Sin venir a cuento y sin avisar, una extraña primavera se había instalado en Madrid desde hace unos días. Ayer, sin venir a cuento y sin avisar, una borrasca nos visitaba poniendo todo perdido. Un agua tan necesaria como molesta. Es lo que tiene acostumbrarse a lo bueno que es inesperado y no avisa.
El Teatro Español es coqueto, es inevitable para los aficionados al teatro de Madrid, es un lugar maravilloso para representar una ópera como «Je suis narcissiste», una obra que se estrena y que, posiblemente, no tendrá gran tirón en taquilla. A veces, los prejuicios con el arte contemporáneo hacen que sean muchos los que se pierden mucho. Porque esta ópera de la compositora Raquel García-Tomás, con libreto de Helena Tornero, es uno de los espectáculos más divertido, loco, agradable y necesario (sí, necesario es todo aquello que nos acerca a lo que está pasando entre nuestros jóvenes artistas y que tanto trabajo nos cuesta poner en valor) que hemos visto en los últimos meses.
La ironía, el sarcasmo y el humor atrevido, se convierten en una crítica brutal a la sociedad actual, una estructura en la que la palabra ha perdido todo el sentido y en la que cuenta el postureo y el maquillaje. No queda títere con cabeza. Ya en el pequeño prólogo se deja clara la intención de lo que nos van a enseñar y la partitura se salpica de momentos extraordinarios y extravagantes (la escena de las pompas fúnebres en impagable), momentos en los que la sátira arrasa con toda la estupidez que nos ordena la existencia.
El Teatro Español, haciendo realidad un primer acuerdo con el Teatro Real de Madrid (que desde que Joan Matabosch se hizo cargo de la dirección artística no ha dejado de buscar escenarios alternativos para que su programación sea extensiva y mucho más plural y versátil), el Teatro Español, decía, se llenó de fusas y corcheas de colores. Los espectadores respiramos ese color, esa alegría que esconde la música cuando alguien recuerda que es una manifestación que el ser humano creó para expresar todo aquello que siente. La música era de colores y en el escenario explotaba una paleta intensa, atrevida y transgresora. La puesta en escena de «Je suis narcissiste» resulta más que atractiva y no puede más acertada.
La dirección musical de Vinicius Kattah y su propia y pequeña performance ayudaron a que todo encantara. Los músicos de la Orquesta Titular del Teatro Real dieron de sí todo lo necesario y Kattah logró imprimir un carácter cuidadoso y sin dudas. ¿Es la partitura del siglo? Claro que no. Pero es estupenda porque nos permite entender lo que nos cuentan en el escenario, porque busca conectar con un público que desea hacerlo cuando se sienta en la butaca de la platea. No faltan los guiños a la ópera clásica (el momento dedicado al personaje llamado Mimí y la referencia a «La Bohème» de Puccini es divertidísimo), no faltan los guiños a la música más pop, no falta casi nada. No es la partitura del siglo, pero es maravillosa.
Los cantantes cumplen con unas exigencias que no resultan abrumadoras. Al contrario, Raquel García-Tomás pide a los cantantes lo justo para que la obra no pierda empaque. Nada más. El arco dramático de los personajes se desarrolla con gracia, con ímpetu y con acierto, y los cuatro cantantes se lo pasan de maravilla. Esa es la sensación que dan. Elena Copons logra una Clotilde intensa, Toni Marsol un Giovanni corrosivo y divertido, María Hinojosa unas mujeres que van del esperpento al... esperpento aunque pasando por todas las estaciones; y Joan Ribalta borda a esos hombres que van del esperpento al... esperpento. En este sentido, el libreto de Helena Tornero es muy feminista. Igualdad absoluta.
«Je suis narcissiste» debería programarse en los teatros sevillanos. Sería una pena que los aficionados, una vez más, se quedasen sin poder disfrutar de una obra tan estupenda como esta.