Mozart es Mozart en cualquier caso
Arranca la temporada operística en el Teatro Real de Madrid con una producción estupenda que va dejando un excelente sabor de boca a los aficionados. ‘Lucio Silla’, obra firmada por Wolfgang Amadeus Mozart cuando sumaba dieciséis años, se presenta por primera vez en Madrid con una escenografía acertada y una dirección musical más que notable
Un calor que debería ceder sigue persiguiendo a la enorme cantidad de turistas que pasean las calles de Madrid. Las sombras siguen cotizándose con generosidad, el agua fría sigue convertida en un producto tan necesario como caro en el centro de la ciudad. Y Mozart suena en el Teatro Real. Un lujo para comenzar la temporada que, ya lo avanzo, ha sido más que agradable. Aunque el gris se apoderaba del escenario, al mismo tiempo, la luz se posaba sobre cada uno de los espectadores que disfrutaban del espectáculo. Mozart es Mozart.
El Teatro Real celebra el bicentenario de su fundación y, además, que hace veinte años se reabriera tras su remodelación. Así que este año es especial y la programación parece serlo. El trabajo de Joan Matabosch ha sido impecable desde que se hizo cargo de la dirección artística. Y este año no podía ser menos.
Lucio Silla es la tercera ópera de las que compuso Wolfgang Amadeus Mozart ajustándose a las normas, algo rígidas, de la ópera seria en las que arias de capo se repartían de un modo muy concreto antes de llegar a un final feliz casi obligatorio. El libreto lo firmaba Giovanni de Gamerra intentando defender una idea que la ópera seria de la época trataba de forma bastante habitual. Gamerra quiere vanagloriar a los monarcas absolutistas de su tiempo puesto que los movimientos políticos del momento ya anunciaban una revolución de las ideas y un gran peligro para las monarquías que ya no se justificaban de ninguna de las maneras. Por otra parte, no descubro nada si digo que Lucio Silla es un claro anuncio de lo que fue, posteriormente, La clemenza de Tito.
La producción del Teatro Real cuenta con la dirección musical de Ivor Bolton. Esto significa un gran cuidado con lo que sucede en el escenario, una delicadeza y rigor extremos en la lectura de la partitura y entusiasmo que se traslada a los músicos con naturalidad. En esta ópera, aunque el comienzo puede parecer algo dubitativo, el resultado es agradable, certero y más que beneficioso para los cantantes, puesto que algunas de las arias parecen buscar el exceso vocal, el límite de los registros. Mozart, que compuso la obra atendiendo a las necesidades de cada uno de los cantantes, parece que no se enamoró de ninguno de ellos y les quiso poner en aprietos. Tal vez, los escasos dieciséis años del compositor, le hicieron exagerar en algunos aspectos de la partitura porque la búsqueda de un estado de ánimo del personaje se puede hacer con menos exigencias. Y el trazo se hace grueso en el caso de Lucio Silla que se desmadeja en algunos momentos. Dadas las circunstancias, la dirección de Bolton es la que se necesitaba en esta ocasión.
Claus Guth, director de escena, dibuja un escenario en el que el estatismo propio de este tipo de óperas tiende a desaparecer. La plataforma central, en constante movimiento, va diluyendo esa característica que hoy nos produce cierto rechazo y aprovecha, además, para ir trazando las sensaciones, los estados de ánimo o las obsesiones, de los personajes al colocarlos frente a detalles evocadores que exigen la colaboración del público para que sean entendidas. Uno de ellos piensa en otro y solo es capaz de alcanzar a ver su sombra sobre una pared. Y eso es lo que vemos nosotros. Todo se torna difuso, todo es confusión. Muy, muy, inteligente esa puesta en escena. Aunque lo mortecino de los colores, la tristeza que desprende ese escenario, la profundidad a la que invita, rebaja el mérito injustamente al no resultar bonito.
El que escribe disfrutó de un segundo reparto que estaba compensado aunque tampoco ofreció nada del otro mundo. La corrección vocal y una interpretación, también, correcta, es el resumen que se puede hacer. No es fácil desarrollar arcos dramáticos en los que la duda es la que manda, pero todos salieron vivos de la batalla. Esta vez, el coro dirigido por Andrés Máspero, se sumó a ese estar bien a secas. No enamoró como casi siempre ocurre.