«Sin cultura, el pueblo puede volver a ser plebe»

02 jun 2017 / 14:41 h - Actualizado: 02 jun 2017 / 14:49 h.
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{Reconocido y valorado como un galáctico de la ilustración en todo el mundo civilizado menos en su país, el florentino Roberto Innocenti ofrece, a sus 77 años, la estampa de serenidad del hombre que llegó a ser lo que soñaba, ayudado por esa suerte que se suele poner de parte de los pertinaces. En un momento que él describe como «de profundo desánimo», llamó a su puerta Étienne Delessert, que es como si uno quiere trabajar en el cine y aparece en el rellano Spielberg. No fue casualidad: Innocenti llevaba tiempo abonando su destino a base de decir que no cuando había que decir que no. Como explica en El cuento de mi vida (Kalandraka, 2014), acababa de dejar su empleo en una imprenta donde ya se habían olvidado de crear y simplemente intentaban sobrevivir vendiendo «más sudor que trabajo». Él les dejó una nota: «Me voy fuera, y fuera llueve. Sueldo no tendré, pero creo que antes o después también lloverá aquí dentro».

Los editores americanos de Creative Editions comprendieron que estaban ante un fuera de serie, y ahí comenzó a desarrollarse la ya exitosa carrera profesional del toscano. De ella han surgido obras memorables: Las aventuras de Pinocho, Canción de Navidad, La casa, La historia de Erika, La niña de rojo... amén de carteles y otras obras. En sus láminas, Roberto Innocenti concede a los escenarios el rango de personajes. Uno se queda hechizado, maravillado ante el espectáculo de los paisajes, las plazas, las casas y los pueblos que pinta con sus acuarelas. De cada una de esas ilustraciones se podría escribir una novela excepcional. Ahora, con el trabajo de intérprete de Lola Barceló, de la editorial Kalandraka –el sello que ha publicado en España todos los grandes títulos de este autor–, el artista gráfico, que concilia ese talento suyo para la pintura con el de ser políticamente incorrectísimo, cuenta a este periódico algunas verdades de su oficio y un par de cosas sobre la cultura que todo el mundo debería escuchar.

—¿De dónde procede ese amor suyo por el contexto, por los ambientes? ¿Tiene que ver con su infancia, con sus recuerdos de los años de la guerra, o es simplemente una preferencia estética?

—Con la escritura se pueden narrar historias, describir personajes, incluso sus características, su carácter y la profundidad de sus sentimientos concretos, ya sea manteniendo fidelidad al ambiente o todo lo contrario. Pero la misma historia narrada en versión cinematográfica necesita una escenografía real o creada, o de lo contrario se desarrolla en el vacío. Lo mismo sirve para la ilustración.

Yo coloco siempre un entorno para los personajes, una escena, pero esa escena la construyo yo, yo decido qué poner, y pongo allí lo que considero que es útil e indispensable, incluso lo superfluo, porque lo superfluo amplía y describe el tiempo, el mundo natural o construido, ese mundo humano alrededor, sea para informar o para despertar la curiosidad. Porque yo también quiero contar, y debo escoger entre limitarme a lo mínimo o devolver al lector el resultado de mis investigaciones.

Las preguntas son signo de inteligencia, de deseos de saber, de conocer. Las respuestas que se obtienen son peldaños para ascender culturalmente. Como todas las personas curiosas, sé que todavía sé poco, pero lo que sé lo entrego a los demás o lo comparto a través de mi trabajo, que pienso que sea un trabajo destinado a los chicos que miran el mundo de los adultos, para crecer. Intento hacerlo respetando ese tiempo encantado en el que viven los chicos pero evitando las simplificaciones y los infantilismos, porque los chicos lo entienden todo. No creo que sea yo el único entre los ilustradores que se comporta de esta manera.

—¿Cómo es posible que Italia, el paraíso del arte, no valore a sus artistas?

—Italia es un museo en toda su extensión. Su pasado está explotado turísticamente por los parásitos del arte. La manutención, el cuidado y la restauración de este museo extenso que es Italia se produce a expensas de la colectividad. Ni el estado ni las personas individuales invierten para producir bienes artísticos en la actualidad, en producciones culturales. La industria cultural italiana ha sido y es incapaz de explotarme, porque no ve provechos fáciles e inmediatos.

