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Oleanna de David Mamet: El abuso de poder

Hasta el 15 de octubre se representa en el Teatro Bellas Artes de la ciudad de Madrid, este sabio drama llevado por dos grandes actores de la escena española, el cine y la televisión. Un auténtico placer a través del que se cuestionan tópicos y se pone el dedo en la llaga en cuestiones más que oportunas

30 sep 2017 / 08:31 h - Actualizado: 29 sep 2017 / 12:21 h.
"Teatro","Teatro Aladar"
  • Fernando Guillén Cuervo y Natalia Sánchez en un momento de la representación. / El Correo
    Fernando Guillén Cuervo y Natalia Sánchez en un momento de la representación. / El Correo
  • Un texto brillante de Mamet en el que todo lo que sucede
    Un texto brillante de Mamet en el que todo lo que sucede

No es la primera vez que esta obra llega a los escenarios madrileños, de hecho, hubo un montaje no hace mucho tiempo en que este prodigioso debate dialéctico escrito allá por 1992 por David Mamet, judío afincado en Nueva York, al que le gustan tanto los conflictos implacables, fue llevado de la mano de José Coronado e Irene Escolar al Teatro Español.

La limpieza de un texto brillante se disfruta cuando además tenemos en el escenario a Fernando Guillén Cuervo y Natalia Sánchez. El primero conocido por sus incursiones en el cine de Juanma Bajo Ulloa entre otros muchos, y la segunda también conocida por su trabajo televisivo en «Los Serrano». Dos actores humildes que ganan carisma con la representación. Él, John, un aspirante a catedrático al que constantemente empieza por interrumpirle el móvil debido a la compra de un chalet; ella, Carol, una alumna suspendida en un trabajo que dice no entenderle en las clases que imparte y a la que le ha costado un enorme esfuerzo llegar donde está. Gracias a las tres escenas o actos descubrimos como son realmente: ella tiene que aprobar esa asignatura sea como sea, aún a costa de rebajarse en lágrimas; él representa la falsa progresía de una clase en vías de extinción, es correoso, cínico y la desea a ella como postre a su cátedra y para terminar de hundirla.

No es casual que estén en una facultad de Pedagogía, palabra esta última que parece estar de más, dentro de una lucha salvaje y encarnizada que saca lo peor de ambos, debido a que ambos quieren detentar su poder, cada uno de una forma; él agarrándose a su cátedra y su falsa humanidad; ella a un feminismo que destroza la suya propia, por más legitimado que lo veamos a otros ojos.

Se trata de una obra de teatro que lleva al extremo los conflictos y por la que su autor tuvo problemas con su público, debido a que estaba cercana en el tiempo la denuncia al juez Thomas, candidato al Tribunal Supremo de los Estados Unidos, por acoso sexual a una profesora universitaria, y muchos vieron en ello un ardid de oportunismo ante el que él mismo contraatacó diciendo que si querían soluciones fáciles encendiesen la televisión, pues él no estaba en posesión de la verdad.

David Mamet, autor polémico y por ello no apto quizás para todos los públicos, tiene además un conocimiento dramático muy conjugable con el guión cinematográfico y la dirección de actores. A este respecto es muy recomendable un libro suyo llamado «Una profesión de putas», que consta de tres enjundiosas partes diferentes, la última de las cuales son las reflexiones de un taller de dirección de actores con observaciones especialmente brillantes. No nos encontramos pues ante un profano en la materia, sino alguien forjado en años de oficio y que sabe que no siempre agradamos con lo que hacemos.

Para Mamet también es importante la escenografía; siempre desde un minimalismo o intento de ello de los elementos, siendo capaz de imaginar diálogos en torno a la mesa que él había imaginado (y no otra, para eso es un auténtico maniático), algo que ha sabido llevar a cabo en este montaje el equipo de Mónica Boromello, que hace un trabajo espléndido, muy bien combinado con la labor de vestuario de Almudena Rodríguez. Por otro lado, tanto la música como la iluminación (ese concepto de distancia entre objetos tan funcional según la escena en que nos encontremos es de lo más oportuno) nos crean un clima de pesadilla que recuerda por estar más elevado de lo normal el escenario a las desventuras del protagonista de la novela El proceso de Franz Kafka, y es que no debemos olvidar que estamos ante una pelea también administrativa por ese codiciado aprobado o cátedra en ciernes que por mor del deseo nos hace monstruosos en uno u otro sentido.

Debemos agradecer igualmente a Jesús Cimarro y Xabier Agirre, la posibilidad de encontrarnos de nuevo con esta joya de la escena del pasado siglo.