Putas y latinas

El prostibulario es un género en sí mismo. El burdel de «El roto» mantiene la miseria, la desesperanza, la pobreza vergonzante que hay en el de «La colmena» de Cela, la tragedia y el aislamiento de «La casa verde» de Vargas Llosa. También la decadencia –condenada al colapso- de «Juntacadáveres», de Onetti. Todo aderezado con un aroma de esperpento valleinclanesco. No está la magia soñadora de las putas tristes de García Márquez, pero tampoco la depravación de la «Marta» de Huysmann.

18 nov 2017 / 08:59 h - Actualizado: 17 nov 2017 / 10:59 h.
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  • Escena de la película que adaptó la novela ‘Memoria de mis putas tristes’. / El Correo
    Escena de la película que adaptó la novela ‘Memoria de mis putas tristes’. / El Correo
  • Portada de ‘El Roto’. / El Correo
    Portada de ‘El Roto’. / El Correo
  • Portada de ‘La casa verde’. / El Correo
    Portada de ‘La casa verde’. / El Correo
  • Portada de ‘Juntacadáveres’. / El Correo
    Portada de ‘Juntacadáveres’. / El Correo
  • Portada de ‘Memoria de mis putas tristes’. El Correo
    Portada de ‘Memoria de mis putas tristes’. El Correo

Joaquín Edwards Bello. EL ROTO

El roto es uno de los personajes del paisanaje chileno, es el desastrado, el pobre, el miserable, la última clase social, situada por debajo del proletariado urbano y del campesinado pobre.

El roto es el hilo conductor de esta novela, el protagonista es un burdel. Su trasfondo, son los sórdidos barrios marginales de la capital, Santiago.

Joaquín Edwards se adentró para escribir esta novela en la marginalidad, o mejor dicho, se instaló en la marginalidad por azares de la vida y como consecuencia, o como exorcismo, escribió esta novela. Lo hizo con un profundo sentido moralizante y causó un escándalo con su publicación, que no convenía nada a la sociedad burguesa y biempensante del país, partidaria como pocas de la hipocresía y del mantenimiento de la suciedad bajo la alfombra. Además, el escritor procedía de ese sepulcro blanqueado de próceres, de arraigada estirpe europea, que se sintieron traicionados, heridos, por el retrato que de ellos hace en la periferia de la narración, y que la muestra como una clase parasitaria e insensible.

El prostíbulo «La Gloria» es un micromundo de hembras resistentes, jóvenes rateros, y exiliados alcohólicos, que solo intentan sobrevivir y ni aun lo consiguen por completo. Los retratos de las mujeres son entrañables a pesar de la suciedad que las rodea, física y mental.

Pero hay un hecho diferencial, que podríamos denominar nacionalismo de lo marginal, una pretensión de espejo deformante de la sociedad chilena, un retrato que quiere ir más allá y se adentra en una tesis revolucionaria. En la búsqueda de una identidad nacional, difícil de consolidar en ese país estrecho, habitado por seculares indios belicosos, criollos descreídos, y remotos inmigrantes europeos.

Mario Vargas Llosa. LA CASA VERDE

La Casa Verde es la casa de putas de una remota ciudad peruana, atrapada en una lluvia discontinua de arena, en ella moran las habitantas. La Casa Verde es también la selva, en la otra parte del relato, oscura, amenazante. Realidad compuesta de mil matices cambiantes, asfixiante y embrutecedora, dentro de ella hay personas que luchan por sobrevivir a ese territorio fronterizo y salvaje. Hay indios.

Para plasmar esas realidades en el papel, Mario Vargas Llosa se sirvió de un lenguaje plagado de localismos, una composición fragmentada y una manera de tramarla, que mezcla los parámetros espacio-temporales y altera los transcursos lógicos de los diálogos. Para mostrar la evolución de los personajes, concibió una novela extensa.

Logra lo que persigue a costa de sumergir al lector en una selva inextricable de palabras y convierte la lectura en un acto de notable compromiso. Difícil.

La novela, que tiene vocación de crear un universo, da la sensación de un rompecabezas inmenso que se va formando poco a poco, y en el que finalmente todas las piezas encajan si la atención y la memoria no han sido vencidas por la fatiga.

Para quien esté muy interesado en la obra de Vargas Llosa, en los temas profundos que toca, que tienen que ver con el desamparo y con el drama de las sociedades criollas, puede ser indispensable una segunda lectura.

