Paul Auster: «Azar es una palabra muy vaga»

El novelista estadounidense ha roto un prolongado periodo de silencio para presentar ‘4321’, su última y monumental novela recién publicada por Seix Barral.

09 sep 2017 / 08:51 h - Actualizado: 09 sep 2017 / 08:51 h.
  • Paul Auster: «Azar es una palabra muy vaga»

El revuelo que rodea al lanzamiento de una nueva novela de Paul Auster no deja lugar a dudas: despierta pasiones o furiosos desprecios, pero nunca la indiferencia. «Siempre escribe la misma novela», denuncian sus detractores. «Es Auster, pero no es él», lamentan quienes tal vez querrían que siempre escribiera la misma novela. «Con él al fin del mundo», proclaman los más rendidos admiradores. Y eso que 4321, su última creación, una obra monumental de casi un millar de páginas, apenas acaba de ver la luz...

Aparentemente indiferente a este revuelo, Auster (Newark, Nueva Jersey, 1947), parece tomárselo todo con calma. Al esfuerzo que ha tenido que hacer para culminar su novela en solo tres años, se suma el de la gira promocional que viene haciendo por Europa desde hace tres semanas. Se nota que las entrevistas, los posados para los fotógrafos y demás servidumbres de la fama no son lo que más le gusta del oficio, pero se aviene a todas estas ceremonias con mansedumbre. «España es el sexto país europeo que visito, desde que empecé esta gira en agosto. Cuando termine creo que me meteré en casa, cerraré la puerta y, excepto un viaje que tengo previsto hacer a México, no saldré para nada», asegura.

En su rostro se refleja cierta ironía, cierta distancia, también, de todo el circo que se monta alrededor de su popular figura y de sus libros. También algo de preocupación, porque le espera una jornada maratoniana, y sabe que este tipo de días suelen hacerse muy largos. Tal vez por eso, al encontrarse con la prensa, lo primero que hace no es hablar de su libro, sino recordar al poeta estadounidense John Ashbery, fallecido la madrugada anterior. «Era amigo mío desde hacía 40 años. Para mí es un día muy triste. Vivió una vida larguísima, 90 años, e modo que no se puede decir que sea una tragedia, pero sí es algo triste. Entregó algo nuevo a la literatura norteamericana».

Pero claro, Auster es protagonista de un lanzamiento por todo lo alto, y es obligado referirse a esa nueva novela. A ese 4321 que acaba de publicar Seix Barral, esa historia que sorprende desde su planteamiento inicial: cuatro historias diferentes para un mismo protagonista, ese Archie Ferguson que son «cuatro chicos idénticos con distintas circunstancias cada uno». Conflictos personales diferentes, peripecias distintas, cada uno, también, con un destino propio. «Entendí que lo que escribía era una historia del desarrollo humano. Empezamos la vida teniendo un tamaño ínfimo, luego nos desarrollamos, en los primeros 20 años nos sucede algo nuevo cada día, hasta que poco a poco acabamos siendo quienes somos».

Ese es el periodo vital donde pone Auster el foco sobre sus personajes, y a partir de ahí da forma a una osada estructura. «La mayoría de los libros que escribo requieren mucho tiempo para desarrollarse. Yo no los busco, ellos me encuentran a mí. Y en este caso, la idea vino de una forma muy emocionante, bajo la pregunta clásica: ¿Qué hubiera pasado si...? me estaba tomando una taza de té cuando empecé a pensar en cómo hacerlo. Ignoraba ciertos detalles, pero di con cuatro versiones posibles, cuatro, un cuadrado perfecto. Hay cuatro estaciones, cuatro vientos, cuatro elementos... Si hubiesen sido más, me temo que habría quedado demasiado largo», dice con una sonrisa.

Amor por Nueva York

Como en casi toda su producción, la ciudad de Nueva York es algo más que un escenario, una entidad con alma propia. Para los forasteros, un sueño acariciado mil y una veces en películas, novelas, canciones... Pero no así para los locales. «Los neoyorkinos son personas eminentemente prácticas, se dedican a sus vidas», explica. «El gran objetivo allí es el dinero, dinero, dinero. Y siempre ha sido así. Nueva York fue fundado por los holandeses, y estaban allí para ganar dinero. Cuando los ingleses los expulsaron, estaban allí para ganar dinero, esa ha sido la fuerza dominante desde siempre en la ciudad. Ahí tenemos Wall Street, ¿verdad?, el símbolo del capitalismo internacional».

