Viaje a la realidad

¿Por qué el ser humano comenzó a contar historias y a interpretarlas? Porque necesitaba explicarse lo que le sucedía cada día que volvía a salir el sol. Ese es el gran y único sentido del arte en general y del teatro o la ópera en particular. Cualquier otra cosa es cosmética y explicaciones que llevan hasta esa necesidad de aclarar la realidad

17 feb 2018 / 08:14 h - Actualizado: 16 feb 2018 / 09:59 h.
"Ópera","Música - Aladar","Música contemporánea"
  • El tenor Joel Prieto y la soprano Mary Bevan fueron dos de los cantantes que estuvieron a un nivel vocal de mayor calidad. / El Correo
    El tenor Joel Prieto y la soprano Mary Bevan fueron dos de los cantantes que estuvieron a un nivel vocal de mayor calidad. / El Correo
  • La soprano Patricia Racette como Anna Maurrant, uno de los personajes protagonistas. / Javier del Real
    La soprano Patricia Racette como Anna Maurrant, uno de los personajes protagonistas. / Javier del Real
  • El barítono Eric Greene, en su papel de Henry Davies, en un momento de la representación. / Javier del Real
    El barítono Eric Greene, en su papel de Henry Davies, en un momento de la representación. / Javier del Real
  • El realismo es una de las características con las que se trata de representar esta ópera. / Javier del Real
    El realismo es una de las características con las que se trata de representar esta ópera. / Javier del Real

No se agotan las entradas para la función que tiene programada el Teatro Real. Street Scene de Kurt Weill. Una producción del propio Teatro Real que comparte esfuerzo y méritos con la Ópera de Montecarlo y la Oper Köln.

La partitura de Weill comienza a interpretarse en el foso y Tim Murray deja claro, desde el principio, que está dispuesto a sacar lo mejor de la Orquesta Titular del Teatro Real. La puesta en escena sorprende, hace que el tiempo quede congelado durante un instante y cuando todo se mueve es cuando todo se concentra en el escenario. Ya nada está ocurriendo más allá de la caja escénica. Hiperrealismo. Lo que pide la obra.

Lo primero que sorprende de Street Scene es que no es una ópera, pero, al mismo tiempo, el aficionado sabe que si no son cantantes de ópera los que están sobre las tablas aquello no funcionaría ni a la de tres. El desarrollo del arco dramático de los personajes se va desplegando entre el pentagrama y una capacidad interpretativa de los cantantes a la que no estamos acostumbrados. Llega un momento en el que la estructura que representa una comunidad de vecinos -en la que encontramos todo tipo de personas, todo tipo de etnias, todo tipo de actitudes- se abre justo por la mitad para mostrarnos la noche de la ciudad. Y los bailarines, que son cantantes, que son la esencia de Broadway, nos regalan con un número vistoso y emocionante. Todo va sucediendo y todo va convirtiéndose en un descubrimiento porque la ópera se descubre a sí misma y el musical se mira en un espejo que llamamos ópera. Todo es lo mismo. Porque suena el jazz, suena el blues, creemos estar tomando una copa en un cabaret, nos arrastran hasta la ópera de nuevo. Y todo es lo mismo. La música es música. El teatro es teatro. No todo el mundo piensa lo mismo y, después del descanso, hacer números significa contar las butacas que se han quedado vacías.

La obra de Weill es coral. Destacar el trabajo de alguno de los cantantes no deja de ser injusto porque es el conjunto lo que funciona, lo que gusta, lo que hace que estés pegado a la butaca. Pero no puedo dejar de señalar a los Pequeños y Jóvenes Cantores de la JORCAM. Nunca fallan y asistir a un espectáculo en el que intervienen significa pegarse un baño de entusiasmo, de felicidad, de alegría. Muy, muy, bien estuvieron los niños y niñas que intervinieron.

Ante un espectáculo tan redondo como este, prefiero perdonar algunos problemas con el vibrato de Patricia Racette. La partitura aunque no es de una exigencia acusada si es verdad que obliga a los cantantes a subir y bajar con rapidez de los graves más bajos a los agudos más altos y las edades no suelen perdonar esas cosas.

En el escenario vemos a un judío que grita sus ideas al resto de vecinos. Es comunista y son pocos los que le escuchan. Las ideas, aunque sean comunistas, son cosa del que tiene tiempo para pensarlas. Y ellos trabajan. O son desahuciados. Dos tipos llegan y ponen de patitas en la calle a una familia entera. No hay compasión. No hay ideas. No hay nada que no sea la propia realidad. Tanto es así que el drama, acompañado de una comedia inevitable dada las circunstancias, nos arrastra hasta un crimen. Sangre, arrestos, arrepentimiento, escándalo. Unos minutos después todo sigue su marcha. La vida continúa su curso. No cuenta mucho más el libreto de Elmer Rice que es adaptación de la obra homónima de este mismo autor. Un viaje que nos arrastra desde nuestra realidad a la que nos han preparado sobre un escenario y que acaba siendo... nuestra realidad.

Sería una pena que los aficionados a la ópera no hicieran un esfuerzo para acercarse hasta el Teatro Real de Madrid. Merece la pena vivir una experiencia que nos hace pensar sobre lo narrado y, al mismo tiempo, sobre qué es la ópera, qué es la música, por qué asistimos a un espectáculo, para qué necesitamos el arte sea cual sea su manifestación.

Hasta el 18 de febrero se representará Street Scene. Volverá el 26 de mayo.