New York, New York

Excelente película dirigida por Martin Scorsese durante los años setenta. Jazz, universos dibujados con todo lujo de detalles en los que el espectador puede ingresar para buscarse y encontrarse, un fotografía cuidada hasta el extremo... Un despliegue técnico inmenso para entregar una película inolvidable que nos dejó la imagen de Liza Minnelli sobre el escenario para que no la podamos olvidar jamás.

29 oct 2016 / 12:10 h - Actualizado: 26 oct 2016 / 08:18 h.
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  • Liza Minnelli, Robert De Niro y Martin Scorsese durante un descanso del rodaje de New York, New York. / El Correo
    Liza Minnelli, Robert De Niro y Martin Scorsese durante un descanso del rodaje de New York, New York. / El Correo
  • Cartel de la película New York, New York. / El Correo
    Cartel de la película New York, New York. / El Correo
  • Liza Minnelli y Robert De Niro defienden sus papeles con gran solvencia. / El Correo
    Liza Minnelli y Robert De Niro defienden sus papeles con gran solvencia. / El Correo

Las personas evolucionamos constantemente. Nunca dejamos de hacerlo. Y con nosotros hacen el viaje nuestras cosas. Unas cambian y otras siguen inmutables a nuestro lado de principio a fin. Quizás con matices, pero esencialmente iguales. Cualquier otra cosa o cualquier persona que haga peligrar lo que sentimos ser quedará en la cuneta del camino que transitamos.

De eso trata el peliculón que Martin Scorsese filmó allá por los años setenta. Sí, sí. New York, New York. Peliculón que reunió un magnífico reparto (Liza Minnelli y Robert De Niro son los principales), una banda sonora completamente grandiosa (John Kander y Fred Ebb firmaron la partitura original), un guión muy bien trazado en el que los personajes ocupan el lugar exacto porque crecen desde la primera secuencia, un vestuario y un maquillaje ajustado con pulcritud a lo que era necesario y una dirección de fotografía muy cuidada. Con esto, Scorsese logró un producto emocionante, compacto y muy creíble. Un peliculón, se lo digo yo. Y no es necesario ser un fan del jazz para que guste. El guión es suficiente para que el calado de lo que nos cuentan sea universal.

Jimmy (Robert De Niro) y Francine (Liza Minnelli) se conocen y entablan una relación absolutamente tormentosa. Él es un saxofonista genial que se encuentra en plena evolución (como lo está el jazz en ese momento, que sigue anclado en las Big Bands respecto al gran público, pero que tiene una estructura distinta en los pequeños clubes. Está llegando el BiBop). Ella es una cantante pegada a lo clásico y que maneja registros muy amables con el público. Es lo que están deseando encontrar los empresarios para grabar discos. Pues bien, eso que les une (la música) será lo que les separe finalmente. Saben renunciar a unas cosas, pero a otras no. El éxito de uno no le sirve al otro. El mundo de uno es ajeno al otro. Todo esto, muy bien contando, envuelto en una música que será difícil que nadie pueda igualar (la banda sonora es sensacional), con una interpretación de Minnelli fantástica (sobre todo cuando se sube a los escenarios que trae el guión para que ella sea ella). De la de De Niro no puedo decir lo mismo. Es correcta. Mucho, pero no pasa de ahí.

El ambiente que se vivía alrededor de la música en la América de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, quedan perfectamente dibujados en la película. Un mundo que, al fin y al cabo, es el mundo de todos y que puede maquillarse con esto o aquello, pero no puede dejar de ser siempre el mismo.

Una escena que se desarrolla en un club, en el que Jimmy interpreta ese jazz que ya ha llegado con fuerza, es la que resume con exactitud toda la película. Él interpreta. Ella acaba de firmar el contrato de su vida. Intenta subir al pequeño escenario para acompañar cantando a su marido. Este modifica el registro y hace que ella tenga que olvidar la idea. Música distinta, personalidades distintas, mundos distintos. Eso que nos hace fracasar tan a menudo en nuestras relaciones interpersonales.

Por supuesto, Minnelli interpreta el tema New York, New York, como nadie lo podría hacer. Inmensa. Aunque el resto de la película fuera un tostón, merecería la pena verla sólo por ver a esa fiera del escenario.

Hay que ver esta película, dejarse llevar por la música (si no es el jazz su música preferida lo puede llegar a ser después de disfrutar de esta banda sonora, queda usted advertido), intentar comprender a los personajes sabiendo que aquí no hay ni mejores ni peores sino diferentes. Son dos horas inolvidables de buen cine. Se lo digo yo.

Una última cosa. Si echan un vistazo a la película podrán comprobar que Scorsese no tiene pereza buscando los primeros planos de sus actores. En concreto, con Minnelli, hace un alarde. Claro, esa mujer, en ese momento, era unos de los rostros más expresivos que se podían encontrar. Y da gusto acercarse a sus ojos, a sus labios. Parece que no es necesario nada más. ¿Han notado que ya no se hacen esas cosas con tanta frecuencia? Creo yo que tanta cirugía está dejando sin expresión los rostros y, por eso, se buscan alternativas al primer plano. Pero siempre nos quedará Minnelli en está película. A los espectadores, digo. Los directores de cine tendrán que inventar algo.