Tamara de Lempicka, icono del «Art Decó»

28 ene 2017 / 12:40 h - Actualizado: 27 ene 2017 / 12:29 h.
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  • Las obras de Tamara De Lempicka alcanzaron un valor extraordinario tras su muerte. / El Correo
    Las obras de Tamara De Lempicka alcanzaron un valor extraordinario tras su muerte. / El Correo

Si una pintora representó como nadie el estilo art-decó, en los años veinte y treinta del siglo pasado, fue Tamara de Lempicka. Su nombre nos recuerda un mundo de riqueza y sensualidad en el que se movió como pez en el agua. Su vida fue intensa, llena de luces y sombras, ordenada por una actividad frenética en todos los sentidos. En 1980, sus cenizas fueron arrojadas al cráter del volcán Popocatépetl desde un helicóptero.

Los biógrafos de Tamara de Lempicka no se ponen de acuerdo sobre si nació en 1898 o en 1902 (incluso 1906), ni siquiera en si lo hizo en Varsovia o Moscú. No sé si la diferencia de edad se debería a un acto de coquetería (no sería la primera persona que se quita años de cara al público), ni el tipo de conveniencia que le llevaría a no definir su lugar de nacimiento. Algunos dicen que fue su odio al comunismo el que le llevó a renegar de su nacimiento en Rusia. Nacida en el seno de una familia muy rica, su nombre original era Tamara Gurwik-Gorska, fue educada en internados elitistas de Suiza y Polonia. Sus padres se divorciaron cuando era muy pequeña y se fue a convivir con su abuela materna. Se baraja la posibilidad de que su padre se suicidara al poco tiempo del divorcio, pero poca cosa más ha trascendido de este abogado judío, parece que se hubiera desvanecido. El segundo matrimonio de la madre de Tamara provocó un rechazo total por parte de la muchacha que se unió aún más a su abuela.

Desde su infancia demostró talento para la pintura y por eso a los once años ingresó en la Academia de San Petersburgo para comenzar su formación, a pesar de que entonces nadie soñara si quiera que fuera a dedicarse al mundo del arte de forma profesional. No dejaba de ser un entretenimiento. En 1916 se casó con un abogado polaco muy rico, Tadeusz Lempicki, adoptó su apellido y parecía feliz. Llevaban una vida disoluta y frívola, inmersa en fiestas y ostentación. Tamara siempre se sintió atraída por el poder y el dinero.

Cuando en 1917 estalla la Revolución rusa, su marido es detenido por los bolcheviques, Tamara logra sacarlo de la cárcel y se exilian, evitándose gran cantidad de problemas. Pasan por Copenhague, pero finalmente recalan en París, donde no podían mantener el mismo ritmo de vida que habían tenido y es entonces, cuando ella comienza a desprenderse de joyas y, al tiempo, a tomarse en serio su talento pictórico. Retoma sus estudios y recibe clases de grandes maestros. Valiéndose de su educación consigue fácilmente encargos realizados por la alta burguesía parisina y la aristocracia. Realiza retratos de personas influyentes de la época y es cuando incluye la partícula «de» en su apellido, pretendiendo tener una pátina más aristocrática. Su pintura es sobre todo figurativa y no sólo son retratos de poderosos, también dibuja a su familia, amigos y a alguna que otra prostituta a la que contrata para hacer cuadros rompedores para la época.

Sus pinturas son sensuales, hombres y mujeres muy hermosos, pintados con colores claros, con cierta influencia cubista muy tamizada. Durante los años veinte no deja de trabajar, labrándose una reputación importante como retratista. Comienza a consumir cocaína, para poder trabajar a tope y, al mismo tiempo, llevar una vida bohemia. Participa en orgías con hombres y mujeres, apartándose cada vez más de su esposo y su hija. Y es que había tenido una niña (unos dicen que en 1916 y otros que en 1923; se ve que lo de cambiarse la edad era algo que se repetía en esa familia) llamada Kizette. Con ella mantuvo una relación tormentosa durante buena parte de su vida. Cuando era pequeña, negaba ante sus conocidos y clientes que fuese hija suya y en sus retratos ocultaba el nombre de la pequeña haciéndola pasar por una niña cualquiera. Uno de los cuadros en los que sale Kizette, el titulado «Niña en un balcón» fue el que le proporcionó a Tamara su primer gran premio en la exposición internacional de Burdeos en 1927. Con el tiempo renombró los cuadros y reconoció la identidad de la pequeña.