Auster no es ajeno a que también hay muchos artistas en la ciudad de los rascacielos. «Ellos si tienen consciencia de ese fenómeno. Tras el 11-S, un canal que solo emite cine clásico durante 24 horas puso más y más películas sobre Nueva York. Vi un musical de 1933 titulado Calle 42, que no había visto antes, y fue conmovedor. Ahí sí sentí Nueva York como ese lugar adonde todo el mundo llega para conseguirlo. Como cantaba Sinatra, ¿no? Si lo puedes conseguir en Nueva York, lo conseguirás en cualquier parte. Viendo esa peli tuve un momento muy sentimental, me di cuenta de lo mucho que amaba mi ciudad».

No obstante, el autor recalca que 4321 «no se trata de una obra autobiográfica. Lo que tenemos en común Archie Ferguson, los cuatro Archies Ferguson y yo, es la cronología y la geografía, eso es todo. Nacen donde nací yo, y viven en ciudades donde yo viví. Claro que tomo algunas cosas de mi vida, como hacemos todos los escritores».

Por otro lado, en 4321 hay, como no podía ser menos tratándose de Paul Auster, casualidades asombrosas, giros inesperados, encuentros providenciales... Todos esos elementos que han hecho de él, para el gran público, el maestro de –por usar uno de sus títulos más celebrados– La música del azar. Él tuerce un poco el gesto cuando se le saca este tema. «El trabajo que hago es el que hago, no tengo un plan. No me pongo etiquetas a mí mismo, y aunque tenga un libro con ese título no quiero ser el escritor del azar. Ni siquiera me veo llamándome, como ha hecho alguno, posmodernista o post-posmodernista».

«La palabra azar es demasiado vaga para mí», continúa el escritor. «Yo trabajo con lo inesperado, y lo inesperado es parte de la vida. La mecánica de la realidad hace que nos ocurran cosas bizarras, que nos parecen fuera de la norma... ¡Pero esa es la norma! Nada de interpretaciones místicas o teológicas, no podemos olvidar que los seres humanos son capaces de tomar decisiones. Incluso somos capaces de hacer planes y cumplirlos, pero otras veces no, y las acciones nos llevan a otro lugar. No hay un significado especial, las cosas suceden así. De todos modos, no soy un filósofo, solo cuento historias».

En la era Trump

Inevitablemente, la conversación literaria acaba conduciendo a la política. Alguien pregunta a Auster qué pensaría su personaje Archie Ferguson de Donald Trump, y el escritor deja claro desde el principio que no tiene pelos en la lengua. «No lo sé, sé lo que hago yo en tiempos de Trump, sentirme miserable y frustrado. No culpo a Trump por ser el maníaco miserable que es; lo que me asombra de veras es que 60 millones de americanos lo votasen. Y es impresionante que un 52 por ciento de las mujeres lo hicieran. Sigo sin entenderlo, después de leer todos los análisis. Lo único que demuestra todo esto es lo enfadado que está mi país, y cuánto odio hay en él», asevera.

«Hillary Clinton perdió por una campaña misógina, y queda demostrado que hasta las mujeres pueden ser misóginas», prosigue Auster. «Perdió el voto popular, y para mí fue un gran shock. Para mí Trump es un peligro, una amenaza, para el mundo y para América. Espero que no tenga acceso a un segundo mandato, porque ocho años más de este hombre nos haría preguntarnos si el mundo seguirá aquí para cuando deje la presidencia. Me consuela que en Europa no he escuchado a nadie decir que sea un buen hombre para este trabajo».

La política anti inmigración del excéntrico mandatario estadounidense también propicia una reflexión de Auster. «América siempre ha tenido una puerta abierta, pero la ha cerrado muchas veces. Siempre ha habido reacciones en contra de que entrara gente nueva, sobre todo por parte de los republicanos. Llevamos 200 años así, pero el hecho es que, si miras la Historia, te das cuenta de que la llegada de nuevas personas nos ha hecho un país más rico, más fuerte. Existen conflictos, no podemos negarlos, pero tampoco podemos dejar de ver que somos responsables los unos de los otros, que tenemos que cuidarnos. Hay quien cree que este es un mundo de lobos solitarios que tiene que pelear por lo suyo, y bueno, llevamos así divididos desde el principio, y seguimos así, y no veo la forma de que las cosas puedan ser diferentes», añade Auster.

