Zelda Fitzgerald. Hermosa y maldita

Puede que sean los dichosos algoritmos de Internet, o pura casualidad, pero desde hace algún tiempo no hago más que encontrarme a Francis Scott Fitzgerald en la red. Sin embargo la que ha centrado mi atención es su mujer, Zelda. Tal vez sea mi afición por los años veinte (locos o no) los que me llevan a darme con esta mujer de bruces una y otra vez. «La primera flapper de América» la califican en muchos lugares. Seguro que es una de las más famosas

02 jun 2018 / 08:50 h - Actualizado: 29 may 2018 / 20:40 h.
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  • Zelda con su hija «Scottie» en la playa. / El Correo
    Zelda con su hija «Scottie» en la playa. / El Correo
  • El matrimonio Fitzgerald. / El Correo
    El matrimonio Fitzgerald. / El Correo
  • El matrimonio Fitzgerald y su hija «Scottie». / El Correo
    El matrimonio Fitzgerald y su hija «Scottie». / El Correo
  • Zelda y su marido. / El Correo
    Zelda y su marido. / El Correo
  • Bix Beiderbecke con la Wolverine Orchestra. / El Correo
    Bix Beiderbecke con la Wolverine Orchestra. / El Correo

Tal vez te preguntas qué es una flapper (suena a café de Starbucks ), pues es un anglicismo empleado para referirse a las mujeres que en los años veinte adoptaron un nuevo estilo de vida. Llevaban faldas cortas, lucían corte de pelo Bob, escuchaban jazz, conducían, bailaban y lo que era peor... se maquillaban y bebían alcohol. Es probable que Zelda Sayre fuera una de las primeras flappers de las que se tiene noticia o, al menos, una de las más famosas.

Nacida en 1900 en Alabama, la hija pequeña del estricto magistrado Anthony Dickinson Sayre era un continuo dolor de cabeza para su padre. Sin embargo contaba con el visto bueno y el apoyo de su madre, lo que le permitió escandalizar a la sociedad burguesa de Montgomery durante dieciocho años. Activa y divertida se escapaba de clase para beber y fumar con amigos, convirtiéndose en auténtica líder juvenil, íntima amiga de Tallulah Bankhead (uno de los iconos del Hollywood clásico). Nadaba con trajes ajustados y a ser posible de color carne para sembrar el rumor de que estaba desnuda. Imagino a ese padre, miembro del Tribunal Supremo de Alabama, con una cara hasta los pies sin saber cómo meter en vereda a su hija. Ya se encargaría la vida de hacerlo, suele pasar.

En el año 1918 acudió a un baile en un club de campo, donde conoció a un alférez, que estaba pendiente de ser enviado a Europa para combatir en la I Guerra Mundial: Francis Scott Fitzgerald. La atracción fue inmediata, ambos eran guapos, inteligentes, con chispa y ganas de divertirse. Él era un aspirante a escritor y ella una mujer joven con muchas inquietudes. Scott la llamaba a diario e iba a verla cada vez que tenía un día libre. Le mostró un libro que estaba escribiendo, titulado A este lado del Paraíso y reescribió pensando a uno de los personajes pensando en ella. Se dice que los diarios de la chica sirvieron para poner título a la novela y también para dar forma a un importante monólogo de la obra. Fue la primera vez que Scott Fitzgerald tomaba la vida de Zelda como material de escritura, pero no la última. El autor fue destinado fugazmente a Europa, pero regresó a Estados Unidos muy pronto, sin un rasguño. Además su primer libro fue todo un éxito (agotó la primera tirada en pocas semanas). En abril de 1920 contraían matrimonio con cierta oposición y recelos de familia y amigos: ella era episcopaliana, él católico. Sinceramente... no iba a ser el problema de su relación.

Se instalaron en Nueva York donde Francis era ya una celebridad y ella no tardó en convertirse en otra: la pareja de moda. Fiestas, bebida, jazz, charlestón...No había un lugar donde los jóvenes Fitzgerald no fueran recibidos. Eran guapos, con dinero (o no tanto) y ganas de gastarlo. Francis inició la escritura de su nuevo libro Hermosos y Malditos y, al poco tiempo, Zelda descubrió que estaba embarazada. En 1921 nació su hija «Scottie». El escritor prestó atención (demasiada) a lo que su mujer decía mientras se recuperaba de la anestesia y empleó este material en su libro El Gran Gastby, atribuyendo ciertas frases al personaje de Daisy que desea que su hija sea hermosa y tontita. El nacimiento de la niña los no detuvo, continuaron viviendo la vida al límite. Contrataron niñeras, cocineros y todo lo que hizo falta. Hermosos y Malditos estaba a punto de salir a la calle y también sería un éxito.

