Venecia

Concha García relata su viaje a Venecia, un destino desestimado en muchas ocasiones por la poeta y una conmoción al convertirse en realidad que no representa lo imaginado. Nos da la mano para que subamos al ‘vaporetto’ que aparece a lo lejos ofreciendo un aspecto fantasmagórico y podamos hacer camino precioso y evocador. Venecia convoca la continuidad de la vida y así nos lo muestran

17 mar 2018 / 08:36 h - Actualizado: 14 mar 2018 / 12:58 h.
"Viajes","Poesía"
  • Por mucho que hayas visto fotografías, leído reportajes y libros, y de rechazarla tantas veces como amarla, solo con el cuerpo puedes disfrutar de una ciudad como Venecia. / Concha García
    Por mucho que hayas visto fotografías, leído reportajes y libros, y de rechazarla tantas veces como amarla, solo con el cuerpo puedes disfrutar de una ciudad como Venecia. / Concha García
  • Goethe ya dijo hace dos siglos que Venecia solo era comparable a sí misma. / Concha García
    Goethe ya dijo hace dos siglos que Venecia solo era comparable a sí misma. / Concha García
  • En Venecia la ficción no iguala la realidad. / Concha García
    En Venecia la ficción no iguala la realidad. / Concha García
  • Las puertas, las casas, las ventanas, todo parece doble reflejadas en el agua. / Concha García
    Las puertas, las casas, las ventanas, todo parece doble reflejadas en el agua. / Concha García

La llegada a una ciudad donde solo has estado en secuencias imaginadas, nunca nos devuelve la imagen que teníamos de ella. La mente hace trampas; por mucho que hayas visto fotografías, leído reportajes y libros, y de rechazarla tantas veces como amarla, solo con el cuerpo puedes disfrutarla. Rechacé Venecia muchas veces. La rechacé por demasiado hermosa, porque todos hablaban muy bien de ella, porque la suponía inundada de masas y ella misma una masa de islas sobre una laguna llena de puentes y palacios bordeado de gente. Pero nuestra llegada a Venecia fue en un día de lluvia. Empezaba el carnaval, hace apenas un mes.

Cerca del aeropuerto esperamos el vaporetto, largas colas de gente esperando diferentes líneas, el frío hacía desear que llegara lo antes posible. El vaporetto a lo lejos, emergía del agua ofreciendo un aspecto fantasmagórico. La cristalera de la nave estaba demasiado alta sobre los asientos y sólo se podían ver las gotas de lluvia chocar contra ellas. La ciudad se escondía a medida que avanzábamos hasta que llegamos a la Madonna dell’Orto apenas seis personas descendimos atravesando un pequeño muelle flotante. Todo era para ser mirado, ni una ventana, ni una esquina del barrio Canareggio, podía ser desdeñado. Al encontrarnos con el primer puente, sentí la extrañeza que emanan los lugares donde el tiempo no ha pasado tan deprisa devorándolo casi todo. Somos tiempo y vida. El silencio –ni un motor, solo el de algunas barcazas- ni una bicicleta, ni objeto con ruedas para transporte se permitía en aquella mágica isla construida sobre una laguna hace siglos. La plaza donde se halla la Iglesia Madonna dell’Orto estaba vacía. Caminamos por la Fondamenta Contarini, hasta una ostería también vacía, silencio absoluto, ni siquiera había turistas. Después de comer atravesamos otro pequeño puente y caminamos por la Fondamenta del Ormesini. Las puertas, las casas, las ventanas, todo parece doble reflejadas en el agua. Goethe ya dijo hace dos siglos que Venecia solo era comparable a sí misma. No encuentro analogías, solo fragmentos de lo que miro que regresan de nuevo a mi memoria sin orden alguno. Ya no queda más remedio que callejear, atravesar algunos de los puentes de esta ciudad que evoca el principio de alguna película de Antonioni, la niebla levantándose, la ropa oreándose en tendederos que abarcan toda la calle, tan parecidos a los de Nápoles y otras ciudades italianas. La falta de espacio se nota, pero qué importa, no soy yo quien tiene que tender esas sábanas y arrastrarlas por un canalillo hasta completar la cuerda, aunque me gustaría serlo. Me permito soñar, habitar donde no estoy, imaginando que soy otra, es la manera de no juzgar nada. Recuerdo una pintura de Monet, el Palacio de la Mula, el agua y el palacio se funden en una impresión, el edificio hundiéndose entero en las aguas azuladas. Las ventanas góticas y las puertas que dan al agua no parecen reales, solo puedes salir si tienes una pequeña embarcación. La ficción no iguala la realidad. Los viajes, en la era del capitalismo, están concebidos para marcar un territorio de productos consumibles, nada más extranjero que los turistas. No quiero culparme, formo parte de ellos. Los pilotes de madera (briccoles) que salen del agua parecen dedos erguidos que señalan los canales de navegación. No pienso en poetas sino en pintores, en herreros, en yeseros, en máscaras, muchas máscaras son las que hay en todas partes, la mayoría de fabricación china, pero cuando te encuentras con máscaras configurando la figura humana, entonces el traslado es aún más potente.

No dejarse llevar de lo cotidiano es una manera de ejercer la potencia del pensamiento, puede, que si solo te recreas en la belleza, no acabes interrogándote cuánto costó que aquél palacio, hace dos siglos, terminará construyéndose. La vida se agita y se muere, nace de nuevo y vuelve a desaparecer, Venecia convoca la continuidad de la vida, no hace falta que estemos presentes, solo para disfrutar, por ejemplo, de un sabroso trago de spritz, en una cafetería, bajo el puente de Rialto. Dos hombres entran, padre e hijo, tienen el mismo perfil de rostro, recuerda tanto algunas pinturas , parecen judíos, piden dos spritz y un pastel de chocolate con nata, sus rostros podrían ser los mismos de dos hombres hace trescientos años, nos reencontramos los mismos rostros ¿a qué me recuerda? Sí, ya sé que es narcisista buscarte en las ciudades donde no has estado, pero es que en Venecia ya estuve. Continuaremos el viaje.

En su Viaje a Italia, Ghoete escribió:

agua tierra

laguna

acqua alta

palacios vacíos caserones con las ventanas cerradas y a oscuras pasead por el guetto

góndolas inaccesibles, griterío,

mercado de Rialto vacío

máscaras