Paseo por Vence, Chagall y Gombrowicz

04 feb 2017 / 12:10 h - Actualizado: 02 feb 2017 / 10:54 h.
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  • Vivienda de Wiltold Gombrowicz en Vence. / El Correo
    Vivienda de Wiltold Gombrowicz en Vence. / El Correo
  • Vista de Vence. / El Correo
    Vista de Vence. / El Correo
  • Sepultura de Wiltold Gombrowicz. / El Correo
    Sepultura de Wiltold Gombrowicz. / El Correo

«Finalmente me he establecido en Vence. Un pisito agradable. Cinco balcones, cuatro vistas, tres chimeneas. Entre los Alpes ardientes de luz el mar que azulea en la lontananza y los antiguos callejones de este pueblo encantador, con los restos del castillo de los varones de Villenueve et de Vence». Esta frase se encuentra en los diarios del escritor Wiltold Gombrowicz. Y es excusa para visitar Vence y contar lo que sucede cuando alguien pisa el lugar.

Vence está situado a pocos kilómetros de Saint Paul de Vence. Saint Paul es más hermosa si la miras desde lejos, cuando gira la carretera poco antes de entrar a la población. Hay un mirador donde Chagall pintó el cuadro junto a la Chapelle de Sant Carles e Sant Claude, se llama Coupe au-dessus de Saint Paul, lo pintó en 1968. Lo he mirado tantas veces en la reproducción que me compré que puedo sentir todos sus colores. Sigo los pasos de ese hombre que acabó sus días por aquí. Cuando llegas a la población desde Niza, esta aparece lejos sobre un promontorio en medio de las montañas frente al Mediterráneo, en los Alpes Marítimos. Su muralla de piedra fue construida en el S. XVI y la fama que adquirió a principios del S. XX se debe a la frecuentación de artistas y escritores: el mencionado Marc Chagall que vivió veinte años – de 1966 a 1985, Jàques Prevert, Picasso, Miró, Simone y Sartre... Ahora muchas paredes de la población muestran grandes fotografías de quienes estuvieron por allí hace años. Son los muertos que nos antecedieron rentabilizando el pasado a manos de otros. Pasear por sus estrechas y reformadas calles de piedra es un placer a medias, ya que está absolutamente poblado de turistas que bajan o suben en hilera además de pequeños comercios y bastantes talleres y galerías de pintura. Todo es tan hermoso que resulta frío. Los turistas nos detenemos ante la muralla para observar la puesta de sol. El valle está lleno de pequeñas poblaciones y casas diseminadas que acaban en el mar Mediterráneo, en la población llamada Cagnes-Sur-Le-Mer. Hay un cantante que imita a Yves Montand, se le parece bastante. La riqueza rezuma en los autos detenidos, y como estamos en la región del perfume, todo huele muy bien. En 1920, Paul Roux abrió un café al que le llamó “A Robinson”, con el tiempo se convertiría en la Colombe d’Or, hoy un pequeño hotel restaurante exclusivo para millonarios y famosos. No siempre fue así, durante la Segunda Guerra Mundial esta zona de la Costa Azul era zona libre. Allí iban a parar muchos escritores y pintores. Con la invención del turismo se irá llenando de visitantes mucho más ricos y famosos. Tomando un café en la terraza del Café de la Place, he visto salir de un descapotable a la elegante Princesa de Mónaco. Como hace bastante calor, el grito de las cigarras no deja de oírse, se cruza con sonidos de pájaros que no conozco y con el rugir de alguna Harley Davidson. A Vence se puede ir por un sendero. Lo intenté, pero no tuve energía para continuar así que decidí dejar la ascensión y tomar un autobús. Buscaba la casa donde Wiltold Gombrowicz pasó los seis últimos años de su vida. Está situada justo fuera de la vieja ciudad, en el centro, enfrente han construido un edificio de apartamentos. Vence se le parece a Saint Paul, pero tiene muchas menos tiendas y turistas. Cuando se fue a vivir allí, a mediados de los años sesenta, escribió en su diario: «Finalmente me he establecido en Vence. Un pisito agradable. Cinco balcones, cuatro vistas, tres chimeneas. Entre los Alpes ardientes de luz el mar que azulea en la lontananza y los antiguos callejones de este pueblo encantador, con los restos del castillo de los varones de Villenueve et de Vence». Ahora está bastante deslucida, hay una inscripción sobre la puerta de entrada: Villa Alexandrine , len la Rue du 8 Mai 1945. En el extremo, bajo una ventana, una placa de bronce recuerda que allí vivió el escritor, de origen polaco, de 1964 a 1969. Padecía asma y estaba bastante enfermo. Me lo imaginé saliendo del gran portón y abriendo la cancela para dar un paseo hacia el primer café. Sus diarios argentinos los compré en Buenos Aires. Adriana Hidalgo solo publicó los que concernían a la Argentina. Un diario es una puerta de entrada a la intimidad de cualquier escritor o escritora. Las mujeres no han producido tantos diarios, quizás anotar cada día las mismas faenas no tenga sentido alguno a no ser que la imaginación ponga el resto. Gombrowicz me atrae por su biografía. Quedarse varado en otro país sin poder volver y estar casi veinticinco años en la Argentina por puro azar, ofrece el guión de una vida fuera de lo común. La posibilidad de vivir una vida literaria, como la que yo me imaginaba del escritor polaco, da suficiente fuerza como para ir al cementerio y hacer una fotografía de su tumba en el colmo del fetichismo. A medida que leía el diario me iba sintiendo identificada con sus observaciones, entre irónicas, tediosas, burlonas, algo ingenuas y desencantadas, pero muy ingeniosas, del paso del tiempo. He ahí un ser libre –me dije-. Libre de condicionantes familiares, de pensamientos nacionalistas, de ambiciones económicas, e incluso, una paradoja recorría su vida itinerante, libre de deseos de viajar. En realidad yo no buscaba su casa, me la encontré, así como tampoco buscaba sus diarios que halle en un expositor de una librería en la Avenida de Santa Fe, cerca de Callao, bastantes años antes. Las cosas realmente importantes en la vida te salen al paso, solo basta con prestar atención, como cuando llega la poesía.