The act of killing: Los bobos, sus crímenes y el horror

Cualquier forma artística busca una representación de la realidad para explicarla. Y de esto habla ‘The act of killing’.

24 sep 2016 / 12:38 h - Actualizado: 19 sep 2016 / 22:13 h.
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  • Los verdugos son caracterizados para actuar en su propia película. / El Correo
    Los verdugos son caracterizados para actuar en su propia película. / El Correo
  • Antiguos gangsters y verdugos deciden hacer una película que resulta hortera y grotesca. / El Correo
    Antiguos gangsters y verdugos deciden hacer una película que resulta hortera y grotesca. / El Correo
  • Cartel de la película The Act of Killing. / El Correo
    Cartel de la película The Act of Killing. / El Correo

Del mismo modo que un enorme porcentaje de nazis se fueron de rositas (pensamos que casi todos pagaron sus culpas y eso no es cierto), el mundo está lleno de asesinos que, lejos de estar cumpliendo condena, andan sueltos, presumen de los crímenes que han cometido y están protegidos por los gobiernos. Y hablamos de asesinos despiadados y en serie. De esto habla The act of killing.

Joshua Oppenheimer entregó el año 2012 uno de los documentales más terribles, perturbadores e insoportables, que jamás se haya rodado. Terrible por lo que cuenta y por cómo lo hace; perturbador e insoportable por cómo explota en el estómago del espectador que, si tiene un mínimo de sensibilidad ante la tragedia, se va haciendo un ovillo en la butaca sin comprender cómo es posible que eso que ve es un documental y no una película de la serie B.

En 1965 un tal Suharto se hacía con el poder en Indonesia. Y como lo mejor era exterminar al enemigo, puso el poder de la violencia en manos de paramilitares y gangsters. Tal cual. ¿Para qué hacer teatrillos? Tomen ustedes las calles y asesinen a los comunistas; borren del mapa a dos millones y medio de personas; si son o no comunistas es lo de menos, se cargan ustedes al que les parezca y punto. Algo así debió decir Suharto a esos canallas. Escandoloso, vergonzoso y lamentable.

Oppenheimer busca a un par de gangsters (minuto y medio debió tardar en encontrarlos porque son libres y presumen de serlo) y les propone hablar del asunto. Con gran astucia, les invita a filmar una película en la que ellos serán los protagonistas y en la que el guión será escrito por ellos mismos; les invita a que su sueño -parecerse a los gangsters de las películas norteamericanas de los años sesenta que tanto les gustan- se haga realidad. Es repugnante que estos asesinos resulten tan idiotas. Porque son verdaderos idiotas.

Durante ciento diecisiete minutos veremos cómo un gran número de individuos recrean asesinatos cometidos por ellos mismos, cómo presumen de haber violado a las mujeres (si eran niñas les producía más placer según confiesan frente a la cámara), cómo lideran grupos paramilitares hoy en día, cómo siguen extorsionando a los comerciantes, cómo se enriquecen utilizando la violencia. Todo ello con impunidad vergonzosa.

Anwar Congo ahora es abuelo. Pero se sigue sintiendo temido por su sadismo; Herman Koto es un impresentable que asesinó y no es capaz de abrirse paso en la vida salvo con un arma en la mano puesto que no sabe hacer la o con un canuto; Syamsul Arifin es el más pragmático de los verdugos, no se arrepiente de nada y disfruta de una vida feliz, normal. Todos son incapaces de entender el daño que han provocado. Son horteras, bobos, un esperpento. Sin darse cuenta van soltando por la boca todo aquello que no deberían decir. No les pasará nada, eso es verdad. Al menos en su país. Meten la pata una y otra vez. Llega un momento en el que el espectador puede pensar que lo hacen a conciencia. Pero no, son idiotas y punto. Ahora bien, nos arrastran a territorios impactantes, dolorosos. La película es una verdadera bajada a los infiernos que ellos mismos crearon. ¿Quién dijo que el infierno no existe?

Todo en el documental es excesivo, demoledor, asqueroso. Todo indica que el ser humano es capaz de cometer las mismas atrocidades que ya cometieron otros. Todo repugna porque todo es verdad; sobre todo es verdad esa película patética que van rodando para que se recuerden sus crímenes. La verdad de la ficción es siempre mucho más dolorosa.

La fotografía de Carlos Arango de Montis y Lars Skree busca siempre la exactitud liberada de trucos. Realzan la ridiculez y el desatino en los colores; el horror y la locura en los planos más cortos. Excelente.

Ya he dicho que Oppenheimer es astuto y va envolviendo a los protagonistas en ese tejido diseñado por ellos mismos y que tanto les protege, pero que les convierte en los villanos más atroces que se recuerdan desde los años veinte hasta nuestros días. Con esto no quiero decir que Ruanda, los Balcanes o Siria, no estén llenos hasta los topes, pero estos hacen películas y son mucho más estúpidos. Por ello, por su falta de inteligencia se les recordará también.

El director elige un montaje con el que va sumando aquellos aspectos que irán formando, finalmente, un conjunto granítico. Por ello, la duración de la cinta es algo excesiva. Además, es difícil aguantar tanta salvajada de una sola sentada.

Para ver The act of killing hay que estar preparado y conviene parar, respirar hondo y esperar si es necesario para continuar. Aunque nadie debería dejar de ver este documental. Porque conviene saber que no aprendemos y que la condición humana es lo que es y no lo que nos cuentan en las novelas románticas.

Un último apunte. Hay quien ve en algunas escenas un punto de humor negro. No es mi caso. A mí todo me ha causado terror y una gran vergüenza.