Pasados cincuenta años de su publicación, del premio Rómulo Gallegos que la lanzó al universo literario y consagró a su autor, las críticas a la densidad de la narración y la innovación excesiva, se disuelven en el mito que conforma el canon de los escritores del llamado boom latinoamericano y es considerada -y seguramente lo es- de una maestría técnica excepcional por la solidez con la que encajan todas sus piezas.

Como otras obras coetáneas, «La Casa Verde» actuó como un motor de aceleración en la regeneración de la literatura en español.

Juan Carlos Onetti. JUNTACADÁVERES

Escribió Vargas Llosa que en las novelas de Juan Carlos Onetti lo más importante es lo que no se cuenta. Eso ocurre en casi todas las buenas novelas. La dificultad es que el lector sepa identificar la cosa; que renuncie a ello, conformándose con una bruma de cripticidad; que no entienda casi nada, o se resigne a disfrutar de los recursos literarios de lo que comprende. Caso excepcional, «Juntacadáveres» participa de todas esos factores.

Es una novela compleja, de doble lectura, difícil en su totalidad, pero que sin embargo deja traslucir –como rumores- el tema, unos sentimientos, una historia, unos personajes, y una composición de lugar.

Onetti establece una batalla entre la luz y las tinieblas, entre la libertad y el fanatismo. Defienden los conceptos luminosos los locos, las putas y los chulos; y los oscuros la convencional gente corriente. Dibuja una ciudad metafórica que hará historia en la literatura, recalcitrante, conservadora, oscurantista, y opuesta a la modernidad, en la que penetra como un ariete la carne del burdel: tres putas viejas.

El argumento se hace difícil de seguir porque se alternan dos voces narrativas con diferentes intenciones. Pero nos impregna a través de ellas la tristeza, el desasosiego, la ausencia de esperanza de ese poblacho anclado a un río barroso, lejano de la capital, donde cumplir con las normas significa abandonar toda esperanza.

El sacerdote representa la intolerancia, los gobernantes la corrupción, los habitantes la hipocresía, el proxeneta Juntacadáveres cierto idealismo romántico, y sus putas la inocencia, en una contradanza cuyos pasos alteran provocadoramente la moral común.

La novela no se puede escapar de un realismo, menos mágico que ocultista. De una veta suramericana de cursos de agua, de sociedades adormecidas, de ferroviarias estaciones desoladas, pueblos quiméricos, y personajes pertinaces.

Contrariamente a lo que dicta la buena literatura, nada cambia para los personajes -salvo para Jorge Bergner- que terminan la novela casi como la comenzaron. Como si a pesar de haberse producido un temblor de tierra, una conmoción, no hubiese ocurrido nada.

Gabriel García Márquez. MEMORIA DE MIS PUTAS TRISTES

Los mejores escritores, los que nos guían en este afanoso camino de la vida, no le temen a nada. Eligen los temas sobre los que trabajan, aportando a cada uno de ellos sus vivencias, los conocimientos adquiridos, y las reflexiones de su experiencia. Se enfrentan a los tabúes, marcando una enseñanza de vida.

El amor es un asunto recurrente, pues dicen que mueve el mundo. La prostitución como oficio -los hombres que usan de ella, las mujeres que la padecen- trasciende en ocasiones el mero intercambio remunerado, y ha sido tratada -con sus claroscuros- en obras inmortales como testimonio alternativo a la moral establecida, y de los recursos de la marginalidad para sostener sus penas. Grandes autores han modelado sus matices, interrogándose sobre sus propias situaciones morales, pretendiendo fijar los límites de lo aceptado para cada uno en particular, intentando explicarse a ellos mismos cómo y porqué. Acusándose y defendiéndose, admirando y arrepintiéndose, amando –por qué no- y odiándose

Los genios que llegan a viejos nos han transmitido lo que significa envejecer, la tristeza, la ternura, el miedo y la nostalgia de un tiempo mejor, en la desesperanza del futuro. Muchos menos son los que se han atrevido a entrar en las aguas procelosas de los límites de edad que épocas, sociedades, religiones, o geografías, le han marcado al sexo.

Aquellos que han trabajado como periodistas concienciados, vocacionales, suelen defender con uñas y dientes su trabajo, de cuyo traje les resulta difícil deshacerse. Al menos esto era así hasta la llegada de esta sociedad intercomunicada que ha desbaratado las jerarquías.

Gabriel García Márquez se atreve con todo eso, y con más, en una exquisita novela de madurez, en todos los sentidos. Su manera de escribir es un crisol de razas, herencias y naciones, que destila sabiduría y serenidad.