Universo jazz, capital Madrid

El Festival Internacional de Jazz de Madrid ha tomado ya velocidad de crucero. Los distintos enclaves en los que se suceden los conciertos y el resto de actividades, reciben a los músicos y cantantes al mismo tiempo que el público llena a diario todas las localidades. El nivel está siendo más que sobresaliente.

11 nov 2017 / 09:10 h - Actualizado: 11 nov 2017 / 10:16 h.
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  • Henri Texier Hope Quartet. / © Guy Le Querrec
    Henri Texier Hope Quartet. / © Guy Le Querrec
  • Marilyn Mazur Group. / Fotografía cortesía de festivaldejazzmadrid.com
    Marilyn Mazur Group. / Fotografía cortesía de festivaldejazzmadrid.com
  • Steve Coleman. / © Mac Arthur Foundation
    Steve Coleman. / © Mac Arthur Foundation
  • Vieux Farka Toure. / Fotografía cortesía de festivaldejazzmadrid.com
    Vieux Farka Toure. / Fotografía cortesía de festivaldejazzmadrid.com
  • Sheila Jordan. / Fotografía cortesía de festivaldejazzmadrid.com
    Sheila Jordan. / Fotografía cortesía de festivaldejazzmadrid.com

Los aficionados al jazz nos vamos arremolinando alrededor de los distintos enclaves elegidos para que el Festival Internacional de Jazz de Madrid se vaya desarrollando. El jazz; condenado en España, desde siempre, a ser una música de minorías, se hace protagonista. Algunas de las mejores formaciones del mundo pasarán por aquí durante los próximos días, pero, también, músicos y cantantes que comienzan a despuntar y van construyendo su universo musical.

No hay tiempo para poder asistir a todos los conciertos. Elegimos los que creemos que serán más interesantes y, de momento, no nos hemos equivocado.

Henri Texier Hope Quartet

Si el arranque del Festival nos pareció estupendo, este segundo concierto nos pareció especial por su carga evocadora y mágica. Henri Texier, el contrabajista con el que ya disfrutamos el año 2014 cuando subió al escenario junto a Louis Sclavis y Aldo Romano, llegaba a Madrid en compañía de otros artistas de primera categoría. François Corneloup (saxo barítono), Sebastian Texier (saxo alto y clarinete; hijo de Henri), Louis Moutin (batería) y, lógicamente, Henri Texier, forman el Hope Quartet. Excelentes músicos todos.

El concierto resultó delicioso. Si el jazz es libertad al interpretar, este concierto será recordado por el público como el paradigma de lo que debería ser un directo de cualquier banda de jazz. Los temas del disco ‘At L’Improviste’ fueron los que iban sonando sobre el escenario. Pero los solos de cada uno de los músicos los convertían en únicos y exclusivos en una jornada que nunca más se repetirá y que sólo unos cientos de personas de todo el mundo han podido disfrutar. Esos solos sonaron algo nerviosos y fríos en el caso de Sebastian Texier. Sobre todo con el saxo alto. Fue el que menos conectó con la platea. Se trata de un buen músico al que le sobrepasa, a veces, un exceso de alardes técnicos que tendrá que ir sustituyendo por algo más de ‘alma’. Corneloup, un músico experimentado que ha hecho de todo en esto del jazz, demostró que con el instrumento en las manos es capaz de desarrollar un fraseo que va de la robustez a la suavidad, al puro romanticismo. El que desplegó en el tema ‘Hopi’ fue soberbio. El baterista, Moutin, es feroz. No se arruga cuando la exigencia es casi abrumadora. Aunque termina completamente exhausto. Algunos de los solos que le correspondían, fueron más breves de lo normal. Seguramente porque ya no podía más. Este hombre se pega una verdadera paliza y lo acusa a medida que avanza el concierto. El líder del grupo, Henri Texier es, sencillamente, un músico excelente. En este concierto, que homenajeaba a los indios que habitaron el norte del continente americano, deja bien claro que con el contrabajo es capaz de decir todo aquello que quiere. Esto, que dicho así, podría servir para cualquier artista, es algo muy difícil de conseguir y son pocos los que lo logran a lo largo de su carrera.

El jazz se convirtió en reclamo del jazz. Todo parecía poco y el final supo amargo porque la experiencia estaba siendo estupenda. Una base melódica perfecta y rigurosa sumada a una base rítmica tan poderosa no podían fallar.

Marilyn Mazur Group

Aunque cualquier manifestación artística tiene sus propios códigos, los patrones se repiten inevitablemente. Un sueño y la expresión del mismo pueden ser estéticamente distintos en pintura, literatura o música, aunque, en esencia, no dejan de ser lo mismo. Digo esto porque la sensación que se instala en la consciencia del que escribe escuchando el jazz que hace Marilyn Mazur traslada a lugares conocidos a pesar de que ese sonido que asalta desde el escenario sea extravagante, explosivo, chispeante, demoledor en su expresividad y un guante a medida para cualquier aficionado al jazz.

Llegaba Mazur acompañada por el guitarrista Krister Jonsson, un músico con un ramalazo rockero evidente que sabe utilizar su instrumento para interpretar pisando registros muy alejados entre sí; el saxofonista Fredrik Lundin que es de esos músicos que nunca fallan, que sin llegar a la genialidad sabe resolver con solvencia lo que se va proponiendo en el escenario; y el bajista Klavs Hovman, mucho más discreto que el resto de músicos del cuarteto, algo soso y muy a la sombra de la señora Mazur. La percusionista proponía un jazz que iba, en todos los temas, de lugares extraños, cercanos a lo onírico, con claras reminiscencias de músicas orientales y los ancestrales ritmos africanos, con un componente reflexivo que invitaba al público a intentar saber qué les contaban; a territorios más convencionales en los que la conexiones con el free y el acid también quedaban patentes.

