Prometeo, el titán que amó a la humanidad
Conocemos el mito de Prometeo aunque de forma sesgada. En realidad, Prometeo, además de ser víctima de un águila a diario que le devoraba el hígado, fue el que creó la humanidad. Ni más ni menos. El mito de Prometeo es formidable y de una belleza aplastante. Dioses, seres humanos, castigos, infidelidad o sacrificios, son algunos de los ingredientes de un relato que trata de explicar una realidad intentando dar un sentido desde el universo de ficción
El mito de Prometeo llega parcial a nuestros día y como mucho sabemos que robó el fuego para entregarlo como regalo a los hombres. Sin embargo fue mucho más, este titán fue según la mitología griega el auténtico creador de la humanidad, en contra de la voluntad de Zeus al que no le caíamos nada bien.
El nacimiento de la humanidad en el mito prometeico obedece a una serie de terribles crímenes que van engarzándose unos con otros. Comienza cuando Zeus se enamora de su propia hija (que había tenido con su hermana, la diosa Deméter) Perséfone, y como el grandísimo dios no ponía límite a sus arrebatos amorosos tuvo un hijo con ella: Zagreo. Este hijo fue amado especialmente por su padre, que lo prefería frente a los demás, lo que provocó (por enésima vez) la ira de Hera, la suprema esposa, diosa y cornuda por excelencia del monte Olimpo.
El padre ansioso por protegerlo, envió al niño a unas cuevas donde era vigilado por unos seres que se encargaron de protegerlo a él mismo cuando era pequeño (los Curetes). Su celosa, malvada y dolida mujer envió a una serie de titanes para que acabasen con este hermoso e inocente niño. Los siervos de Hera buscaron y buscaron hasta encontrarlo, ahuyentaron a sus protectores y trataron de hacerlo salir de la cueva en la que se encontraba haciéndole todo tipo de promesas. Zagreo se resistió hasta que le mostraron un espejo y fue este objeto el que le fascinó y terminó por hacerlo salir de la cueva. Los titanes cumplieron la misión que les había encomendado su jefa y destrozan al niño. Zeus que no logró salvarlo, destruyó con un rayo a los titanes, quedando todos (Zagreo y sus asesinos) reducidos a ceniza mezclada entre sí. Y fue entonces cuando hizo su aparición Prometeo. No sé si llovió o simplemente llevó agua consigo, pero logró hacer una pasta moldeable de esas cenizas y de ahí surgieron los seres humanos. En consecuencia tenían (tenemos) en nuestro interior lo mejor y lo peor: la inocencia, valor y hermosura del hijo favorito de Zeus y la maldad irracional y cerril de los titanes destructores.
Fue así Prometeo nuestro creador según la mitología griega, nos creó a su imagen, para que sufriésemos, para que llorásemos y nos alegrásemos como él. Se responsabilizó de nosotros y no dudó en engañar varias veces a Zeus aun poniéndose en evidente peligro.
El primer problema se produjo cuando Zeus exigió a los humanos sacrificios de animales, privándoles del sustento que los mantenía con vida. Prometeo se hizo cargo del sacrificio y llevó un gran buey al que dividió en dos partes: en una puso la piel, la carne y las vísceras, que ocultó dentro del vientre del buey (que tenía muy mala pinta) y en la otra puso huesos que cubrió de apetitosa grasa. Llamó entonces a Zeus para que eligiese lo que más le agradase. El dios al ver las dos partes eligió la que mostraba la grasa. Al tratar de devorarla se dio cuenta de que en realidad lo que se le habían ofrecido eran huesos y se enfadó, pero no pudo decir nada porque habría sido tachado de necio. Por eso en los sacrificios que se realizaban se entregaban los huesos a los dioses, mientras que la carne se guardaba para los hombres.
Zeus, molesto, decidió privar a los hombres del fuego para que no pudieran devorar la carne. Y una vez más Prometeo vigiló y protegió a sus hijos. Acudió a la fragua de Hefestos donde robó el fuego y nos lo regaló. Cuando el jefe del Olimpo se percató de lo que había sucedido, harto del padre-amigo de los hombres, decidió castigarlo.
