Una vida nueva

El periodo que separó las dos guerras mundiales vio cómo se alteraban las clases sociales, se modificaba la sociedad y se revolucionaba la técnica. La vida se simplificó. Adolf Loos trabajó para liberar a la humanidad de trabajos inútiles; fue un revolucionario, autodidacta pero capaz de pergeñar sus ideas en el centro del poder, en un imperio que se deshilvanaba

05 may 2018 / 08:29 h - Actualizado: 03 may 2018 / 00:06 h.
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  • Edificio Goldman & Salatsch –la Looshaus- de Viena. / El Correo
    Edificio Goldman & Salatsch –la Looshaus- de Viena. / El Correo
  • Villa diseñada en 1927 para la bailarina Joséphine Baker en la Avenue Bugeaud de París . / El Correo
    Villa diseñada en 1927 para la bailarina Joséphine Baker en la Avenue Bugeaud de París . / El Correo
  • Rascacielos para el Chicago Tribune en Chicago. / El Correo
    Rascacielos para el Chicago Tribune en Chicago. / El Correo

Hay una obra que se presenta en esta exposición en dibujo, maqueta y recreación virtual, y que resume perfectamente el mensaje que quiere transmitir la muestra, y cuál era el espíritu de Adolf Loos, arquitecto, interiorista, decorador, precursor de la modernidad y proyectista de los espacios habitables tal y como los concebimos ahora, en el siglo XXI. Ese edificio es la villa diseñada en 1927 para la bailarina Joséphine Baker en la Avenue Bugeaud de París.

Una edificación de líneas simples y volúmenes discretos, donde la única decoración está representada por el rayado horizontal que recorre las fachadas, y le da un aire exótico que nos remite a los palacios de la ciudad vieja del Cairo.

El interior es una declaración de principios. Una distribución racionalista, con los espacios que requiere la vida moderna: cochera, servicios sanitarios, salas de recepción, y hasta un pequeño café. El centro de la casa lo ocupa una piscina iluminada por una vidriera cenital, a la que se accede desde la planta privada de la bailarina, pero cuyo interior se puede atisbar desde el piso inferior a través de unos grandes muros de vidrio que la convierten en un acuario. La reverberación de la luz en el agua llenaría pues el interior de una residencia –que no llegó a construirse- concebida para las necesidades específicas del comitente: un espacio público-privado, lugar para la vida y la intimidad, pero también para el ocio social y el exhibicionismo. Un ambiente voyeurista y libertino, encubierto bajo una fachada-telón, para el que se disponen todos los adelantos que la técnica podía avanzar en ese momento. Una escenografía en la que las ventanas y los huecos se conciben para mirar hacia dentro en vez de abrirse al exterior, como si fuera un moderno harén. Un santuario.

Porque para Loos el exterior nunca debe revelar el interior.

Esa creación de espacios específicamente adecuados para cada ocasión, incluso diferenciados para cada uno de los sexos, y definitivamente modernos, en cuanto que deconstruyen el imaginario de lo que había sido la decoración de interiores hasta el siglo XIX, se percibe también en las fotografías del dormitorio de Lina Loos, la esposa del arquitecto, publicadas en la revista Kunst en 1904, que está diseñado para crear un ambiente muelle, mórbido, aislado y sensual, completamente tapizado de peluche, del que desaparecen los ángulos y donde todo se difumina.

Pero quizás la imagen icónica que todos retenemos sea la del edificio Goldman & Salatsch –la Looshaus- por lo significativo de su emplazamiento frente al palacio de los Habsburgo, en Viena, y por lo concreto de su resolución, desprovista de ornamentos. Las plantas inferiores están dedicadas al comercio, sólidamente significado por los paramentos en mármol cipollino de Eubea, y las superiores desvanecidas en blanco, y apenas puntuadas por la secuencia de balcones, son residenciales. Hemos de recordar que las obras de esa construcción, que hoy es un emblema de la capital austriaca, fueron interrumpidas en su día por el ayuntamiento ante lo polémico de su planteamiento.

Pues bien, ahí está todo lo que fue Adolf Loos: un revolucionario, autodidacta pero capaz de pergeñar sus ideas en el centro del poder, en un imperio que se deshilvanaba -el mismo de «El hombre sin atributos» de Musil- Llegado desde la periférica Moravia para ponerse al servicio de los mecenas de una ciudad –Viena- donde Sigmund Freud, Otto Bauer, Gustav Klimt y Joseph Hoffman estaban cambiando el mundo. Él los adelantaría en su carrera, convirtiéndose en el padre de la desornamentación y del racionalismo.

La muestra nos inicia en la ola rupturista que supuso la arquitectura visionaria de Otto Wagner, con su gran salto hacia adelante en la creación de la ciudad nueva, y transcurre después a través de los proyectos de Loos, centrándose en la manera en cómo esos edificios, erigidos ya de una manera plenamente racional, se amueblan, se visten por dentro con materiales, mobiliario y fórmulas pensadas para hacer la vida diaria más cómoda y más sencilla, tanto en la intimidad familiar, como en el establecimiento comercial, o en el café público. No todos los objetos fueron diseñados por el artista, muchos de ellos eran –y son todavía- muebles que se convirtieron en clásicos por su cómoda funcionalidad, como los Chippendale, Chesterfield, o Thonet, enseñándonos cómo algo que no se puede mejorar no debe de ser retocado.

Destacan por lo curiosos el rascacielos con forma de columna dórica de mármol negro que diseñó para la sede del Chicago Tribune, el Gran Hotel Babilonia de Niza, cuyo diseño triunfó en el Salón de Otoño; y el apabullante ayuntamiento para la Ciudad de Méjico, una estructura de pirámide truncada y escalonada, inspirada en la arquitectura precolombina, que nos sitúa en una estilosa distopía al estilo de «Blade Runner».

Si la exhibición es bien interesante, el catálogo publicado para la ocasión por la Fundación La Caixa y el Museo del Diseño de Barcelona, se constituye en un viaje apasionante a la génesis de nuestro concepto actual de instalación, residencia y privacidad.