Palos de ciego

21 feb 2019 / 19:33 h - Actualizado: 21 feb 2019 / 19:47 h.
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  • David Torres. / EFE - Archivo
    David Torres. / EFE - Archivo

En una de las partes de esta novela extraordinaria, caótica y fragmentada por sus propias costuras, se dice algo así como que el acto de narrar y por ende la literatura consiste en lo contrario a lo que decía Ludwig Wittgenstein en su famoso Tractatus (»De lo que no se sabe es mejor no hablar»)

Se demuestra en «Palos de ciego», de David Torres, que literaturizar, nombrar o intelectualizar sobre lo más oscuro del alma humana, aún sin conocerla al cien por cien, hubiera invalidado para su lectura gran parte del acervo de Joseph Conrad o William Faulkner, por citar sólo a dos grandes escritores del XX, que trataron de iluminarnos esa oscuridad, que es también vida.

Partiendo de un intento de novela fallido llamada «Borrón» y que implica al personaje Torres a partir de la necesidad de contar que su hermano mayor (el pequeño se llama Daniel) fue un bebé robado con el mismo nombre del autor probablemente por los secuaces del Opus Dei franquista, con el psiquiatra Vallejo-Nágera a la cabeza de una red criminal, al narrador protagonista que nos cuenta en primera persona no sólo el proceso de documentación, sino también y no sólo a mero modo, de transcripción, le obsesiona el acontecimiento que personalmente le es más significativo del siglo XX: la Revolución Rusa. Descubrimos a través de retazos de la época estalinista, la triste historia de los lirniki, cantantes ciegos que también sufrieron el nazismo y que inspiraron la vida del célebre compositor Shostakovich; también descubrimos contorneando la anécdota principal, el periplo personal y viajero que ya contó con más detalle en «Nanga Parbat», donde contaba las misiones casi suicidas de un grupo de montañeros que salían en el programa de televisión «Al filo de lo imposible»; y el peculiar peregrinaje por el Camino de Santiago español, realizado esta vez por él mismo, con ánimo de purgar un viejo amor de adolescencia.

Es este un libro que parte de lo roto, lo quebrado en una vida que sólo tiene sentido en la mancha póstuma; tal vez en eso consiste arriesgar, si bien se puede ser por momentos maleable para manejar todo ese cúmulo de realidades de manera que a muchos no convenza, y es también del precio que Torres parece evitar, sin éxito, querer hacerse acreedor, de lo que habla la novela, no sólo sobre un cúmulo de acciones y propósitos, sino de las consecuencias de llevarlos en la mochila personal, siendo lo de menos la venganza e ira, desde las que se arrojan reflexiones por las que equiparar los dos movimientos totalitarios es, por más que Solzhenitsyn y otros autores inflasen las cifras de muertos de Stalin, vergonzoso en el sentido en que es aberrante comparar reeducación con exterminio.

Palos de ciego
Portada de ‘Palos de ciego’. / El Correo

Otra de las partes más bellas de la novela son los pasajes que van desde que a Shostakovich le encargan realizar la sinfonía dedicada al director de cine Andrei Tarkovski, que tuvo un éxito clamoroso, hasta que quizás y, también por mor de esta, compone la última de sus obras, una ruidosa y abstracta música, que dejaba ver cómo en los últimos años del régimen brotaba en el pueblo un auténtico grito ahogado de furia, también en la calle.

Demuestra una amplia sabiduría el autor y personaje sobre música clásica, hasta el punto de sentir al escritor o novelista como un pianista frustrado, como en alguna ocasión reconoce.