Hay incluso quien le pregunta por las posibles consecuencias de un conflicto a raíz de la noticia de que Corea del Norte posee la bomba H, y los posibles modos de protegerse del desastre. Ahí la famosa paciencia de mr. Auster parece tambalearse un poco. «Sobre estos temas estoy en la misma postura de cualquiera. Si tuviera una gran respuesta para esto, trabajaría seguramente para el gobierno. No sé, espero que ninguno de estos dos gobernantes lleve a cabo ninguna de las locuras que se están comentando».

«Estaría más allá de cualquier racionalidad empezar a lanzar bombas de hidrógeno, o de cualquier tipo», concluye, encogiéndose de hombros. «Mi sensación es que no va a ocurrir nada de eso. Si Kim Jong Un puede establecer un arsenal nuclear, Occidente no querrá derrocarle. Esto puede llevar rápidamente a un jaque mate, o a la apertura para una nueva negociación. Pero si está loco y a Trump le pilla de mal humor, le podría pasar algo terrible», especula.

Motivos para la esperanza

Como lectura positiva de todo lo que está ocurriendo en la política internacional estadounidense, Auster destaca «la existencia de un nuevo tipo de activismo, como yo no había visto en Estados Unidos en los últimos 50 años. Hay millones de personas involucradas, y las mujeres son la fuerza conductora de ese nuevo movimiento. Atravesamos un periodo de cambios políticos, pero estos no sucederán de la noche a la mañana. Para que el poder cambie de manos, vamos a tardar todavía un poco», dice.

¿Y los artistas? ¿Están obligados, según Auster, a hacer gala de su compromiso en estos tiempos revueltos, o pueden permitirse mirar a las musarañas mientras el mundo se halla a las puertas de la III Guerra Mundial? Según el autor de Leviatán, Experiencias con la verdad o El país de las últimas cosas, en absoluto. «Los artistas pueden hacer lo que quieran. En el arte no hay reglas», sentencia. «¿Prefieres escribir poemas sobre tus amigos y no mencionar a Trump? Me parece perfecto. Solo espero que estés haciendo grandes poemas, eso es todo. Hay quien se siente asqueado por lo que está pasando y necesita escribir sobre ello, pero no todo el mundo tiene por qué ser activista. ¿Eres pintor? Si quieres pintar flores, trata de hacer las más bonitas del mundo. Puede que, al fin y al cabo, eso sea más importante que hacer política», remata a renglón seguido.

Por último, cuando se le comenta qué le parece que en España se haya hablado por primera vez de un libro suyo como «lo nuevo del marido de Siri Hustvedt» –cuando hasta ahora era ella quien solía ser presentada como «la esposa de Paul Auster»–, el escritor despliega una amplia sonrisa que no había mostrado hasta ese momento de la jornada. «Estoy contento con eso, me hace feliz», declara, sin ocultar su admiración por esa mujer a la que conoció, como no podía ser de otro modo, por casualidad, en una lectura de poemas en Nueva York a la que en principio no tenía pensado acudir.

«Desde aquella noche, llevamos 36 años juntos. Si no hubiera ido y no me hubiera quedado charlando hasta tarde con ella, mi vida habría sido muy diferente», confiesa. Hoy, Hustvedt es una autora cada vez más reconocida en nuestro país, especialmente gracias a títulos de alta exigencia y marcado aliento feminista como El verano sin hombres, El mundo deslumbrante o La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, entre otros.

«También me han empezado a llamar el padre de Sophie Auster», apunta el escritor, orgulloso. «Estoy bendecido, vivo con dos pequeños genios, ambas son artistas extraordinarias. Sophie ganó incluso un premio de Cosmopolitan, hubo quien aseguró que sus padres la ayudaban a escribir, pero ella se limita a enseñarme sus cosas y me pregunta, ¿qué te parece, papi? Y yo le digo que está muy bien. Escribe un artículo tras otro, ¡tiene ideas!», dice. Antes de concluir, se inclina sobre el cuaderno del periodista y agrega: «Escribidlo en vuestros artículos: soy feminista, profundamente feminista».