‘Un sombrero lleno de lluvia’: La falsa felicidad norteamericana

Al margen de las grandes producciones, en Estado Unidos siempre se hizo buen cine independiente. Uno de los ejemplos característicos es este trabajo de Fred Zinnemann que se adentraba en el mundo de la drogadicción. En el momento en que se rodó la película, las drogas comenzaban a causar estragos y la información era escasa.

16 sep 2017 / 08:57 h - Actualizado: 07 sep 2017 / 00:16 h.
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  • Eva Marie Saint y Don Murray encarnan a los personajes protagonistas. / El Correo
    Eva Marie Saint y Don Murray encarnan a los personajes protagonistas. / El Correo
  • Anthony Franciosa junto a Eva Marie Saint. / El Correo
    Anthony Franciosa junto a Eva Marie Saint. / El Correo
  • La figura del padre ausente es fundamental para entender la trama de la película. / El Correo
    La figura del padre ausente es fundamental para entender la trama de la película. / El Correo
  • Cartel de la película. / El Correo
    Cartel de la película. / El Correo

Durante los años cuarenta y cincuenta, el consumo de heroína se convirtió en una verdadera lacra entre los músicos de jazz, se cebó con los soldados que habían tenido que combatir en Corea, y se implantó como una plaga entre los jóvenes norteamericanos. Luego se extendería por todas las capas sociales, afectaría a todo tipo de personas. Era un problema del que poco se sabía y sus efectos fueron devastadores. De hecho, se convirtió en un tabú puesto que Estados Unidos seguía instalado como país en una especie de sueño en el que no cabía nada que no fuera la felicidad, el progreso y las oportunidades para todos. Todo falso, por supuesto.

El mundo del cine se adentraba tímidamente en un mundo sucio y gris al que no se podía dar la espalda. En 1955, Otto Preminger con El hombre del brazo de oro (The Man With the Golden Arm) sería el primero en probar suerte. Excelente película. Y en 1957, Fred Zinnemann filmaba Un sombrero lleno de lluvia (A Hatful of Rain), película independiente y de bajo presupuesto que, sin alcanzar la calidad de la de Preminger, resultó ser un trabajo más que notable.

El realizador austriaco presenta el mundo de las drogas desde el prisma más centrado en el ámbito familiar aunque no puede dejar de dibujar lo que representaban los bajos fondos en forma de matones que abusaban de situaciones desesperadas. Un triángulo amoroso con embarazo incluido, la ausencia de la figura paterna, la falta de información que complicaba la situación, la ruina absoluta de una familia desestructurada en la que aparecen todo tipo de reproches, eso que siempre faltó y que les impide formar parte de una sociedad en la que todo se esconde tras las apariencias.

Hoy, sesenta años después de ser rodada, la película sigue en vigor. Si bien es cierto que la sensación en el espectador puede ser la de asistir a un espectáculo inocente en exceso, en realidad, el problema se ataca como podría hacerse en la actualidad con medios técnicos muy superiores.

Fred Zinnemann rodó buena parte de la cinta en interiores y, por momentos, todo resulta teatral en exceso. De hecho, la película es adaptación de una obra de teatro. Pero esto, al mismo tiempo, se convierte en una herramienta con la que el realizador logra mostrar un clima opresivo del que no se puede escapar.

Anthony Franciosa, Eva Marie Saint, Don Murray y Lloyd Nolan, son los actores principales. Franciosa logra un papel excelente. En todo momento, sabe lo que tiene que hacer y lo hace bien. Eva Marie Saint, contenida y bien dirigida, encarna al personaje femenino principal (en realidad, el único). La buena química con Franciosa hace que todo sea verosímil. Don Murray, algo exagerado, no termina de convencer. Su personaje es el drogadicto. Y Nolan cumple aunque con un papel menor.

El guion está a buena altura aunque el final se convierte en una especia de algodón de azúcar en el que todo tiende a vaciarse. Zinnemann, que no era muy amigo de los finales felices, hace un movimiento que podría dejar abierto a cualquier posibilidad ese cierre, pero el resultado final tiende más a lo edulcorado que a otra cosa. Después de hacer un esfuerzo considerable para mostrar una zona sucia, el austriaco intenta limpiar la cara a ese universo que ha construido sin tener en cuenta que un final en el que existan posibilidades amables no encaja. Posiblemente, la censura fue la causa de un giro absurdo e increíble para el espectador.

En la película, suena el jazz. Seguramente, el realizador pensó que era imprescindible una referencia explícita a una zona de la sociedad que estaba siendo diezmada por las drogas. Los aficionados no pueden dejar de pensar en Charlie Parker y otros jazzmen que se perdieron aquellos años y dejaron oculto lo mejor de sí mismos.

El cine de Zinnemann, siempre tan descriptivo y pausado, se muestra contundente en Un sombrero lleno de lluvia. Posteriormente, evolucionaría mucho, pero esta es una muestra del trabajo que algunos autores independientes realizaban en aquellos años tan difíciles.

Buen cine.