Ordenó a Hefestos que lo encadenase a las rocas del Cáucaso y que un águila acudiera todos los días a devorar su hígado, que por las noches se regeneraba. ¿Creéis que algún hombre acudió a salvarlo? Pues no; así de desagradecidos fuimos con quien sólo mostró magnanimidad y amor hacia nosotros.
La liberación de Prometeo tiene dos versiones completamente diferentes, una protagonizada por Heracles (Hércules para los admiradores de la mitología romana) y la otra por el propio Zeus.
Según algunas historias, cuando Heracles estaba realizando sus doce trabajos y concretamente andaba buscando el jardín de las Hespérides. Pasó cerca del Cáucaso y observó a un águila atacando (como cada día) a Prometeo. No se lo pensó dos veces y disparó al águila matándola. Después, con su gran fuerza liberó a Prometeo de sus cadenas y este, agradecido le reveló la forma en que podía obtener las manzanas doradas de las Hespérides. Zeus agradecido decidió perdonar a Prometeo que después de todo había ayudado a otro de sus hijos amados a lograr finalizar con éxito una de las tareas que se le habían encomendado.
La otra versión habla de que fue el propio Zeus quien liberó por agradecimiento a Prometeo. Esta liberación vino una vez más de la mano de las múltiples aventuras sexuales del dios, que en aquel momento había echado el ojo a la ninfa Tetis. El titán le advirtió de que si la ninfa traía un hijo al mundo este sería mucho más fuerte y poderoso que su padre. Zeus temeroso de verse destruido (tal como él mismo hizo con su padre Cronos) prefirió dejar a la ninfa en paz y liberó a nuestro querido protector de sus cadenas. ¿Era real la advertencia que Prometeo hizo? Claro que sí. La ninfa contrajo matrimonio con Peleo y tuvo un hijo con él: Aquiles, que fue mucho más grande y poderoso que su padre, y además uno de los héroes griegos por antonomasia.
Y no fue la última vez que Prometeo ayudó al hombre, sino que también se le atribuye una intervención en el mito del diluvio universal (griego). Zeus, decidido una vez más a terminar con la humanidad, ordenó a su hermano Poseidón, dios de los mares, que inundase el mundo porque nada bueno había en nosotros. Prometeo llamó a su hijo Decaulión al que ordenó que construyese un barco (¿os suena de algo?) con su mujer Pirra. Lamentablemente no llevaron animales ni otras personas consigo, pero cuando cesó la inundación, fueron a buscar a Prometeo (que estaba todavía encadenado) y les habló de que tirasen los huesos de sus madres tras sus espaldas. Como eso nos les parecía muy digno, decidieron hacer una interpretación menos literal y lanzar los huesos de la madre tierra, entendiendo que eran piedras y así crearon de nuevo a la humanidad. De las piedras que lanzaba Pirra nacían mujeres y de las de Decaulión hombres. Piedras duras, origen de nuevos hombres y mujeres expertos en penurias y sufrimiento, que fueron salvados una vez más por el amoroso Prometeo.
En la tragedia Prometeo encadenado (siglo V A.C.), atribuida a Esquilo, se atribuye a nuestro heroico titán no sólo el robo del fuego, o la elección de qué se debía sacrificar a los dioses. También era él quien enseñó a los hombres a construir casas de ladrillo y madera; someter a los animales a la yunta; cruzar mares en barco y leer los cielos de modo que pudieran recolectar y sembrar en las estaciones adecuadas. Inventó los números y las letras, la medicina, la interpretación de sueños y presagios. También nos enseñó técnicas de minería para extraer tesoros de la tierra. Sin embargo, es Zeus el dios al que adoraban los griegos; nada se dice de Prometeo que amó con tanta pasión a estos pobres e imperfectos seres. Sinceramente somos una panda de desagradecidos mitológicos y no nos merecemos el fuego que tenemos.