El New York Tribune ofreció a Zelda la posibilidad de reseñar el trabajo de su marido, creían que así darían una imagen refrescante y nueva del trabajo del autor. Realmente lo hicieron porque ella escribió que el escritor parecía entender que el plagio comenzaba en el hogar. No sé si le gustaba verse expuesta, pero evidentemente ambos aprovecharon esa circunstancia para darse a conocer y poner en valor la marca en que se estaban convirtiendo. Zelda recibió ofertas de varias revistas para publicar y no dejó pasar la oportunidad, también vendió varias historias cortas y ayudó a Scott con su obra de teatro El Vegetal, que fue un fracaso. El nivel de fiestas y vida que llevaban los fue empobreciendo y el escritor sufrió una grave depresión. Pensaron que Europa les ayudaría a recomponerse y se mudaron a París confiando en recomponer su relación. No fue así. De la capital francesa pasaron a la Costa Azul y mientras Scott escribía El Gran Gatsby , Zelda se enamoró de un piloto francés, Edouard Jozan, hasta el punto que después de seis semanas de relación le pidió el divorcio a su marido. Scott en vez de concedérselo, la encerró en casa hasta que desistió de su petición.

Retomaron su vida en común, apoyándose en el alcohol (él) y las pastillas para dormir (ella). Se cuenta que Zelda tomó una sobredosis en un intento frustrado de suicidio, su estabilidad mental se resentía notablemente. En 1925 Scott conoció a Ernest Hemingway y se hicieron grandes amigos, pero Zelda no lo soportaba. Fue una fobia a primera vista. Pensaba que él era un machista, que empleaba una personalidad dominante como una pose y lo acusó de ser homosexual y de tener una relación con su marido. Hemingway dejo claro que pensaba que estaba loca. Tampoco Scott ayudaba a que se llevaran bien, pues cada vez que podía recordaba la historia de amor de su mujer y el militar francés para martirizarla. Las discusiones estaban al orden del día.

Zelda tenía inquietudes más allá de su esposo e hija, comenzó a interesarse por la pintura (que practicó hasta su muerte), un par de años después comenzó a practicar ballet clásico (ensayando hasta ocho horas diarias en contra de la voluntad de su marido) con cierto éxito, pues con treinta años una compañía profesional llegó a ofrecerle un papel. Además continuó escribiendo para martirio de Scott.

Otro de los puntos de roce constante fue la publicación de Zelda de su única novela Save me the Waltz (Resérvame el Vals), empleando material autobiográfico que su marido quería utilizar en otra de sus obras, Suave es la noche. La criticó hasta la saciedad y le hizo la vida imposible, pues consideraba que sólo él tenía derecho a emplear las cartas, fotos y vivencias de la pareja. Tras la publicación Zelda fue ingresada cuatro semanas en una institución mental, en lo que sería un continuo entrar y salir hasta su muerte.

Le diagnosticaron esquizofrenia, sin embargo, desde hace años, algunos doctores y los biógrafos de Zelda creen que lo que podía padecer era un trastorno bipolar, en el que se alternasen los periodos de energía, con los de depresión. Lo cierto es que durante la década de los años treinta y hasta su muerte, Scott se encargó de tenerla entrando y saliendo en diversas instituciones mentales en las que se aplicaban terapias como el electroshock y similares.

Scott no se divorció de ella, pero mantuvo relaciones más o menos estables con otras mujeres, la más duradera con Sheilah Graham. Un ataqué al corazón lo mató en 1940, aunque su alcoholismo tuvo mucho que ver en el mismo. Peor suerte corrió Zelda, que falleció en 1948. El manicomio en el que se hallaba internada sufrió un incendio y murió abrasada mientras estaba encerrada en una habitación. Siempre he pensado que el infierno es lo más parecido a un manicomio en llamas.

Con el paso del tiempo, la obra de Zelda y su persona ha ido tomando una nueva dimensión y si bien su figura se estudia y configura en relación con la de su marido, tiene entidad propia y se valora por sí. Tal vez sea hora de que abordemos Resérvame el Vals y libres de la sombra de Scott Fiztgerald.