La experiencia de Mazur es amplia y su trabajo junto a muchas de las leyendas del jazz le permiten exploran con éxito algunas partituras que en manos de otro podrían convertirse en un galimatías imposible.

El despliegue técnico de Marilyn Mazur es apabullante. Y su dominio de todo aquello que tiene que ver con la percusión llega a ser emocionante. Otra tarde llena de sensaciones que se agarran a las sienes para disfrutar.

Steve Coleman & Five Elements

Steve Coleman va a lo suyo y su saxo alto lanza sus ideas con rebeldía en busca de un lugar que muchos siguen creyendo que no existe; recorre una senda que se distancia de las zonas más arraigadas en el falso dogma; parece querer demostrar que claudicar o conformarse con lo sabido y lo señalado como puro es una opción que prefiere descartar para abordar la música desde su propia autenticidad. La música de Coleman se construye desde el derribo de un discurso que contiene eso con lo que ya no se pueden contar las cosas (¿Acaso se puede decir el mundo pintando ciervos desde que Picasso creó ‘Las señoritas de Avignon’?); se arma con una coherencia interna repleta de ritmos negros (de los de verdad), de matices que llegan del free. Piezas como ‘A scending numeration’ o ‘Rhythm people’ dejan claras las intenciones de Coleman: ni una sola concesión a las corrientes que se imponen por razones que no entiende, ni una sola concesión a la galería. Su música ha de entenderse, sentirse. Aunque la primera impresión nos arrastre al terreno de la dificultad, lo que quiere decir Coleman nos termina arropando o hace huir al que se ancla al clasicismo.

El baterista Sean Rickman junto al bajista Anthony Tidd dieron una lección sobre el escenario de Conde Duque. Rickman desplegaba una serie de polirrítmias envidiables y Tidd no fallaba ni una nota. El swing de este músico es espectacular. Jonathan Finlayson acompaña a Coleman y empareja su fraseo logrando encajar cada nota para avanzar en un discurso difícil, exigente y casi perturbador.

Un concierto extraordinario y clarificador. Después de muchos años de ausencia, Coleman reivindicó ese puesto que nunca ha perdido a pesar de no viajar hasta España

Vieux Farka Touré

Vieux Farka Touré facturó un concierto, en la sala Guirau del Fernán Gómez, de los que dejan huella. El blues africano, en toda su esencia, sonó con excelencia para que en la platea se disfrutara sin filtro alguno. La pureza de la música que hace Vieux Farka Touré invita a dejarse llevar sin resistencia. Los temas que interpretó corresponden a su nuevo trabajo ‘Samba’, homenaje a los griots que cantan sin despegar los pies del suelo al universo, sin perder el contacto con su hábitat natural.

Por si alguien tenía dudas sobre si el blues canta a la alegría o al dolor y a la tristeza, Vieux Farka Touré dejó claro que el blues tiene poco que ver con la tristeza. Otra cosa es que se mencione el dolor o los sufrimientos de un pueblo entero en las letras de las diferentes canciones. Pero eso es otra cosa. El blues es expresión de alegría por la vida. Y en el escenario quedó patente.

Música negra. El blues que todo lo abarca en la música. Un concierto inolvidable.

Sheila Jordan

Sheila Jordan es una artista completísima. Los aficionados al jazz lo saben y los que se reunieron en el auditorio de Conde Duque de Madrid recibieron entregados a Jordan. Los temas que sonaron eran, todos, excelentes: ‘How deep is the ocean’, ‘Bird alone’, ‘It’s you or no one’, ‘Autumn in NY’, ‘Dat here’, ‘Alone together (interpretado por el trio de músicos y sin la voz de Sheila Jordan), ‘The moon is a Harsh mistress’, ‘The bird / Confirmation’, ‘Sheila’s blues’, ‘The crossing’ y ‘Work shop blues’. Sheila Jordan se las sabe todas y sobre un escenario es capaz de llevarse al huerto al más reticente de los aficionados. Interpela al público con su música, con sus improvisaciones en las letras y con el scat. El concierto resultó entrañable y muy, muy, divertido. Sheila Jordan es una de las grandes del jazz. No hay duda de ello.

Pero dicho esto, hay que señalar que los años no pasan sin dejar secuelas. La voz de la señora Jordan no es lo que era. En el concierto, que fue de menos a más, se dejaron ver algunas carencias propias de la edad, de esas que no tienen remedio aunque pueden enmascararse utilizando registros menos exigentes. Por otra parte, el pianista César Latorre, el contrabajista Cord Heineking y el baterista Daniel García Bruno, siendo buenos músicos, hicieron pensar que faltaban muchos minutos de ensayo. Algunas dudas y, sobre todo, una falta de diálogo manifiesta con los instrumentos, impedían una conexión más poderosa con el público que la se produjo. No parece que hubieran interiorizado cada uno de los temas que iban a interpretar y eso se tradujo en cierta frialdad por parte del público. Por si era poco, la señora Jordan les iba pidiendo algunas cosas, para su sorpresa, que abundaban en esa sensación de falta de ensayos.

En cualquier caso, el que escribe no se perdería un concierto de Sheila Jordan. A pesar de todo no se pueden dejar escapar estas oportunidades.

Queda mucho festival. Aún tienen que pasar por Madrid un buen número de músicos. Pero si todo sigue como hasta ahora, el Festival Internacional de Jazz de Madrid podrá presumir de estar consolidado y de ser cita ineludible para los amantes del jazz desde ya.