Hay obras que necesitan siglos para que crítica y público les reconozcan el mérito, y otras que a los pocos meses de su estreno se convierten en un clásico. Esto segundo ocurrió con Historia de una escalera de Antonio Buero Vallejo (1949), Escuadra hacia la muerte de Alfonso Sastre (1953), La camisa de Lauro Olmo (1962) o La estanquera de Vallecas de José Luis Alonso de Santos (1981). Cuatro títulos imprescindibles de nuestro teatro que tienen mucho que ver con el montaje del que vamos a hablar. ¡Ay, Carmela! de José Sanchis Sinisterra (1987), un texto que, a día de hoy, es el más representado de un autor vivo español, con hasta ciento ochenta y nueve licencias autorizadas para su representación y miles de funciones a sus espaldas. ¿Y cuál es el secreto de esta tragicomedia ambientada en el frente del Ebro cuyos protagonistas son don personas sencillas cuyo único medio para sobrevivir es necesitarse el uno al otro? Precisamente la de contar una historia conocida por todos bebiendo de los grandes autores de su tiempo. Pues, ¿acaso el Paulino de Sinisterra no recuerda a esos personajes posibilistas creados por Buero a lo largo de cinco décadas? Eso por no hablar de los iconos femeninos a los que dio (y continúa dando) vida el maestro Alonso de Santos, desde la Justa de La estanquera de Vallecas a la Chusa de Bajarse al moro —esta última interpretada por la misma actriz que dio vida a Carmela en su puesta de largo, Verónica Forqué—. Pero es que, al margen de sus poderosos personajes, el discurso de ¡Ay, Carmela! nos lleva a rememorar aquellas creaciones de denuncia surgidas de la mente de Sastre, Olmo y otros autores de la posguerra como Carlos Muñíz; hombres que, en no pocas ocasiones, fueron censurados e incluso encarcelados por su postura crítica.
Un clásico imprescindible
Dicho esto, siempre resulta emocionante asistir a la revisión de un clásico del teatro español —la producción original corrió al cargo del onubense José Luis Gómez—, máxime si esta viene avalada por una gran gira y el reconocimiento en forma de galardones. Como el otorgado en la pasada edición de la Feria de Teatro en el Sur, en Palma del Río, donde se alzó con el de Mejor Espectáculo. Pero si además de esto los actores que lo sustentan son dos «bestias del escenario» como Cristina Medina y Santiago Molero, y están dirigidos por todo un «profesor» como Fernando Soto, el placer es doble. Profesionales a los que se suman Mónica Boromello en la escenografía —hace muy poco tuvimos ocasión de disfrutar en Sevilla de su trabajo en Dos más dos, de Pentación—, Felipe Ramos en la iluminación, Chary Caballero y Óscar Armendariz en el diseño de vestuario y Mariano García en la composición musical. Un equipo más que capacitado que da como resultado un espectáculo intensísimo y por momentos vibrante que roza el sobresaliente. Y lo consigue gracias a su lectura tierna y profunda del texto ambientado en la Guerra Civil —Fernando Soto huye de las inevitables visiones políticas y reivindicativas de ¡Ay, Carmela! para centrarse en las relaciones humanas—, el trabajo físico y sensitivo, y un profuso catálogo de dramas que abarca desde la rabia y la indefensión al terror más absoluto. Temas que, con total naturalidad, caminan de la mano de la comedia surrealista para mostrarnos los verdaderos mensajes del autor: la injusticia, la soledad y el recuerdo de los que ya no están.
De las tablas a la pequeña pantalla... y viceversa
Mención aparte merecen los actores Cristina Medina y Santiago Molero, dos «todoterreno» de las artes escénicas cuya popularidad se ha elevado merced a las series La que se avecina y Águila Roja. Si bien el personaje de Carmela ha sido interpretado por grandes estrellas de nuestro país, como la citada Forqué, amén de Kiti Manver y Carmen Maura —la excelente versión cinematográfica de ¡Ay, Carmela! obtuvo trece Premios Goya—, la sevillana Cristina Medina no se achanta ante el reto, y muy al contrario consigue aportarle generosos matices gracias a su notable vis cómica, su brutal desparpajo y su acertado uso del acento. Algo similar ocurre con Molero, actor cómico, guionista, director de largo recorrido y fundador de la compañía SeXpeare, a quien el traje de Paulino sienta como un guante. Si bien en la mente de muchos aún pervive el retrato que del mismo hiciera Andrés Pajares, el toledano lo dota de una humanidad y un carisma apabullantes, logrando junto a Medina una de las mejores interpretaciones de su carrera. En suma, esta ¡Ay, Carmela! de Lamedina y Come y Calla es un producto inmersivo que no solo está a la altura del texto original, sino que supera ampliamente las expectativas.