Twin Peaks: Jugar con los sueños

Ya en el libro «El cine según Hitchcock», el director británico contaba a François Truffaut en que consistía tanto el efecto narrativo de sorpresa (adelantarse al espectador dejando su mente en blanco) como el de suspense (algo más sofisticado, y en el que se utilizaba como elemento recurrente el conocido macguffin). Lynch consigue en esta tercera parte invitar a jugar con los sueños desde el primitivismo radical

15 sep 2018 / 08:20 h - Actualizado: 12 sep 2018 / 07:45 h.
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  • La serie de Lynch ha sido la que más ha innovado en cuanto a estructura dentro del sistema industrial de Estados Unidos. / El Correo
    La serie de Lynch ha sido la que más ha innovado en cuanto a estructura dentro del sistema industrial de Estados Unidos. / El Correo
  • Kyle Maclahan. / El Correo
    Kyle Maclahan. / El Correo
  • Lynch charla con alguno de los actores durante un descanso en el rodaje. / El Correo
    Lynch charla con alguno de los actores durante un descanso en el rodaje. / El Correo
  • Parece existir una importante línea divisoria en la que Lynch termina por acostumbrar a un histerismo respecto al número 8. / El Correo
    Parece existir una importante línea divisoria en la que Lynch termina por acostumbrar a un histerismo respecto al número 8. / El Correo
  • Cartel promocional de la serie. / El Correo
    Cartel promocional de la serie. / El Correo

En la conocida serie de David Lynch, y sobre todo, en esta tercera parte que muchos compañeros del gremio han tendido a ver como una peineta que el octogenario y bizarro director estadounidense hace a la cadena de televisión Showtime, que ha permitido su producción y exhibición, se deja ver el artista en su lado más transfronterizo, críptico y primitivo dentro de su mundo; un mundo que según críticos de fama internacional (Sight & Sound, Cahiers du Cinema, principalmente) se relaciona principalmente no tanto con la novela o cine negros, sino con el sentir atípico y a veces antipático que la trilogía formada por «Carretera perdida», «Mullholland Drive» e «Inland Empire» nos deja y para la que quizás sirva de justificación ese otro film narrado como memoria de Twin Peaks, llamado «Fuego, camina conmigo».

Si hay algo que llama poderosamente la atención en esta tercera temporada es cómo a través del mecanismo del doble, un mecanismo más literario que puramente cinematográfico, si bien aquí sería el del triple, el guion desdobla al hasta entonces simpático protagonista agente del FBI Dale Cooper (Kyle Maclahan) a partir de su ingreso en la misteriosa logia negra, en un ser atrapado en sí mismo, otro al que curiosamente no se le iluminan nada los ojos negros, que viste una cazadora de cuero y es un psicópata, y por último un Dale con la capacidad de reacción a los estímulos más vulgares totalmente anulada. Dos que con uno suman tres. Resulta premeditadamente perturbador observar a este ultimo ganar una cantidad ingente de dólares en el casino a través de una sobada y purulenta magia, hasta el punto que a las mentalidades más aristotélicas puede causarles cierto histerismo, efecto que a partir de la sorpresa, Lynch maneja también a través de personajes como Gordon (interpretado por él mismo) y su sordera, el par de policías que parecen ser testaferros o usureros interesados en gestionar la fortuna que su esposa (interpretada por Naomi Watts) atesora celosamente (interpretado uno de ellos por James Belushi) y que no sabemos si lloran, ríen, hacen llorar o hacen reír.

De los 18 capítulos de que consta parece existir una importante línea divisoria en la que Lynch termina por acostumbrar a este histerismo, en el número 8, un capítulo extremo donde se juega con la hipótesis de que ese pueblo de Washington tan peculiar y recóndito fue producto de una bomba atómica, y que sólo así se justificaría la muerte como único pretexto. Es curioso igualmente como en el diseño de personajes inicial son los de fuera los más excéntricos, viéndose estos contaminados en esta tercera, que se desarrolla así treinta años más tarde y que los ve envejecer de manera irregular.

Ya desde su primera aparición destaca por su surrealismo la dama del leño, que teme morir en esta de tristeza sin contar lo que al mundo sabe, la desaparecida Laura Palmer (de quién sólo por estos episodios resulta difícil saber sobre su carácter casquivano), la sexy Audrey Horne, aquí algo más avejentada por tener que dejar a su amor Dale, Donna Hayward, aquella chica que estaba loquita por el motorista y que proporciona las primeras pistas de investigación del deceso al sheriff S. Truman, que sigue conviviendo treinta años más tarde con el ahora obeso, pero entrañable Andy Brenan, cuya mujer y recepcionista de la oficina del sheriff, Lucy Moran, forman al alimón algo más que un dúo cómico al que un representante comercial de ropa pudiera castigar. También destacan como personajes importantes de la trama el bueno de Bob, ex novio de Laura y que quiere camelarse a toda costa a Shelly Johnson, o el legítimo por maltratador marido de esta, Leo Johnson, abducido por la malignidad de Windom Earle durante toda la segunda temporada.

Estos son sólo algunos de los personajes de la probablemente serie que ha innovado más en cuanto a estructura dentro del sistema industrial de Estados Unidos, y es que ese carácter transfronterizo nos lleva a pensar no sólo en el Lynch cineasta, sino también en el pintor y diseñador de muebles, que sólo por el look visual que aporta a sus escenas, da a su obra un carácter personal, intransferible e inquebrantable, que, no cabe duda, nos hace siempre cuestionarnos si todo realmente vale o no es más que un juego.

Tras arduas reflexiones llegamos a esta conclusión gracias a que el autor, junto con Mark Frost o Angelo Badalamenti saben jugar con los sueños desde un primitivismo que es capaz de convertir la idea del sueño dentro de un sueño desde algo tan sencillo como un pulso entre macarras, y es que así es como se decide el imbricado y nada torpe final, que desde esta tercera temporada contemplamos ya como menos abstracto.

Tienen también la peculiaridad estos 18 episodios de algo más de una hora, el hecho de incorporar todos ellos un final en forma de actuación y, a veces, también de videoclip, cuyo estilo tecno-pop en la música se asemeja remotamente a cuando vemos coger la pluma a uno de esos grandes escritores que en el mundo han sido.