El distanciamiento hacía su marido debido a sus continuas infidelidades con hombres y mujeres, termina con divorcio de la pareja. Tamara se reconocía abiertamente bisexual y mantuvo una vida muy activa en ese terreno.

Si tenéis la oportunidad de ver alguna foto de la artista en los años treinta, os daréis cuenta de que va ataviada como una gran estrella. En ocasiones lleva un cigarrillo entre los dedos, collares de perlas, pieles en los hombros o un pequeño sombrero negro, cejas muy depiladas y un cabello perfectamente estructurado. Elaboró su leyenda esculpiendo su propia imagen, sofisticada y fría, imagen que no dudaría en plasmar en muchos de sus cuadros. Uno de los más famosos es «Autorretrato en el Bugatti Verde».

La vida profesional de Tamara iba viento en popa, realizaba numerosos trabajos y obtuvo premios en ambos lados del océano Atlántico. En 1933 se casa de nuevo, esta vez con un barón (que también era coleccionista de su obra) llamado Raoul Kuffner que le procuró gran estabilidad económica. Se trasladan desde Francia a Estados Unidos y evitan así el azote de la II Guerra Mundial.

Volcada en su actividad pictórica, sin embargo poco a poco el público le va dando la espalda y eso que ella cambió en los años sesenta su estilo pictórico hacia un ámbito más abstracto, tratando de adaptarse a los tiempos, pero no lo logró. Teniendo en cuenta que comenzó a pintar cuando sus necesidades económicas lo exigieron, tal vez la seguridad económica que le proporcionó el barón provocó que su creatividad disminuyese, o simplemente la gente se aburrió, pues los las tendencias artísticas cambiaron mucho a lo largo del siglo XX.

En el año 1961 fallece su segundo esposo y Tamara se muda a vivir con su hija en Houston, con la que permanecería mucho más unida hasta su fallecimiento. Si durante su época más loca no había dudado en ocultar la existencia de la niña, en los últimos años de su vida, su relación se estrecha y vuelve obsesiva. Esto no impidió que se mudara a Cuernavaca (en México) en 1972 y que amenazara con hacer variaciones en su testamento cada vez que le venía en gana, para controlar a su familia (entiéndase a su hija y allegados) hasta su muerte. Un año antes de su muerte, Kizette se trasladó a México para cuidarla pues estaba muy enferma. Serían ella y el escultor Víctor Contreras (heredero de gran parte de la obra de la pintora) quienes en 1980, arrojaron sus cenizas al cráter del volcán Popocatépetl, desde un helicóptero, tal y como había pedido Tamara. Tras su fallecimiento sus pinturas incrementaron su valor espectacularmente, llegándose a pagar dos millones de dólares por el cuadro titulado «Adán y Eva».

A pesar de que su influencia disminuyó durante varios años, no podemos evitar ver su influjo en el mundo de la música y la moda. Sólo hay que mirar a Madonna durante buena parte de los años noventa, ¿recordáis el vídeo de la canción Vogue? En él salían pinturas de Tamara y la imagen de la icónica cantante, estaba claramente inspirado en la obra y época en la que se había desenvuelto la pintora. También Karl Lagerfeld, Louis Vuitton o Armani, han sido influenciados por la pintora en alguna de sus colecciones.

Su obra es sensual, hermosa, clara y brillante, pero al mismo tiempo distante y elitista. Tamara de Lempicka tiene la virtud de enamorar a muchos y ser cuestionada por otros, que sólo ven en ella una forma decadente y burguesa de hacer figuración decorativa. Pero lo cierto es que a día de hoy continúan realizándose exposiciones de su obra por todo el mundo (Roma, Turín, Corea del Sur) y generan gran interés. El art-decó continúa dejando su huella entre nosotros.

Tamara se reconocía abiertamente bisexual y mantuvo una vida muy activa en ese terreno. / El Correo

«Adán y Eva». / El Correo

«Niña en un balcón». / El Correo