Música para el amor oscuro: Amancio Prada en La Abadía

Hasta el 17 de diciembre y en el madrileño Teatro la Abadía, escenario en el que se representará la obra ‘El público’ de Federico García Lorca, se juntan dos grandes de la poesía y la canción española; de tradición ancestral, Amancio Prada nos ilumina sobre aspectos menos conocidos de la obra lorquiana.

10 dic 2016 / 12:00 h - Actualizado: 04 dic 2016 / 22:35 h.
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  • Amancio Prada. / El Correo
    Amancio Prada. / El Correo
  • Federico García Lorca. / El Correo
    Federico García Lorca. / El Correo

El escenario es el mismo que se utiliza en la representación de «El público» de García Lorca, y a propósito de ello Amancio Prada despliega luces y sombras, regala y da su recia y lírica voz, aquella por la que en su día ya cantaba a Rosalía de Castro y San Juan de la Cruz añadiendo unas notas sublimes de guitarra española.

En el programa de mano, los organizadores adjuntan un texto de Umbral muy oportuno, pero es una vez terminado el primer recital, digamos el oficial de «Los Sonetos del amor oscuro», cuando reconoce que la mejor dedicatoria se la ofreció en su día la pensadora en el exilio María Zambrano, amiga de Ana y Carmen Martín Gaite, en cuya casa vivió Amancio. Se agolpan recuerdos vitales sobre un escenario que sirven para aunar en guirnaldas de poesía nuevas facetas del poeta granadino más importante del siglo XX. Las gacelas y canciones se juntan con esos puntos cardinales escritos en gallego por Lorca junto a la tumba de Rosalía. Y como espectadores no tenemos más que asistir maravillados a este deleite del oído, por el que descubrimos también la vasta cultura que atesoraba Federico, algo que España tampoco le supo perdonar.

Estamos ante una gozosa celebración de su figura y por ende de alguien que, en su ausencia y en parte por culpa de nuestra frivolidad se va haciendo cada vez más importante y rico en la memoria como algo vivo. Y así, si Serrat cantaba a dos de los grandes poetas del pueblo, Antonio Machado y Miguel Hernández, Prada sólo aspira a poner música a unos versos libres siguiendo igualmente una tradición, la más ancestral e inmortal española, que parte de las Cantigas medievales de Alfonso X El Sabio así como de las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique para tratar de enternecer y hacernos vivir lo recordado desde una óptica que no debiera separarlos como cantautores, y menos aún como poetas del pueblo.

El recorrido por el hoy festivo a pesar de todo Teatro de la Abadía, empieza con la canción La guitarra, un ejemplo de la maestría del músico con el instrumento que sólo servirá de preámbulo a su excelencia, hasta el punto de que muchas veces nos daremos cuenta de ese sonido mágico y arrebatador, incapaces de analizar el sentido técnico de la música, si es que ésta lo tiene. A partir de aquí los sonetos se encadenan, siendo curioso aquél en el que su amor le pregunta por la Ciudad Encantada de Cuenca, el de la dulce queja, o cuando por fin el poeta habla por teléfono con su amor. Como pasa con William Shakespeare, son sonetos intensos, atemporales y no tienen ramalazos sexistas de ningún tipo. Hablan del amor y la muerte como dos caras de la misma moneda, y resultan tan modernos y abiertos al público de hoy, como en voz del músico y en letra poética resultan densos, irónicos en ocasiones y turbadores las más de ellas. Se nos presenta a un Lorca en su máscara de sufridor, alguien que nos habla de él como un Dios en un panteón, y por obra y gracia o agradecimiento tanto a la producción de Camaina como del mismo José Luis Gómez que nos presta su casa, para ver predicar en esa especie de desierto de piedras húmedas que tanto evoca al Bierzo natal y a la Galicia cantada y sentida desde lo más hondo de Andalucía, como sacerdote de antaño.

Si tuviésemos que aplicarnos al cien por cien en nuestros sentidos, la facilidad y maestría técnica de Prada son tan sobresalientes, que el público siente esa transparencia en forma de voz como liviana y cargada de una bonhomía que sólo pasando un tercio del espectáculo nos damos cuenta de que es veraz, ya que el sentimiento no entiende ni de fingimientos ni de falsas laxitudes.

Tras estos primeros pasos, asistimos al alimón de su doctrina a esas gacelas que se entremezclan con las historias que Federico vivió al otro lado del Santiago de Compostela más turístico, poemas escritos junto a la tumba de Rosalía entre los que destacan la Cantiga do neno da tenda, el Romance de Nuestra Señora da Barca o el Nocturno del adolescente muerto; se ambientan unos en las playas de la Costa da Morte (con las que el músico bromea terminológicamente), siendo también especial la historia del melancólico bonaerense que recorre las calles y playas de Galicia cansado de esperar.