Por lo que respecta al Arte con a mayúscula, manda el mercado con sus mitos. Cuentan los precios astronómicos y los famosos. El éxito no es consecuencia del mérito sino que se produce para apoyar los intereses creados. Sería necesario un mayor nivel cultural, y serían también necesarios políticos de nivel, políticos que estuvieran donde hay que tomar las decisiones, pero los que tenemos en la actualidad, a causa de su incompetencia, promueven lo que el mercado celebra, con poquísimas excepciones. Es justo salvar lo que existe, los museos, el patrimonio cultural, la musealización, pero también una producción que no esté básicamente apegada al mercantilismo de la belleza, y que la función no sea adorarla como si fueran mitos, sino poder elevar un poco el nivel cultural, que está en continua decadencia.

—¿Qué haría falta cambiar para que en nuestros países se valorase debidamente el talento propio, a sus creadores?

—Europa posee las más fantásticas habilidades artísticas y culturales del mundo, pero solamente decide la economía; la cultura cuenta lo mismo que ponerse una gardenia en el ojal. Yo mismo podría crear escuela y producir valor añadido incluso para el turismo, ocupando a jóvenes europeos en un proyecto, una expansión de un trabajo que ya realicé años atrás para el Ayuntamiento de Florencia, pero que durante 16 años (y dentro de poco hará 17) ha resultado ignorada, y que sería un buen proyecto válido para todas las ciudades de arte de Europa, que son la mayoría. Las propuestas existen, pero ¿dónde están las competencias para seleccionar y escoger las válidas, y descartar las que son insensatas?

En mi ciudad, la que se considera cuna del arte y de la cultura, Florencia, se ha expuesto sobre la escalinata del Palazzo Vecchio una demencial escultura cubierta de oro de la mítica fábrica de arte Koons & Cía. y además un cráneo revestido con diamantes haciéndolos pasar por arte moderno, aunque a lo mejor estos objetos no resulten comprensibles para el resto de los mortales.

—La llegada providencial de los americanos a su estudio fue el milagro que sueña todo artista. ¿Qué aconsejaría a quienes hoy quieren dedicarse a la ilustración o, en general, al arte? ¿Que resistan hasta que llame a su puerta un Delessert? ¿Irse a América? ¿Cambiar de planes?

—Bueno, tal como están las cosas actualmente, cambiar de oficio. Porque el único valor que impera hoy día es ganar dinero. La ilustración, tal como está gestionada por el tipo del sector editorial de cantidad, no da ni siquiera para sobrevivir, a menos que uno quiera fabricar cosas, productos editoriales, independientemente de la calidad, o sea lo que entendemos por un best-seller. En cambio, los proyectos editoriales de calidad se tienen que enfrentar con un nivel cultural que al menos, por lo que se refiere a mi país, Italia, es un nivel cultural que va en caída libre. Y también con la escasez de lectores. Evitar que estos proyectos editoriales de calidad sean marginados en la distribución e intentar atravesar muchas fronteras con las coediciones.

Yo la verdad es que tuve mucha suerte de ser descubierto por John Alcorn y Etienne Delessert, de Creative Editions [la editorial de Minesota con la que publica desde sus primeros tiempos]. Se necesitarían muchas editoriales de este tipo.

Todos los editores deberían ser empresarios, lo que significa invertir y apostar por la calidad de sus productos, y a menudo estos editores no son emprendedores, no saben lo que hay que hacer. Pero también los ilustradores deberían ser sus propios empresarios.

La ventaja de la ilustración es que no requiere traducción, nace global, a diferencia de la escritura. EEUU tiene algún buen editor, muchísimos malos y otros potentes y comerciales, hay enanos y gigantes. Excepción aparte, la actividad editorial estadounidense es más variada que la europea.

—¿Un veinteañero con el último ordenador del mercado pero sin ningún libro en su casa es un diseñador gráfico?

—Lo que hace a un buen diseñador gráfico, lo que le permite alcanzar niveles de excelencia, es la cultura y el conocimiento de los materiales. El instrumento viene después. El mejor ilustrador con ordenador puede ser el peor diseñador gráfico si no conoce profundamente su instrumento de trabajo.

