‘Rebelde sin causa’, la huida imposible

La poderosa dirección de Nicholas Ray, su inspirada utilización del color y el original guion firmado por Philip Yordan hicieron de ‘Johnny Guitar’ uno de los ‘westerns’ más extraños, líricos y bellos de la historia del cine. Es además, para muchos admiradores de Ray, su mejor obra.

15 abr 2015 / 18:41 h - Actualizado: 15 abr 2015 / 18:45 h.
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  • James Dean y Natalie Wood, actores principales en ‘Rebelde sin causa’.
    James Dean y Natalie Wood, actores principales en ‘Rebelde sin causa’.
  • ‘Rebelde sin causa’, la huida imposible

Rebelde sin causa (Rebel without a cause, 1955) es, tal vez, la más famosa de las películas que filmó Nicholas Ray. Algunos han afirmado que el cine moderno norteamericano nació con ella. Y es posible que así fuera. Al menos, una nueva forma de narrar irrumpía con fuerza y terminaría influyendo en muchos directores que pretendían encontrar fórmulas alternativas a lo que se había hecho hasta ese momento.

La película comenzó a rodarse en blanco y negro y en formato Cinemascope, pero la dueña de la patente del formato panorámico obligó a Ray y a su fotógrafo (Ernest Haller) a volver a empezar utilizando el Warnercolor. Una pena porque artísticamente la película perdió lo que podría haber sido un elemento fundamental. A pesar del excelente uso que Ray hacía de los colores, Rebelde sin causa apestaba a blanco y negro. Eso sí, el formato panorámico le permitió a Ray dar una lección de cómo podía utilizarse un recurso que otros directores tacharon de chapuza. La escena primera con el protagonista tumbado en el asfalto, o los encuadres que consigue a continuación para que los tres personajes principales queden unidos para siempre (todos están en la comisaría por distintas razones), son una muestra de las posibilidades de una forma de rodar que muchos desecharon.

Nos encontramos con temas recurrentes en la obra de Ray: violencia, abandono frente a la falta de comprensión de los problemas íntimos, la crítica a una sociedad puritana en la que no hay sitio para los jóvenes, la comprensión con el que no encuentra un hueco fundamental para su progreso como persona. Nos encontramos con un cine en el que la dirección actoral –reminiscencias del trabajo de Kazan– se fundamenta en el código interpretativo usado en el teatro. Ray se afana por encontrar ese gesto que explique la condición humana, la razón por la que el sufrimiento nos modela o el amor nos dibuja con trazo fino. Esta es la razón por la que las interpretaciones pudieran parecer algo histriónicas y desatadas. Pero no, es la cámara de Ray la que busca eso para encontrar un efecto muy concreto ¿Qué es la vida sino la interpretación de nuestro propio relato? ¿Acaso las personas somos estatuas de granito que no movemos un músculo cuando nos lo pide el cuerpo?

Y, también, nos encontramos con la música de Leonard Rosenmann que va matizando cada escena con auténtico poderío. Ese punto homosexual que marca la relación entre Platón y Jim Stark no lo sería tanto sin la partitura sonando. Lo mismo ocurre con la clara referencia al complejo de Electra que nos regalan Judy y su padre. O la magnífica escena en el planetario en el que todo se anega de existencialismo seco y duro (los planetarios eran una afición vieja de Ray). La escena acaba con una frase que cae para sonar como el madero que se desploma sobre el barro: «qué sabrá este de la soledad», dice Platón a Jim refiriéndose al profesor que ha explicado el posible final del mundo y el lugar que ocupa el ser humano en el universo.

El conflicto del adolescente con respecto a la sociedad, a los padres y, sobre todo, a sí mismo, es el hilo argumental que nos lleva al tema central. La soledad y el frío que produce.

Uno de los padres es pusilánime y ridículo (el de Jim); su esposa trata de imponer su orden desautorizando al marido. Y, mientras, el muchacho no se explica cómo no son capaces de darle una solución ante cualquier conflicto. Pide y la respuesta es que su juventud es algo que le impide ver con claridad. Otro de los padres no muestra el más mínimo interés por comprender a su hija. Judy busca escapes en su grupo de amigos. El padre de Platón no está. La madre tampoco. Lo que recibe el chico de ellos es un cheque cada mes.

Y no hay salida. Salvo que se enfrenten los problemas, la vida es imposible. Esto queda claro en la escena en la que los padres de Jim le proponen cambiar de residencia –otra vez– y este se niega con violencia.

El mito del padre se desmorona. La comodidad burguesa se desmorona. El universo entero parece desintegrado.

Los jóvenes comenzaban a disfrutar de la música de Elvis, de Chuck Berry; de la literatura de Jack Kerouac, cuando Ray estrenó Rebelde sin causa. Y con la película se construyó definitivamente el mito James Dean. Después de finalizar el rodaje, dijo que no sería capaz de dar más de sí. El joven rebelde que vestía con los colores de la bandera norteamericana moría poco después en un accidente de tráfico.

Ray, que siempre se sintió interesado por el mundo adolescente, construyó una intensa relación con el actor y eso dio como fruto una interpretación que, sin ser nada del otro mundo, sí se ceñía a lo que el realizador quería mostrar.

Natalie Wood y Sal Mineo arrancaban, al mismo tiempo, como actores con un sitio asegurado en el panorama cinematográfico de la época.

¿Ha envejecido mal la película? Digamos que esos rebeldes que nos presenta Ray serían, hoy en día, unos ñoños bastante pijos cuya rebeldía sería superada por cualquier empollón de instituto, que algunos diálogos quedaron desfasados hace algún tiempo y que la cultura visual no casa bien con la actual. Sin embargo, la forma de hacer cine de Ray está por encima de todo lo que inevitablemente se tiñe de anacronismo.

¿Tiene la película problemas narrativos? Sí, los tiene y no podemos negar la evidencia. Pero cuando el cine consistía en rodar una película sin ordenadores en cada esquina, cuando el cine reposaba sobre otros fundamentos, se pasaban por alto detalles que no restaban al conjunto y al fin. Ese no era otro que explicar el mundo y no construirlo con programas informáticos de última generación. Era mucho más atractivo rozar el territorio prohibido que pintarlo más lejos para solventar el problema.

Ray era cine y el cine estaba pegado a Ray. Como nosotros al mundo. La gracia está en asumirlo.