Pierre Bonnard, la elegancia de lo decorativo

La Sala de exposiciones Recoletos de Mapfre en Madrid acoge, hasta el 10 de enero de 2016, una retrospectiva de Pierre Bonnard, pintor simbolista de fuertes raíces impresionistas. Una obra difícil de catalogar y de una belleza extraordinaria

30 nov 2015 / 17:32 h - Actualizado: 30 nov 2015 / 17:39 h.
"Arte","Pintura","Artes plásticas"
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La figura de Bonnard dentro del arte moderno es la de una rara avis difícil de clasificar. Su padre era un alto funcionario, y él estudió Derecho, llegando a compaginar estos estudios con las clases de pintura en la Academie Julian, donde conoció entre otros muchos a Denis, Ranson, Ibens, Sérusier, Vuillard, Roussel y Valloton, llegando a fundar en 1888 el grupo de los nabis (profetas, en hebreo) que debe su testamento fundacional no tanto a Le Talisman de Sérusier, como a la obra de inspiración japonesa del post-impresionista Gauguin. Su estilo debe mucho al simbolismo. Una pintura alegre de estética decorativa, donde el esplendor del color y el tratamiento de temas cotidianos basados en la familia y los paisajes, se funden con un onirismo impregnado de melancolía que, en ocasiones, lleva a la extrañeza. Llegando a utilizar géneros como el desnudo, los retratos y los bodegones, en su trabajo hay una apariencia de sencillez y armonía, cuyo proceso es complejo. Quizás lo que más llame la atención en todos los nabis es la renuncia a las leyes de perspectiva y proporción tradicionales; este rasgo, habida cuenta de la cercana implosión de las vanguardias, le hace situarse en un terreno intermedio entre el clasicismo y la subversión.

La exposición comienza con una serie de óleos de clara inspiración impresionista; desde ese Autorretrato c. 1904, incompleto y que parece obra de un fantasma, pasando por las Bailarinas tan de Degas (que parecen estar haciendo natación sincronizada en la orilla de una playa), Paseo por el lago, Escena de calle, El gran jardín (donde empieza a experimentar con azules cianes que se juntan con el verde de los árboles), La recogida de las manzanas (en que a pesar de su figurativismo se empieza a notar el esquematismo oriental en el dibujo de fondo), el extraño El gato blanco o Crepúsculo, que parece erróneamente estar pintado sobre una tela o manta, siendo quizás su textura y su brillo, un rasgo de exagerada desmesura.

A continuación se nos muestra un biombo con dibujos y una escena minimalista por determinar y en el que sólo son reconocibles ocho calesas incompletas en la parte superior, titulado El paseo de las nodrizas. En El niño con el cubo de crema, juega a desarticular la figura principal casi sobre un fondo blanco. Por otra parte, Intimidad, muestra a un anciano fumando en pipa con su mujer en semi escorzo de espaldas. En La blusa de cuadros la figura de la izquierda es irreconocible, siendo los paneles de que consta Mujeres en el jardín un ensayo de gran colorido ejecutado con técnica puntillista en ocasiones, de arabescos que definen el no siempre voluptuoso cuerpo de la mujer.

Se suceden escenas de interior de relevancia manifiesta, donde predomina una iluminación artificial mostrada a través de tonos anaranjados que no nos abandonarán de ahora en adelante. Destacan La velada bajo la lámpara, Homenaje a Maillol (uno de los más nítidos, donde se muestra un libreto abierto sobre un pequeño mueble con florero), La mesa (donde aúna el retrato con el bodegón), El comedor en la Canet o La mesa de trabajo donde vuelve al esquematismo del que hablábamos. Temas como la ternura, la soledad, la incomunicación o el erotismo se dan la mano bajo el prisma de una enigmática y misteriosa mirada.

Todo ello sucede también en los desnudos, divididos en de gran formato (El hombre y la mujer o Mujer adormecida en una cama) y de pequeño tamaño (Almuerzo bajo la lámpara) y donde el ensimismamiento como huella tal vez llegue a ser aún mayor. Continuamos este apartado con obras referidas a su esposa Marthe, posados como Desnudo oscuro, la prodigiosa pintura Desnudo en interior en que la modelo se asemeja a una estatua, Desnudo a la luz, la también anaranjada El aseo y la hoy inquietante Desnudo en la bañera.

Los retratos suponen una prolongación de este estilo; son especialmente interesantes Mujer con gato, en que oscurece aún más la presencia del naranja sobre la modelo, El descanso, que sugiere una rutina en calma, Les freres Bernheim-Jeure, El palco, de composición muy buscada, Claude Terrasse, donde las gafas del modelo parecen lágrimas, o La tarde burguesa donde muestra una merienda de personajes arquetípicos con luz natural.

Dado que se trata de una retrospectiva de lo más completa, la exposición, pionera en España, incluye dibujos y bocetos inacabados entre los que destacan un proyecto de abanico así como el Estudio de una silueta femenina para litografía.

También se incluyen fotografías que son reproducidas (la mayor parte de ellas) en tamaño de diapositiva; Bonnard se hizo con una de las primeras cámaras portátiles Kodak y siguió reproduciendo en tonos sepia los temas que le obsesionaban desde el retrato y la vida en familia primero, y haciendo un análisis de su propio trabajo en Modelo quitándose la blusa en el taller; el ser personajes más reconocibles de la vida parisina le hizo también retratar a Auguste y Jean Renoir, en una instantánea que recorre el camino intermedio a la pintura y el cine.

La última parte de la exposición contiene algún retrato de altura (El boxeador, cabeza del cartel de la exposición), así como paisajes que van de lo abstracto (El jardín) a lo bíblico (impresionante En barca) pasando por lo meramente experimental, como lo prueba el uso de colores magenta en La terraza soleada.