‘Madama Butterfly’: Un cheque en blanco

El Teatro Real de Madrid despide su programación anual con una ópera que encandila al aficionado y que es un valor seguro en cualquier teatro del mundo. Si la producción alcanza un mínimo de entidad, ‘Madama Butterfly’ de Giacomo Puccini nunca falla.

04 jul 2017 / 10:03 h - Actualizado: 04 jul 2017 / 19:57 h.
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  • Ermonela Jaho consigue una interpretación extraordinaria en todos los sentidos. / Javier del Real
    Ermonela Jaho consigue una interpretación extraordinaria en todos los sentidos. / Javier del Real
  • El barítono Ángel Ódena (Sharpless), la mezzosoprano Enkelejda Shkosa (Suzuki), la soprano Ermonela Jaho (Cio-Cio-San), y Saúl Esgueva (niño hijo de Cio-Cio-San). / Javier del Real
    El barítono Ángel Ódena (Sharpless), la mezzosoprano Enkelejda Shkosa (Suzuki), la soprano Ermonela Jaho (Cio-Cio-San), y Saúl Esgueva (niño hijo de Cio-Cio-San). / Javier del Real
  • Ermonela Jaho, una soprano que ha crecido muchísimo en todos los planos interpretativos, deja momentos inolvidables sobre el escenario. / Javier del Real
    Ermonela Jaho, una soprano que ha crecido muchísimo en todos los planos interpretativos, deja momentos inolvidables sobre el escenario. / Javier del Real

Si el que escribe tuviera que recomendar una ópera a alguien que quisiera descubrir lo que es, lo que representa y su alcance dentro del mundo del arte; si quisiera que terminara enamorado de una manifestación artística como es la ópera; seguramente Madama Butterfly tendría muchas posibilidades de ser la señalada. Giacomo Puccini fue un compositor único al escribir sus partituras con sumo cuidado y con el objetivo de emocionar, de hacer sentir lo mismo que sus personajes, de expresar a través de la música todo aquello que casi no puede explicarse o expresarse con el lenguaje convencional. La ópera no es Puccini, ni se acabó cuando murió el compositor. Eso son exageraciones porque la ópera es Puccini y mucho más. Pero cada una de sus obras son un cheque en blanco y extendido al portador que se rellena con sensaciones únicas e irrepetibles.

Madama Butterfly habla de la ligereza con la que algunos tratan a sus parejas, de cómo el amor se puede convertir en una tortura, del final elegido al que obliga la vida. Pero, además, se construye hablando de todo esto como una crítica al expansionismo y al maltrato en el que se convirtió la política colonial de occidente. Del mismo modo que B. F. Pinkerton destroza la vida a Cio-Cio San (protagonistas de esta ópera), el Reino Unido, Estados Unidos, Rusia o España, dedicaron sus esfuerzos a esquilmar territorios en los que sus habitantes se encontraron desplazados y maltratados y, posteriormente, abandonados.

La producción que se presenta en el Teatro Real, y que se puede disfrutar hasta el 21 de julio, no es nueva. Se estrenó en 2002 y se repuso, más tarde, en 2007. Mario Gas convierte el escenario del Real en un plató de cine de los años 40 ó 50 e invita al espectador a creer que el artefacto narrativo que construye (la ópera dentro del cine y el resultado en forma de película proyectada sobre el escenario) sirve de filtro para que podamos ver más allá de la propia ópera. Sin embargo, el recorrido de la propuesta es corto. Sin las cámaras proyectando, sin ese plató rodeando el escenario en el que ocurre la trama, todo sería igual. Gusta ver el montaje por agradable, pero no deja de ser una anécdota aunque funcione bien. El vestuario, por cierto, es estupendo.

No es la puesta en escena lo que encandiló al público que llenaba el Teatro Real. Fue la voz y la capacidad interpretativa de Ermonela Jaho. Es verdad que, como ya se comprobó cuando la vimos en La Traviata y en Otello, tiene algunos ligeros y casi inapreciables problemas con la dicción; pero es tal la entrega de Jaho al encarnar su personaje (resulta entrañable esa sonrisa tan oriental que nos regala), es tal la belleza del conjunto de su canto, que entrar a valorar matices sería no querer saber que Ermonela Jaho es capaz de dibujar una Cio-Cio-San soberbia, exquisita y arquetípica dentro del mundo de la ópera. Su entrada en escena y las primeras notas que interpretan ponen los pelos de punta y emocionan a cualquiera.

Andrea Caré logra un Pinkerton algo acartonado en su interpretación dramática, excesivamente evidente en sus gestos. Vocalmente más que correcto aunque junto a la señora Jaho con eso no es suficiente para destacar. Bien Ángel Ódena que traza e perfil de su personaje sin dudas y consigue una línea vocal robusta y rebosante de seguridad. Quizás algo frío. Enkelejda Shkosa, seria y eficaz interpretando el papel de Suzuki.

Se suma el trabajo de Marco Armiliato como director musical. Sin complejos para dejarse llevar por la magnitud emocional de la partitura, arropa con cuidado a los cantantes (a veces, la señora Jaho no es fácil de cuidar si arriesga más de la cuenta) y cede terreno al ritmo más narrativo de la obra. La sensación en el arranque pudo parecer falta de fogosidad, de chispa, aunque se quedó en anécdota.

Salir de un teatro, como es el Real de Madrid, después de escuchar una ópera de Puccini convierte la ciudad en una especie de escenario en el que el amor puede ser el protagonista, en el que las emociones pueden aparecer detrás de cualquier sombra. Esa es la magia de la ópera: el universo entero se puede convertir en un escenario en el que todo puede pasar y en el que todo, incluso una tragedia como la de Cio-Cio-San, encierra una belleza que sólo se puede cantar.