Street Art. Modulaciones urbanas

Cuando la era Reagan finalizaba, cuando el Hip Hop hacía que explotase la realidad en un millón de pedazos, aparecían los primeros graffitis enfrente de las vanguardias neoyorkinas. Una forma nueva de recordar a la sociedad que los jóvenes marginados forman parte de este mundo, una forma de llamar la atención y de reivindicar derechos. Unos años más tarde llegaba a España esa nueva forma de expresión que algunos confunden con puro vandalismo

03 feb 2018 / 08:25 h - Actualizado: 29 ene 2018 / 22:02 h.
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Hace unos días la televisión mostraba a un empleado del metro en Madrid intentando disuadir con un extintor a unos jóvenes que estaban pintando unos graffitis en el vagón. La escena era violenta, y si en un primer momento piensas que la acción suponía un peligro para los chicos a la vez que acto de vandalismo cívico, casi simultáneamente te preguntabas: ¿Por qué así? ¿Nos dan la noticia para que nos produzca un primer instante de rechazo?

Caminar en grupo bajo la dirección de Gabriela Berti, autora de «Pioneros del graffiti en España» nos ayuda a comprender el fenómeno graffitero en las grandes ciudades. Comenzamos la ruta en la Fábrica Lehman, en el ensanche izquierdo barcelonés, un barrio de moda donde cada vez es más cara la vivienda. La Fábrica se había instalado en 1891. Era de una familia judía alemana, tenían la sede en Nuremberg. Trataban de abrir mercado poniendo su interés en la clase social más modesta. Las muñecas de porcelana que fabricaban necesitaban una elaboración que ocupaba a bastantes trabajadores y trabajadoras –la familia Lehmann fue aniquilada por los nazis alemanes y quienes quedaron en Barcelona huyeron por miedo al dictador Franco- . El recinto se conserva como hace años. Recuerdo haber pasado por el mismo hace poco; todavía encontrabas talleres sobrevivientes al desarrollo industrial. Ahora el espacio se ha gentrificado y ofrece alquileres para artistas y arquitectos. Las ciudades cambian y la modulación urbana está en constante movimiento. Gabriela Berti nos invita a caminar por las calles colindantes para apreciar los abundantes graffitis.

Caminar es muy saludable, sobre todo si no tienes prisa y cambias la mirada de los lugares acostumbrados. Recordé haber leído que Virginia Woof , paseando por Tavistock Square, encontró la inspiración para escribir «Al Faro»; Baudelaire paseaba por los pasajes parisinos. La ciudad está llena de códigos, de pistas, de trazos que apenas vislumbramos. Nos dirigimos de un lugar a otro sin pensar dónde estamos. Creemos que la obra de arte debe estar encerrada en un espacio, que los cuadros deben estar pintados dentro de un marco, que los árboles alguien pensó en ponerlos y nos olvidamos de su necesaria presencia. Lo que pensamos genera nuestra realidad, pero no es la única. A través de las vanguardias rusas -el poeta Mayakovski fue el creador de eslóganes breves y directos en los espacios- supimos que el arte debía salir de lo museos.

El arte era un bien concebido para la burguesía. Ahora es para las multitudes y se ha convertido en un fenómeno de masas. Pero continuando con lo que decía, comenzaron a surgir grandes murales con claras consignas políticas, los murales en Cuba o en la Ciudad de México fueron un capital ideológico de primera magnitud. Acostumbrados a los grandes carteles publicitarios no nos damos cuenta de la constante emisión de mensajes que nos invaden cada día. En las paredes de las ciudades encontramos murales no solo publicitarios, son consignas dirigidas a la clase política. Cada vez hay más artistas de lo efímero. Los graffitis dejan la señal de su autor o autora, hay que saberla reconocer, puede llegar otro y pintar encima mejorando el anterior; existe un código que se respeta. Nacieron a contracorriente de las vanguardias neoyorquinas a finales de la era Reagan, en los años setenta en Estados Unidos junto al Hip Hop, en los barrios más pobres. Los jóvenes sin formación académica comenzaron a dejar sus señales con la voluntad de visualizar su descontento. Es una llamada de atención, una manera de decir: estamos aquí.

A España llegaron más tarde, en la década de los ochenta. Podemos verlos en muchos formatos. Hay firmas anónimas en las paredes que dejan como señal un círculo o flechas en cualquier dirección, sin intencionalidad alguna, solo la de dejar la huella y jugando con la identidad puesto que suelen ser efímeras y se crean en los lugares más degradados y en soportes móviles como el tren, el metro, o cualquier camioneta. Los escritores graffiteros no actúan por una misma razón, utilizan sus firmas (tag) para identificarse, pueden también ser letras o muñecos. Como dice Gabriela, hay gente que piensa que los graffitis son vandalismo sin cuestionarse si las publicidades de tamaños bestiales en el espacio público, o la publicidad de las mismas instituciones públicas, ejercen una violencia visual e imperativa sobre los ciudadanos.

Los graffitis nos increpan, nos mueven para decirnos que en la ciudad existen, que no están dispuestas a mantener el orden impuesto bajo la idea de una ciudad higienista, un arma de doble filo. Varias iniciativas cuyo objetivo es la gentrificación del barrio hacen todo lo contrario –ha sucedido en el Raval, en Poble Nou, o en Lavapiés y Malasaña en Madrid-. La denuncia contra el capitalismo y las desigualdades sociales que reflejan los graffitis, es un arma política para los excluidos, pero también es utilizada por los especuladores. El propio ayuntamiento en alianza con empresas interesadas llaman a graffiteros que convertirán las paredes en piezas que deben ser remodeladas y romantizadas, además decoran puertas, persianas comerciales, escaparates. El barrio se va llenando de peluquerías hipster, tiendas de alimentos ecológicos, negocios vintage, a la vez que los vecinos de toda la vida tienen que irse a barrios más lejanos, si es que pueden, para dejar sus casas a los siguientes inquilinos de amplio poder adquisitivo. Después llegará la inversión pública y donde había un descampado con jeringuillas veremos un huerto ecológico.

Los graffitis dejan la señal de su autor o autora y hay que saberla reconocer. / Concha García

Cada vez hay más artistas de lo efímero. / Concha García

La ciudad está llena de códigos, de pistas, de trazos que apenas vislumbramos. / Concha García

Hay gente que piensa que los graffitis son puro vandalismo sin cuestionarse si las publicidades de tamaños bestiales en el espacio público ejercen una violencia visual e imperativa sobre los ciudadanos. Concha García