que el Lyceum Club Femenino desplegó sus actividades.

El Lyceum y la Residencia de Señoritas fueron fruto de la inquietud de un momento, en el que algunas mujeres se permitieron mirarse a sí mismas como tales, reivindicarse y darse algo de mérito. Instituciones de las que una puede estar orgullosa por la labor que desarrollaron en una sociedad a veces hostil y retrógrada.