Un espejo ante el público

El Teatro Clásico de Sevilla, con Alfonso Zurro como director, lleva a Madrid Hamlet en una «reflejada» versión del clásico de Shakespeare, que cuenta con seis candidaturas a los Premios Max 2016, entre ellas, la de mejor actor protagónico para Pablo Gómez-Pando en el papel del Príncipe de Dinamarca. Hasta el 6 de mayo, en el Teatro Fernán Gómez de Madrid.

09 abr 2016 / 14:01 h - Actualizado: 12 abr 2016 / 18:05 h.
"Teatro Aladar","William Shakespeare"
  • Hamlet es una de las obras teatrales mejor diseñadas de la historia de la literatura. / El Correo
    Hamlet es una de las obras teatrales mejor diseñadas de la historia de la literatura. / El Correo
  • La compañía Teatro Clásico de Sevilla presenta en Madrid su producción Hamlet. / El Correo
    La compañía Teatro Clásico de Sevilla presenta en Madrid su producción Hamlet. / El Correo
  • Toda la humanidad de la Humanidad está en Hamlet. / El Correo
    Toda la humanidad de la Humanidad está en Hamlet. / El Correo
  • La obra de William Shakespeare es profunda e indaga en los territorios que conforman al ser humano definitivamente. / El Correo
    La obra de William Shakespeare es profunda e indaga en los territorios que conforman al ser humano definitivamente. / El Correo
  • Hamlet es un espectáculo candidato a los Premios Max en 6 categorías: Mejor Espectáculo, Mejor Dirección, Mejor Escenografía, Mejor Vestuario, Mejor Actor Protagonista, y Mejor Actor de Reparto. / El Correo
    Hamlet es un espectáculo candidato a los Premios Max en 6 categorías: Mejor Espectáculo, Mejor Dirección, Mejor Escenografía, Mejor Vestuario, Mejor Actor Protagonista, y Mejor Actor de Reparto. / El Correo

Ocho espejos en semicírculo envuelven a los actores en escena. La escenografía del suelo, conformada por diversas capas que se irán descubriendo una tras otra con el correr de las escenas, gana profundidad en el reflejo. Una tela blanca como la nieve, luego negra para la muerte y el fantasma, y roja cuando hay sangre y crimen; un césped y debajo de él la tierra para la sepultura, son la acertada escenografía de base, el suelo donde Hamlet príncipe, su tío ahora nuevo rey, su madre, y sus amigos y enemigos, pondrán sus suelas y sus cuerpos. Cuerpos que, además, se multiplican en sus reflejos. Pero lo que nos propone buscar esos espejos es mucho más que cuerpos: es la conciencia.

El rey Hamlet ha muerto, y aunque intentan pasarlo como un accidente, su fantasma viene a decirle a su hijo, el príncipe, que en verdad ha sido asesinado. El rey Claudio (Juan Montilla), tío del príncipe y hermano del difunto, sería el mismísimo asesino. ¿Qué hace un hijo con una información así? El padecimiento del príncipe Hamlet es muy profundo. Está lleno de dudas, no sabe qué creer y, sobre todo, lo machaca la inacción: si su padre ha sido asesinado, él debe vengar su muerte; no puede no hacer nada. Hamlet es puro dilema moral y existencial que se verbaliza. Desde el «ser y no ser» y hasta el «ser y no ser», Hamlet es y no es: justo, sensato, cuerdo, artista, valiente.

Cuando el príncipe se atreve a enfrentar a su madre (Amparo Marín), a gritarle la verdad revelada por el fantasma y culparla de sus elecciones y hasta de su complicidad, la coloca a la fuerza ante uno de los espejos y le grita que se atreva a mirarse allí su conciencia. Pero los espejos son ocho, no uno, y lo que reflejan a lo largo de más de dos horas de obra es mucho más que la conciencia de una mujer que forma pareja con su cuñado rápidamente tras la muerte de su marido: es la posibilidad múltiple de la culpa, la injusticia y la venganza, y la dificultad (también múltiple) de encontrar una verdad y actuar de manera justa y ética.

Finalmente Hamlet urde un plan para llegar a la verdad, que consiste en ver cómo reacciona su tío, el nuevo rey, ante una representación teatral que narrará el asesinato de su padre tal y como el fantasma se lo contó. Cuando la obra se lleva a cabo, el rey Claudio se aturde en el momento de esa escena en concreto. Queda claro: se ha visto reflejado en el argumento y en el personaje. El teatro le ha puesto un espejo porque, como ya había dicho Hamlet, «el fin de la representación es poner un espejo ante el público».

El espejo es, sobre todo, el artefacto desenmascarador. La propuesta de Alfonso Zurro se destaca, principalmente, por la acertadísima y narrativa escenografía de Curt Allen Wilmer. Una escenografía que, a través del reflejo, viene a proponer que el texto clásico de Shakespeare nos coloca a todos ante la cárcel de nuestra conciencia; que los temas de esta tragedia son los temas humanos por excelencia y hasta los temas del periódico de hoy.

Y como si fuera poco, las interpretaciones de Pablo Gómez-Pando en el papel protágnico de Hamlet, y de Manuel Monteagudo en el papel de Polonio y del sepulturero, completan esta propuesta escénica con sumo acierto y profesionalismo. No es de sorprender que ambos actores sean dos de las seis candidaturas a los Premios Max 2016.

Me gusta destacar a los personajes femeninos, pero en este caso el de Ofelia (Rebeca Torres) no se luce demasiado y creo que su falla no radica únicamente en la interpretación de la actriz.

Celebro un Hamlet que comienza en la nieve y acaba en la tierra, que comienza en la vida y acaba en la muerte, que se mueve permanentemente entre el cielo y el infierno, y que se ancla, como siempre, en el «ser o no ser, esa es la cuestión», que en esta propuesta se materializa en un ser-real o ser-reflejo en la búsqueda de una verdad hasta existencial.