Tres almas quebradas

«La Strada» es una adaptación diferente y diferenciada de la película homónima de Federico Fellini. Debería poder verse pronto en Sevilla para que la oferta cultural de la ciudad se construya con vigor y criterio. Ahora se puede disfrutar en el Teatro de La Abadía de Madrid

06 dic 2018 / 10:41 h - Actualizado: 06 dic 2018 / 11:12 h.
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  • Un momento de la representación de ‘La Strada’. / Fotografía Sergio Parra
    Un momento de la representación de ‘La Strada’. / Fotografía Sergio Parra

Basada, más o menos fielmente, en el filme de Federico Fellini que interpretaron Anthony Quinn y Julieta Massina (aquí Verónica Echegui y Alfonso Lara); su director escénico, Mario Gas, insistió antes de ser estrenada en que la versión de Gerard Vázquez para teatro tenía más diferencias que similitudes con el original. En cualquier caso, no defraudará a los aficionados al mundo del circo, en este caso ambulante, retratado por el director italiano de cine por excelencia. Y es que este mundo del circo que, como tema fue uno de los grandes inspiradores, lo vemos, en mayor o menor medida, también en otras películas como «Los clowns», filmada en 1970; «Ocho y medio», «Ginger y Fred» y «Giuletta de los espíritus».

Tres almas quebradas
Verónica Echegui hace un trabajo estupendo. / Fotografía Sergio Parra

La recreación de un mundo surreal y a la vez popular se deja ver en un trabajo técnico colosal en todos los sentidos (desde el vestuario, la utilización de audiovisuales, la iluminación, música y hasta la tramoya facilitada por el personal del Teatro La Abadía) transmitiéndonos la máxima verdad posible en esos personajes, cuya cara y aspecto es el espejo destrozado de tres almas quebradas.

El montaje recuerda en su arranque, intimidatorio y necesario, al de «Misericordia» de Alfredo Mañas, basado en la novela de Pérez Galdós; las miradas y conversaciones con el público aún así no se hacen desde la entrada al recinto sino de una manera paulatina y siguiendo la técnica del clown, a través de tres payasos que no son prototipo de nada por más que sean Zampanó, Gelsomina y el Loco, tres muñecos rotos, cada uno a su modo, supervivientes de la calle antes que de sí mismos, y a los que les gustaría, con mayor o menor acierto, contar esa historia de amor que todos buscan, como si las ficciones no nos apresaran a todos en mayor o menor medida. Por otro lado, llama la atención la visión del mar como fuente liberadora y que nos conduce a un fin que es igual para todos.

Tres almas quebradas
Zampanó, Gelsomina y El Loco, son los personajes protagonistas. / Fotografía Sergio Parra

En cuanto al trabajo actoral, cabe destacar la importancia que como personajes tienen Gelsamina (Echegui) y El Loco (Alberto Iglesias), quedando más relegado el de Zampanó, imagino que por el hecho de que emular a Anthony Quinn no se hizo tan necesario. En cualquier caso, la triada de actores es en su conjunto, estupenda. Verónica Echegui (musa en su día de Bigas Luna) no sólo sabe adaptarse al impasse de la temerosa y marginal Gelsamina, sino que aprende pronto a tocar el tambor y la trompeta, para mostrar ese inicio de melodía que una camarera tarareará con prestancia. Por otro lado, Alberto Iglesias (actor y dramaturgo cántabro que debutó en 1993 en «Juglares y otras hierbas») no sólo nos muestra cierta habilidad con el violín, sino a un personaje cariacontecido, tras cuya sonrisa vemos el retrato de la destrucción propia y ajena, todo ello sin que sobreactúe lo más mínimo. Por último, Alfonso Lara, probablemente el más popular por series de televisión como «Olmos y Robles», «Periodistas» o «Amar es para siempre», interpreta a aquel tipo capaz de romper una cadena de hierro atada al cuerpo, esa cadena para la que conseguir salir de ella rompiendo el engranaje que la ata, un esfuerzo para el que dice el atleta más que artista debe estar sano y tener fuerza en los ojos, los pulmones y la espalda.

Tres almas quebradas
Según el propio director, la obra presenta más diferencias que similitudes respecto al original. / Fotografía Sergio Parra

Imaginamos igualmente que la dirección escénica también llevada por Montse Tixé no ha debido ser sencilla, ni tampoco la coordinación de una escenografía que en varios momentos se mueve al ritmo de los actores-músicos (Juan Sanz y Rocío de Labra), llama la atención la labor de vestuario de Cornejo (así como de Cristina Crespillo), que permite reflejar la dignidad en lo que no dejan de ser unos harapos y remiendos que caracterizan a la pobre Gelsamina, así como el diseño de sonido de Enrique Mingo, la videograbación de Natalia Moreno y Álvaro Luna o la labor del figurinista Antonio Belart.

Para poder convertir el teatro en magia este equipo además ha contado con Greca de Blas; también ha sido importante la asesoría con la trompeta, el violín y el tambor, de Pablo Resa, Pablo Duque y Guillermo Masía, respectivamente.