Todo es flamenco. Todo es jazz

Pablo Rubén Maldonado es un pianista gitano que hace flamenco con su instrumento. Decidió, hace ya algún tiempo, dedicar sus esfuerzos a buscar la pureza, la belleza de un sonido sin editar, a charlar con su público para acercar el flamenco de forma natural a niños y mayores. Acaba de editar el primer volumen una antología con el piano como protagonista

30 sep 2017 / 09:00 h - Actualizado: 29 sep 2017 / 11:17 h.
"Flamenco","Música","Música - Aladar","Entrevista - Aladar","Entrevista"
  • ‘Corolarios del Backstage’ es el último trabajo de Pablo Rubén Maldonado. / Larisa López
    ‘Corolarios del Backstage’ es el último trabajo de Pablo Rubén Maldonado. / Larisa López
  • Pablo Rubén Maldonado. / Mike Etienne
    Pablo Rubén Maldonado. / Mike Etienne

El otoño parece querer instalarse en Madrid. Pero no hay manera. De momento, es la contaminación lo que no da respiro. El sol calienta aunque amenaza con dejar de hacerlo; las hojas amarillean levemente sin caerse, aprovechando una tregua más extensa de lo habitual.

Pablo Rubén Maldonado es granadino, del barrio de Almanjayar. Pero vive en Madrid hace algunos años. Con su piano hace flamenco.

Hablamos de la crítica, de su función, de lo necesaria que es a veces y lo irrelevante de otras. Aunque, él se queja tímidamente de esa en la que todo es inservible y tóxico. Estamos de acuerdo.

«Hacer un disco hoy día es muy duro. No sabes la cantidad de dinero que se lleva. Y si alguien habla mal del trabajo te deprimes. Con respeto se pueden decir las cosas, pero a veces...»

El proyecto en el que está embarcado Pablo Rubén es muy atractivo y se ha ido armando con unos mimbres que dan seguridad. Despacio, con toda la calma del mundo, desde que comenzó no ha dejado de progresar en todos los sentidos. De momento, un nuevo disco. Habla con él entre las manos. ¿Por qué este disco?

«Esto surge del Flamenco del Backstage, es lo que hago en el Mercado de Antón Martín en la sala Amor de Dios. Pero sobre todo de una necesidad. Después de trabajar haciendo una gira con Rafaela Carrasco, dije ¿qué hago ahora? Pensé en volver a Casa Patas porque estuve mucho tiempo allí, pero decidí reinventarme. Tenía ganas de tener un sitio para poder tocar y llegué aquí que es donde he crecido como músico. Quería hacer flamenco aunque escapando del estereotipo. El tablao con la gente cenando, la flor en la cabeza... No es que no me guste, pero creo que estamos muy anclados en el pasado. Quería algo muy diferente. Lo que hago es que coloco a la gente alrededor, les ofrezco un refresco o una cerveza y trato de que se sientan como si estuvieran en el salón de mi casa, como si asistieran siendo mis amigos a un ensayo. Es como si fuera un laboratorio para experimentar con mis amigos artistas que me acompañan cantando o bailando. Hablo con ellos y con el resto del público. Les explico y el público interactúa».

Le recuerdo que eso lo hace Jamen Rhodes y que creo que es el mejor de los caminos.

«Improvisamos todo. De hecho hay muchos artistas con los que ni hablo para preparar el concierto. Nos miramos y se arrancan a bailar o les pido un tono que les apetezca y cantan. Hacemos cualquier palo y si el público pide algo en concreto también».

Me intereso por el público que acude al espectáculo.

«Son casi todos españoles, extranjeros casi ninguno. Y fomento que vengan los padres con los niños, incluso siendo bebés. Tengo dos niños y vinieron a verme con un mes. Así que todos son capaces. Los niños pueden y deben ir a los conciertos de todo tipo».

¿Qué se va a escuchar en ese disco que tienes en las manos? ¿Qué sorpresas encierra?

«La música de los discos están muy editadas. Quería plasmar esto que hacemos en el Flamenco del Backstage en un disco, de forma natural sin arreglos de ningún tipo. Auténtico. Cantes que me han impactado son los que he elegido. Hemos grabado sin imposiciones. Una antología del flamenco con el piano es el resultado. Eso es el disco».

Seguimos hablando y las palabras nos arrastran hasta los comienzos, hasta el niño que fue Pablo Rubén Maldonado.

«Empecé con cuatro años. Mi padre era carpintero. Tocaba la guitarra, luego compró una pianola. El hombre era un músico frustrado. (Esto lo dice Pablo con pena en el gesto). Y a los cuatro años me sentó al piano. Más tarde estudié música. Él siempre me dijo que había que estudiar. Y tengo la carrera de música clásica, terminé con el piano estando en Granada. Crecí con el flamenco, la música clásica y el rap en casa».

¿Qué es lo que no se puede tocar con un instrumento?

«Se puede tocar todo sin excepción. Por ahora lo que quiero transmitir lo puedo hacer a través de la música. Además, escribo y eso facilita mucho las cosas. La música es más subjetiva, pero acompañada de una letra te permite decir casi todo. Le da más forma. Todos mis temas llevan algo de letra, es una necesidad mía».

La rareza del piano en el flamenco es una evidencia. Llevamos hasta ese territorio la conversación.

«El piano en el flamenco tiene sus hándicaps. De momento es un instrumento muy difícil de transportar y alquilarlo es caro. Por eso a mí no me llaman tanto como sería posible por esta razón. Y en la mayoría de los teatros no hay piano. Por otra parte se da la circunstancia de que los pianistas flamencos tienden a imitar a la guitarra y, para eso, lo mejor es tocar la guitarra. Lo digo desde el respeto más absoluto, pero es un error. Más cosas. Aunque el piano ya lo tocaba Arturo Pavón y se han hecho cosas, no ha terminado de tener un lenguaje propio en el flamenco. Yo con este trabajo, creo que he logrado avanzar algo. La ventaja del piano es que es mucho más inteligible que la guitarra, auditivamente es más accesible. Es mi sensación. Al piano en el flamenco le faltan más pianistas. Lo demás, lo tiene todo».

Antes de marchar seguimos hablando unos minutos. El sol remolonea en el lugar que le toca, sin demasiados alardes luminosos. Y llegamos hasta una idea que nos une radicalmente: Todo en la música es flamenco, todo es jazz. No podía dejar de apuntar esto.