Poesía en el siglo XXI

¿Qué es la poesía? ¿Debe entenderse un poema al ser leído? ¿Puede explicarse un poema sin que se vacíe por los cuatro costados? ¿Qué temas debe tratar la poesía actual? Preguntas a las que la poetisa, Concha García, intenta dar respuesta desde la tranquilidad de la experiencia. Respuestas que invitan al lector a ‘salir del yo’ al escribir o al leer poemas. Porque la poesía sin movimiento, sin conmoción, no logra su objetivo.

11 mar 2017 / 12:58 h - Actualizado: 06 mar 2017 / 22:19 h.
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La buena salud de la poesía es un hecho evidente. Editoriales pequeñas establecen nuevos criterios a pesar de batallar con las más grandes y, por lo tanto, más poderosas que intentaron siempre configurar y establecer el canon de una época.

No es casual que esta irrupción de poetas que quieren entrar en el mercado literario esté en consonancia con los tiempos que vivimos, donde el poder político va por un lado y el arte o la literatura vanguardista por otro.

Hemos dejado de ser ciudadanos para convertirnos en consumidores. Interesa más lo que es vendible que lo producido. Tamaña escisión, resultado de la mundialización económica, la globalización que todos conocemos, está creando un nuevo modelo que impulsamos desde nuevas perspectivas poéticas.

No tengo datos para cuantificar los lectores de poesía, me da la sensación que no deben ser miles; sin embargo y por fortuna, existen cada vez más talleres de poesía, más lecturas poéticas para conmemorar tal o cual fecha, más festivales o ferias. Lo importante es dar visibilidad a las nuevas tendencias que no son las oficiales. Por ejemplo Centrifugados en Plasencia, Voces del Extremo en Moguer, ó PoemaD en Madrid.

Las grandes editoriales, en cambio, hacen del libro un bien de consumo perecedero, que de un año a otro queda obsoleto.

Cada época ha requerido un tipo de poema, -pienso en el lirismo de los tiempos románticos, en el formalismo de la generación del 27, en las vanguardias, en los novísimos, en la poesía de la experiencia, de la diferencia, del silencio, en la poesía escrita por mujeres-. Cada tiempo ha creado un lenguaje poético con el que identificamos la época histórico-política. No se puede escribir ahora como en el siglo XIX, aunque nos empeñemos en concederle más valor al poema tradicional, es decir, silábicamente perfecto, con algo de ritmo interior que no se note demasiado, pero que al oído resulte familiar. ¿El tema? La naturaleza, el paso del tiempo, el amor o desamor, una exaltación ególatra, la anécdota que recuerda un tiempo pasado.

En mi taller de poesía, uno de los trabajos a realizar por los alumnos y alumnas, es el de escribir «a la manera de». Con ello conectamos con el aire de la poeta del tiempo que estudiamos. La experiencia de escribir como grandes poetas del siglo XX es estimulante y enriquecedora porque nos hace salir del yo.

En el lirismo y pos-lirismo actual, lo esencial es que el lector entienda el poema al leerlo, lo comprenda en su primera lectura. Se impone lo real en detrimento de lo onírico, que se desecha por las mismas reglas que el mercado actual nos lo ofrece todo hecho y pensado, listo para consumir. Sin embargo, el poema es un artefacto literario que está por encima de cualquier otro texto (nadie se atrevería a tocar en una orquesta sin conocer el instrumento que toca). Nos encontramos que desde las grandes corporaciones, se escriben poemarios, reseñan y evalúan, incluso desde el «prestigio» universitario de las aulas de filología. Así, el poema queda embadurnado de un aire de tiempo destemplado. Sospecho que por este motivo cada vez hay más poetas de todas las edades que lo que quieren es precisamente borrón y cuenta nueva.

Lo cotidiano, que al fin y al cabo es más familiar que la cumbre del Himalaya, es transparente pero menos accesible, por su complejidad aparentemente sencilla.

Es escribir un poema de lo que nos sucede sin el yo protagonista, dando cuenta de la mirada, movernos entre la proximidad y lo infinito. Los bienes de consumo se han incorporado a nuestra cotidianeidad y nos cuesta mucho percibir el sonido de la campana lejana que se relentiza ante la sorpresa de que estamos dentro de la escena. Desestabilizar al lector, movilizarlo desde su cómodo sillón del interior de la casa, esa es la propuesta de la función de la poesía.

Ese presente que se apercibe solo si nos damos cuenta de que estamos realmente vivos. Zigmund Bauman lo ha dejado muy bien simbolizado. Son tiempos líquidos, ni el compromiso ni hacer planes más o menos extensibles a un futuro no inmediato, son posibles y el resultado como ello es la angustia, una angustia que el poema reflejará. La posibilidad de sentir el paso del tiempo, en aquel esplendor de la lentitud, carece de valor. El fragmento, el instante, pero no disfrutados, pensados, sino aniquilados, desechados, como ramas que apartas para proseguir el camino. La poesía es delicadeza e inteligencia, y no hace falta llenarla de lirismo para que resulte verdadera. La poesía no es lógica, no hay un título que enmarca el poema para ayudar al lector a engarzarlo y darle un sentido, el título puede ser una trampa, una manera de hacerte ver que lo que estabas pensando no se corresponde a lo que sucede porque estamos demasiado sometidos a la lógica de lo que nos dicen. Por eso, quien sabe leer un poema sin necesidad de «entenderlo», es alguien cuya conciencia está muy por encima de la mediocridad que nos invade. Gilles Deleuze decía que crear no es comunicar, sino resistir. Es un buen síntoma que la poesía genere tanto interés, aunque cada vez sea más difícil atrapar el ritmo de este tiempo lleno de amenazas, comenzando por la amenaza al planeta y quienes lo habitamos. Por eso es pertinente una poesía del deseo, no de la muerte ni de la herida, una poesía del instante cómplice de las intensidades que estamos atravesando, desconocidas y por ello misteriosas. Una sociedad triste, metida en casa, escribe poemas que se ponen de moda porque la gente se reconoce en ellos, los entiende.