Reconstrucción de una masacre

Reconstrucción de una conmoción vivida en la capital de Noruega, vista con ojos y corazón de allí. El resultado es un trabajado documento del caos que vivió la población nórdica

25 oct 2018 / 23:29 h - Actualizado: 25 oct 2018 / 23:59 h.
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  • Andrea Berntzen en una escena de la película. / El Correo
    Andrea Berntzen en una escena de la película. / El Correo
  • Cartel de la película ‘Utoya; 22 de julio’. / El Correo
    Cartel de la película ‘Utoya; 22 de julio’. / El Correo

Basada en hechos reales. Oslo 2011. Andrew Berwick detonó un coche bomba en la capital de Noruega, frente al Parlamento, con un saldo de ocho muertos. Procedió al tiroteo indiscriminado en la isla cercana de Utoya; las víctimas fueron más de 600 chavales que estaban acampados. «Utoya, 22 de julio» de Erik Poppe, que fue periodista de la agencia Reuters, trata de reconstruir documentalmente y con actores (el principal atrevimiento es hacerlo en un único plano secuencia) el segundo de los acontecimientos desde el punto de vista de una adolescente, que primero intentando ayudar a su hermana algo díscola o despreocupada, y después tratando de salvar a sus amigas, para terminar intentando sobrevivir ella sola, cuenta la historia de cómo los gobiernos de ultraderecha en Europa desde entonces, no son lo mismo o lo que muchos imaginaban.

Aquel 22 de julio, Berwick era miembro de esa ultraderecha que quería eliminar al Partido Laboralista noruego mediante una escenificación del día del Juicio Final. Una escenificación real que desde un fanatismo que odiaba lo gregario, le tuvo a él como autor real de una masacre sin precedentes en nuestra actualidad.

La película no muestra una Utoya idílica, como no podía ser de otro modo, y ese inmenso y largo plano secuencia, empieza ya desde la preocupación de la detonación en la ciudad, con varios chavales siguiendo desde su móvil las noticias en redes sociales, y siguiendo a sus grupos afines, personas y líderes de opinión. Las tiendas de campaña muestran suciedad y desperdicios antes de que empiece un tiroteo, que sólo por el sonido que consigue el equipo de Vidar Grande, así como la sensación de agorafobia en el espacio escénico, propiciada por el uso de la cámara al hombro o steady-cam de Martin Otterbeck, resultan sobrecogedores trabajos técnicos.

La enorme cantidad de personajes y figuración que aparece, así como el hecho de ver de refilón en un momento al propio asesino disparar desde un risco con la promesa necesaria de no volver a mirar más, hacen el resto.

Guionizada por Siv Rajendram Eliassen y Anna Bache-Wiig, la emoción que a pesar del desdibujamiento que en muchas ocasiones acusa la acción, resulta tremebunda y nos lleva a experimentar a través principalmente de los personajes de Kaja y Magnus, interpretados por Andrea Berntzen y Aleksander Holmen con enorme y cauta solvencia, el horror de lo vivido aquel día.

Pocos acontecimientos y noticias merecen un filme de estas características, narrado desde la humildad y la voluntad de objetividad mayor posible, sin estridencias, ni ganas de convertir su complejidad en la tradicional historia en tres actos que nos haga ver que somos más o menos hábiles con la dramaturgia.

Se habla poco, pues el aturdimiento ante el simple hecho de intentar hacer un torniquete ya habla por sí mismo. Los escondites que emplean Kaja y sus amigos tampoco sabemos si son los mejores siempre, así como el hecho de ir variando las rutas por donde tratan de huir, ya sea hacia el océano o hacia dentro. Se nos describe una ruta donde cada uno de ellos es un camino sin retorno por infranqueable, y donde la vida bien poco vale ante el exceso de metralla.