So long, Leonard
Parece que el año 2016 será recordado por la pérdida de artistas importantísimos. Leornard Cohen es uno de esos que ha acompañado a cientos de miles de personas durante años, llenando de poesía sus vidas, arropando con fusas y corcheas los buenos y malos momentos de cada uno. Y en Aladar no podíamos dejar de despedir a Cohen aunque fuera de una forma modesta. Aunque sincera. Muy, muy, sincera.
Si me permiten, voy a empezar con un recuerdo. Corría el año 88 y era el cumpleaños de mi hermana mayor. Mi otra hermana más pequeña y yo habíamos oído decir que le gustaba el nuevo disco de Leonard Cohen, así que juntamos el dinero de nuestras huchas y se lo regalamos. Por aquel entonces yo no había escuchado a Leonard Cohen, ni sabía quién era. Cuando me dejaban, me pasaba el día, en la habitación de mi hermana sentada en su moqueta roja y poniendo discos. Escuché I´m your man y quedé maravillada. Recuerdo la portada, tan sobria; la voz, también sobria; las canciones... First we take Manhattan, Ain´t no cure for love... Y Take this waltz traducción libre del que pronto sería también mi poeta favorito, Federico García Lorca. Para mí, hubo un antes y un después desde ese disco, me emocionó, me erizó la piel por primera vez. Me aprendí todas las letras y creo que llegamos a rayar el vinilo de tanto ponerlo, de tanto mover la aguja de una canción a otra. Este es mi gran recuerdo del Señor Cohen.
LA VOZ
¿Por qué Leonard Cohen tenía esa capacidad de emocionar con su música y sus letras? Pues seguramente porque nacían de dentro, de sentimientos muy humanos, de equivocaciones, del anhelo de libertad, del desamor. Y de la lectura. Leonard era un gran lector. En un principio se formó con textos de autores ingleses, de hecho se graduó en Literatura Inglesa en la Universidad de McGill. Pero, como él mismo, dijo cuando recibió el Príncipe de Asturias de las Letras, no era su voz. Un día un quinceañero judío de Montreal entró en una librería y cayó en sus manos un ejemplar traducido de El diván de Tamarit y leyó el poema Gacela del mercado matutino (Por el arco de Elvira/quiero verte pasar/Para saber tu nombre/y ponerme a llorar). Fue así como nació el primer amor de Leonard Cohen, el que a partir de entonces profesó a la figura y a la obra de Federico García Lorca, el poeta que le invitó a vivir en su mundo. Lorca influyó en su forma de escribir, con una poesía cargada de metáforas y guiños al surrealismo. Pero su gran homenaje fue con la canción Take this waltz, versión en inglés del poema de García Lorca Pequeño vals vienés, extraído del libro Poeta en Nueva York. La adaptación le costó sangre, sudor, lágrimas, ciento cincuenta folios y una depresión, pero el resultado fue magnífico, siendo una de las canciones más versionadas del artista. Más tarde vino la colaboración en el mítico disco Omega de Enrique Morente, en el que se versionaron poemas de García Lorca y en el que Leonard Cohen aportó cuatro canciones que se adaptaron al flamenco. Cohen siempre se sintió devoción por el poeta español, tanto que a su hija mayor lleva por nombre Lorca.
LA MÚSICA
Ya tenía la voz, ahora le faltaba la música. Y llegó también de forma casual. Una tarde, paseando por un parque cercano a la casa de su madre en Montreal, escuchó a un joven español tocar flamenco en su guitarra y quedó maravillado. Así sería su música, así quería llegar a tocar, o por lo menos acercarse a ello. Le pidió a aquel chico extranjero que le diera unas clases de flamenco, que al menos le enseñara unos acordes. Acordaron verse todos los días, primero fue un desastre, pero poco a poco Leonard fue aprendiendo y enamorándose se aquellos seis acordes. Un día el maestro guitarrista no fue a la casa, cuando Leonard llamó a su pensión para preguntar por él, se enteró que se había suicidado. Según sus propias palabras, nunca supo de la vida de aquel joven, pero le estaría profundamente agradecido, porque todas sus canciones, absolutamente todas, se basan en aquellos acordes flamencos que un desconocido le enseñó. Ya tenía la música.
LA MUSA
Pero faltaba algo importantísimo si de arte hablamos, una musa. En los años 60 Leonard se refugió en uno de los paraísos hippies del Mediterráneo, la isla griega de Hydra. Allí Leonard Cohen convivió con un internacional grupo de artistas y bohemios. Marianne era una joven noruega casada con un escritor, pero al poco tiempo de nacer su hijo en común, el escritor la abandonó. La leyenda dice que Leonard se la encontró llorando en una tienda de ultramarinos y que la invitó a unirse a su grupo de amistades. Marienne y Leonard comenzaron una intensa relación. El encuentro con Marianne y el ambiente relajado y sencillo de Hydra se sumaron y fue esta la época más prolífica de Leonard. Ya tenía su musa. Le dedicó su libro de poemas Flowers to Hitler y comenzó a escribir canciones. Leonard y Marianne alternaban su estancia en la isla con viajes a Montreal y Nueva York donde se codeaban con la vanguardia del momento. Siete años llenos de altibajos duraron juntos, el amor no fue suficiente para un Leonard demasiado mujeriego, sonados fueron muchos de sus escarceos, entre ellos un sórdido episodio con Janis Joplin en el Hotel Chelsea de Nueva York. Marianne tuvo suficiente y se marchó. Leonard intentó volver con ella y de ahí surgió la canción So long, Marianne. Aunque no volvieron a verse más y cada uno rehizo su vida sentimental por su cuenta, el artista nunca perdió el contacto con su musa, su gran amor. Días antes de que muriera Marianne, le llegó una carta de Leonard en la que nuevamente le confesaba su amor y su cariño y vaticinaba que pronto se reunirían. Y así fue.
Se fue la voz, se fue la musa, pero la música perdurará. Gracias Señor Cohen por tantos recuerdos esparcidos. So long, Leonard. Sit tibi terra levis.