Teatro por ágora, actualidad por antigüedad

En la sala Fernando Arrabal de las Naves del Español, en el Matadero de Madrid, se puede ver, hasta el 28 de febrero, Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano, la obra escrita por Mario Gas y Alberto Iglesias, cuya dirección está en manos del primero.

10 feb 2016 / 16:46 h - Actualizado: 10 feb 2016 / 10:46 h.
"Teatro Aladar"
  • José María Pou encarna a Sócrates. / El Correo
    José María Pou encarna a Sócrates. / El Correo
  • Carles Canut (Critón) y José María Pou, cuando se quedan «solos» sobre las tablas hacen que aparezca la magia. / El Correo
    Carles Canut (Critón) y José María Pou, cuando se quedan «solos» sobre las tablas hacen que aparezca la magia. / El Correo
  • La confrontación entre actualidad y antigüedad es clave en Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano. / El Correo
    La confrontación entre actualidad y antigüedad es clave en Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano. / El Correo

Año 399 antes de Cristo. A Sócrates lo condenan a muerte tras declararlo culpable de los delitos de corromper a la juventud y de descreer de los dioses o proponer otros nuevos. José María Pou, en el papel de Sócrates, hace la introducción a la obra: habla de sí mismo y luego le ruega al espectador algunas cosas. Que apague el móvil. Que no responda al WhatsApp pues quien nos escribe seguramente puede esperar. Que no tosa, sobre todo que no tosa. ¿Pero quién lo dice, el actor o Sócrates? Tal vez Sócrates, que no sabe bien lo que es el WhatsApp pero algo escuchó sobre él. Ahí, el primer juego antigüedad-actualidad.

Poco después: los actores en escena hablan de democracia, de que todos los ciudadanos atenienses pueden votar. «Todos no», que las mujeres no pueden, dice la única mujer, la única actriz en el escenario. Pero no lo dice la actriz (Amparo Pamplona) sino la mujer que está en Atenas en ese momento. Que ciudadanos no somos todos sino sólo los hombres libres (no somos todas y todos). Ni mujeres ni esclavos, dice... ¿quién, la mujer antigua en Atenas? La que está pensando como mujer moderna e incluso actual. En esto, el segundo puente que permite el paso de la antigüedad a la actualidad.

Final de la obra: Sócrates le pide al pueblo que sea feliz y respetuoso. Lo pide después de referirse a los corruptos, a los que se llenan los bolsillos, después de haber decidido aceptar su pena de muerte y no intentar salvarse porque prefiere morir y obrar con coherencia a vivir. Valores de un hombre justo frente a un sistema democrático que se cae, se corrompe, que condena a un hombre justo y luego condena a los que acusaron a ese hombre justo. ¿Esa democracia no podría ser la nuestra? ¿Esos corruptos, los que nos suenan? ¿Quién lo dice, entones? ¿Sócrates, un ciudadano de la Atenas antigua, o un ciudadano español?

Este, el tercer lazo.

Actualidad por antigüedad. Parafraseando a Pablo Neruda: «Nosotros los de entonces...», tal vez somos los mismos.

Pero no es sólo la dimensión del tiempo la que se altera en esta obra. Con el espacio pasa similar: ¿es Sócrates hablando en el ágora o un actor hablando en el teatro? ¿Es al pueblo (ateniense) o es al público (pueblo en otro lugar) al que se dirige en ocasiones? ¿Ciudadanos responsables de ejercer el voto dónde, cuándo? ¿Democracia qué? Empecemos de nuevo: ¿ágora o teatro?...

Pero el tema es la justicia. Y para hacer cosas justas hay que buscar la verdad. De nuevo la mujer en escena: Amparo Pamplona, que interpreta a la esposa de Sócrates, hace un monólogo sobresaliente al respecto.

Del resto del elenco, puede ser que sea justo, o puede ser que no (perdón, Sócrates, perdón) destacar la interpretación de Carles Canut en su papel de Critón. Cuando Canut y Pou se quedan «solos» en el escenario (el resto del elenco no está detrás de escena, pero tampoco participa en esta) se produce la magia. Dos grandes, excelentes, sobresalientes interpretaciones, que devoran el escenario (de la misma manera que Pou solo también lo sabe hacer).

Un soliloquio final en una voz en off nos muestra los pensamientos de Sócrates mientras él se refresca con agua o bebe. Toda la cuestión de las leyes, de la democracia, de la coherencia, de la justicia, pensada para obrar de la mejor manera: la justa. Y entonces vuelve a sonar el mismo parlamento que abría la obra: cómo el veneno que lo mata va entumeciendo su cuerpo y las últimas palabras de Sócrates pronunciadas a Critón: «... Le debemos un gallo a Asclepio. No seas descuidado y págaselo».

Un hombre de principios. Un hombre recto. Un hombre justo. Pero condenado... ¿Democracia, justicia..., qué, cuándo, dónde?

Una excelente oportunidad de ver en teatro algo que cuestiona el mundo de siempre, pero hoy nos toca aquí y ahora (¿entonces qué?). De preguntarse: ¿dónde están ciertos hombres que de obrar como Sócrates no saben nada? Y ganas de que en entre el público haya gente que ojalá que esté pero que no veamos porque sentiríamos mucho más que vergüenza ajena (¿y ellos sentirían qué?). Ganas de aplaudir de pie esta obra tan recomendable.