Esto vale también para los que utilizan los mejores colores, el mejor papel, los mejores pinceles y las mejores fuentes tipográficas, pero si no tienen las ideas, la capacidad manual, la cultura y la sensibilidad, no sirve para nada. Lo que sucede es que hoy interesa el resultado, no los medios a través de los cuales se obtiene ese resultado. Hay ilustraciones muy feas que se han realizado con técnicas tradicionales, pero también las hay muy feas que se han hecho con el ordenador.

Muy a menudo el medio electrónico se utiliza para crear rápidamente gráficos e imágenes que se justifican porque las pagan poco y permitir que haya tiempos de trabajo cada vez más breves, con lo que se hacen trabajos más banales. Los resultados ya se ven, los tenemos alrededor.

Al comienzo de la era del ordenador, que en Italia llamábamos todos cerebro electrónico, los estudiantes creían que encontrarían allí dentro todas las ideas que necesitaban, y perdieron un montón de tiempo buscándolas entre los efectos y las prestaciones.

—Algunas de sus ilustraciones son verdaderos retos arquitectónicos. ¿Cómo se prepara para ilustrar una novela, un cuento? ¿Qué pasos son fundamentales? ¿Viajar al lugar, hablar con sus gentes, ver las obras de sus artistas...?

—Naturalmente, cada uno tiene su propio sistema de investigación, del que depende el resultado. Hay textos exigentes en términos de documentación, otros que exigen menos dedicación, e incluso los que dejan mucha libertad a la interpretación, la creación subjetiva. Para los libros en los que hay referencias históricas, es necesario tener una buena biblioteca o saber dónde ir a buscar ese referente, ya que la documentación es básica. Lógicamente, esto vale para todas las historias ilustradas, pero parece necesario, es más, obligatorio, en la literatura clásica, en las novelas, donde la época y el ambiente deben estar perfectamente documentados, y no de forma aproximativa. Para la dickensiana Canción de Navidad me ayudaron muchísimo las ilustraciones de Gustave Doré, y el editor inglés Jonathan Cape.

Describir todo el mundo de alrededor, ampliar la escena significa informar al lector, confirmarle lo que ya sabe, o despertar su interés por lo que no sabe.

Los chicos son, o deberían ser, exploradores curiosos. Ciertamente, viajar contribuye a nuestra formación. Pero también leer. La buena literatura ayuda a la fantasía y a la creación de personajes no estereotipados, a superar la formalidad del manierismo y a no quedarse uno prisionero de la estética como un fin en sí misma.

Hay ilustraciones científicas, antropológicas, arqueológicas, históricas, técnicas, que ciertamente necesitan de una buenísima documentación, porque están destinadas a convertirse ellas mismas en documentos.

—¿Qué técnica utiliza para sus ilustraciones?

—Empecé a trabajar con la tinta china, con el blanco y negro, luego con tintas de colores sobre todo para hacer los silueteados. Utilicé también las acuarelas para rellenar, para colorear. Y luego he trabajado solamente con las acuarelas. Con estas técnicas hice algunos libros, carteles, cómics que nunca se han publicado, y diversas aplicaciones. Pero disponía de un papel muy bueno que la tecnología moderna, el mercado e incluso la lucha medioambiental han eliminado. Aprecio y uso desde siempre la témpera, que debe cubrir bien, para que la luz se quede encima, que es justo lo contrario que en la acuarela, donde la luz se transparenta. Se puede ilustrar mediante cualquier técnica, lo importante es, al igual que en los cómics, contar. Las técnicas son todas las de la pintura, tales como pinturas al óleo, acrílicos, líquidos y en barra, pasteles, ceras.

Creo que cada historia escrita sugiere cómo quiere ser mostrada, tanto en la manera como en la técnica. También puede adaptarse el estilo al servicio de texto. Hay dos maneras de ilustrar: utilizar siempre, una vez que uno lo ha encontrado, su estilo particular, y de esta manera el autor se hace fácilmente reconocible, y esto lo acerca a la popularidad. La otra forma es la que prefiero: cambiar el estilo siguiendo las sugerencias del género que tengo que ilustrar. Es menos reconocible, pero más divertido, más estimulante. Me refiero al comportamiento cinematográfico que seguía Stanley Kubrick.

—¿Qué lecturas (y qué pinturas) han marcado más su trayectoria como artista?

—He leído muchas narraciones, sobre todo la Historia con mayúscula, y cualquier otra cosa sin importar el género, sino la calidad de la escritura. He leído siempre de una manera no especulativa, para saber, para conocer y para entender, pero también he leído por placer. La lectura pone en marcha la invención, pero también el cine de calidad, que enseña a ir donde uno quiere ir. Mi trayectoria tiene fundamentos que van desde el Pato Donald de Carl Barks, a la línea clara de Tintín de Hergé, de Juillard y Vittorio Giardino.

Mi dibujo, incluso lo que yace bajo el color o parece confundido con otros trazos, es el trazo claro, una línea sutil. Desde luego miré muchísima pintura desde chico, teniendo aquí en Florencia los cuadros de Botticelli, Lippi, Miguel Ángel; más tarde, Velázquez, Degas, Vermeer, Bruegel; pero para entender la calidad de las imágenes modernas, el diseño gráfico y la ilustración, cuando la gráfica italiana era muy, muy localista salvo pocas excepciones, gráficas de ninguna calidad, entonces lo que hacía era mirar lo que hacían en el resto del mundo fijándome especialmente en el Graphis Annual, donde aparecían los mejores artistas seleccionados y publicados gratuitamente por un jurado internacional. Sentí una gran satisfacción cuando una vez me publicaron a mí una página completa a todo color, ¡vamos, me sentí más contento que si fuera Milton Glaser!

—Ha retratado Londres y Florencia, dos ciudades absolutamente literarias. Qué libros le gustaría haber ilustrado para poder hacer lo mismo con otras ciudades?

—En realidad he propuesto un Londres de Dickens que ya no existe, y me ayudó mucho Gustave Doré, quien la retrató como reportero moderno. Florencia nunca la he retratado; lo que retraté fue una Toscana secundaria, que todavía existe por algún lugar pero que es necesario ir a buscarla, más allá de las tumbas etruscas, de los puentes medievales e incluso de los desolados pueblecitos y abandonadas casas de campo.

Ciudades literarias hay muchas, cada una con su propia atmósfera. La que he diseñado en torno a Caperucita Roja no existe, es un no lugar que en la actualidad se encuentra en cualquier lugar del mundo, donde está lo peor de lo peor.

—La realidad política mundial es muy delicada: el auge de los populismos, el resurgimiento de la ultraderecha, la falta de respeto a los derechos y libertades conseguidos durante décadas, la intolerancia, Trump en EEUU... A usted, que vivió la Italia fascista y las consecuencias del horror, ¿qué impresión le produce la escena actual? ¿Teme que puedan volver tiempos funestos?

—Sin cultura, conocimiento ni memoria histórica, el pueblo puede volver a ser plebe; puede desaparecer el ciudadano, perdiendo todos los derechos sociales adquiridos o conquistados con luchas a lo largo de la historia, la evolución cultural y hasta las revoluciones. Se puede volver al fascismo disfrazado de cualquier otra cosa, y detrás en el tiempo se puede volver aún hasta la Edad Media tecnológica.

La ciencia y el crecimiento, sin bases culturales, no garantizan la democracia, la justicia social y ni siquiera la civilización. Si la política hoy en día es esclava de la economía, la economía y las finanzas, que solo buscan el máximo beneficio inmediato, y que del trabajo ve solamente el costo, y escoge lo mínimo, vamos directamente hacia la sumisión y la esclavitud. ¿Qué interés puede tener el poder efectivo por la belleza, la cultura? Desde hace algún tiempo se nota un creciente desprecio por los intelectuales, por los periodistas, por los directores independientes, por los libros antipáticos.

Un preludio de todo esto fue el fascismo. La decadencia de la política comenzó cuando más que un sacrificio, una vocación, se convierte en un oficio, y los que resultan elegidos son los más fieles, los portavoces, los parásitos, los que llevan las carteras sin que exista una distinción neta entre los programas de gobierno. Si el único valor para cada uno de nosotros individualmente y en soledad es el dinero, y el único propósito es el medio para obtener ese dinero, la verdad, si esa tiene que ser nuestra única salvación, todo esto nos lleva solamente al miedo.

Trump fue elegido democráticamente por el miedo y la ignorancia, lo cual demuestra que la democracia puede matarse a sí misma. Ya sucedió en Alemania en 1933.

Dos niños malcriados, con peinados extraños, que juegan a los soldaditos de plomo con bombas atómicas, ¿hacen reír o dan miedo?

Pero estábamos aquí para hablar de ilustración. ~