«A los animales se les domina con el cariño»

A Ángel y Rafael Peralta no les falta un perejil para ser la viva imagen –por duplicado– de la Andalucía más típica. Con 91 y 84 años, respectivamente, siguen anclados a su sueño: la familia, el campo, el caballo, el toro y la felicidad de las pequeñas cosas

25 sep 2017 / 10:52 h - Actualizado: 25 sep 2017 / 21:05 h.
"Entrevista","Personajes por Andalucía"
  • Ángel y Rafael Peralta, en la Hemeroteca de El Correo de Andalucía con ocasión de esta entrevista. / Manuel Gómez
    Ángel y Rafael Peralta, en la Hemeroteca de El Correo de Andalucía con ocasión de esta entrevista. / Manuel Gómez

{No quedan muchos mitos vivientes en Andalucía. Y a los pocos que quedan se les reconoce por su nombre de pila. Ángel y Rafael son dos de ellos. Rejoneadores, ganaderos, hombres de tradición, del campo; gente de Andalucía...

—¿Cómo llevan ustedes ser los hermanos Peralta?

—Á.P.: Yo, como lo he llevado siempre: bien. Como hermanos.

—R.P.: Yo no creo que sea tan importante. Pero, en fin, somos conscientes de lo que hemos hecho. Y hemos hecho lo que hemos podido.

—¿Qué les parece la situación en la que se encuentra hoy el mundo del toro?

—Á.P.: Hoy hay un toro más fácil, hay un toro más moldeable, y el torero puede hacer un toreo moderando la bravura del toro mucho mejor que antiguamente, porque el toro es más noble. El toro ha perdido la fiereza que tenía. Y se ha cultivado la nobleza. Esa nobleza es lo que llamamos hoy bravura.

—Rafael, ¿cuál es el recuerdo más antiguo que tiene de su infancia con su hermano?

—R.P.: Yo recuerdo una vez que estaba peleándome con un caballo y me dijo: «Piensa quién tiene la culpa, el caballo o tú», y yo... recapacité y vi que tenía la culpa yo.

—Es curioso: en su recuerdo más antiguo con su hermano aparece un caballo. O sea, que los caballos forman parte casi de la familia...

—R.P.: Sí, sí. Forman parte, no casi. Forman parte de la familia.

—El toro también, ¿no?

—R.P.: Sí. El toro también. El caballo y el toro.

—¿Y han llorado ustedes alguna vez por un caballo?

—R.P.: Sí... Yo he llorado... Yo lloro muy fácilmente. Pero he llorado por un caballo, sí.

—Á.P.: Sí. Los caballos pasan a ser como parte nuestra. El hombre hace al caballo y el caballo al caballero. Conforme se va tratando de domar al caballo, hay que emplear la misma técnica que para tratar a una persona. Si se le exige más de lo que puede darnos, el caballo se subleva; pero tampoco uno puede conformarse con menos de lo que nos puede dar. Por eso el caballo nos va educando a nosotros y nosotros vamos educando al caballo.

—Es decir, que la relación con un caballo no es de amistad. El caballo no es amigo del hombre, no es como un perro.

—R.P.: No. No es como un perro. Nos ponemos ahí seis o siete personas en fila y sueltan a un caballo, y no se va para el dueño.

—¿Y por un toro han llegado a llorar?

—Á.P.: Sí. Yo he sentido tanta admiración por la muerte del toro como por la muerte del caballo. A mí, de seis mil toros que he toreado, solamente un toro me mató a un caballo en la plaza. Y cuando maté al toro sentí tanta pena por la muerte del toro como por la muerte de mi caballo. Porque el toro había hecho lo que se había pedido de él, embestir, y el caballo había respondido a lo que se le había pedido. Y entonces el toro mató a mi caballo y yo... yo me bajé del caballo y lo maté con indignación, como no se debe matar a un toro. A un toro hay que matarlo porque debe morir en la plaza, pero no como yo lo maté aquel día. Y cuando lo maté, sentí tanta pena por su muerte como por la muerte de mi caballo.

—En su vida hay una figura clave que es su padre. ¿Cómo era él?

—Á.P.: Mi padre... cada uno de nosotros hemos tratado de seguir el ejemplo de mi padre. Un hombre muy serio de sus cosas. Él lo que decía no necesitaba firmarlo, lo cumplía, y era un hombre que andaba muy derecho en la vida. Y para nosotros ha sido fiel reflejo de lo que queríamos ser en la vida: hombres serios y capaces, de los que hoy hay pocos.

—¿Algún recuerdo en particular?

—R.P.: Sí, muchos, muchos recuerdos. Yo tengo uno especial... que entonces las bestias valían dinero y me dio una lista... yo con catorce o trece años, y me dio una lista de las yeguas y del ganado que íbamos a vender. Y venía en la lista la Petra, que era una yegua coja, y la Potra que era una yegua boyante. Y vendí el precio de la Petra por la Potra. Y me dice mi padre, de noche en el despacho: «Por eso no te preocupes: vale más lo que has aprendido que lo que has perdido». Y siempre me queda en el recuerdo.

—¿Y su madre? ¿Cómo era?

—R.P.: Entrañable. La queríamos mucho.

—Sufriría mucho por ustedes, ¿no?

—R.P.: Sí. Ángel, una vez en el pueblo que se cayó el caballo, se resbaló, ¿tú no te acuerdas de eso?

—Á.P.: ¿En la calle?

—R.P.: En la calle. Y no nos vio más montar a caballo.

—Y ustedes, ¿siempre quisieron ser rejoneadores?

—Á.P.: Yo vivía en un ambiente en el que había muy buenos caballistas, tiradores y garrochistas, y me reuní entre ellos. Y lo de Rafael fue una casualidad. Fue que me dijo uno de un pueblo, dice: «Pregúntele usted a su hermano a ver si quiere venir a torear al pueblo», y claro, mi hermano era yo, porque yo era el que toreaba, él no toreaba. Y yo: «Bueno, yo se lo voy a decir». Y fue y ya siguió para adelante.

—R.P.: Empecé a torear el año 58. Y una de las corridas fui a un pueblo de Valladolid e hice lo indecible: a pie, le pegué pases... todo. Y la gente se quedó tan tranquila. Y yo dije: «No trae cuenta rejonear, yo no tengo necesidad y me quito». Y el apoderado me dice: «Bueno, vamos a ir mañana a Murcia, que toreamos una corrida de toros, y luego te quitas». Y yo le corté las dos orejas y el rabo en Murcia, y cuando me vi en medio del ruedo con las dos orejas y el rabo, pfff, pues seguí. Y hasta hoy.

—Son ustedes rejoneadores, les gustan las cofradías, les gusta el campo, les gustan los caballos, les gusta el toro, dormirán la siesta...

—R.P.: Y las mujeres, je, je, je.

—Y las mujeres. Díganme ustedes que son alérgicos a las aceitunas, por lo menos, porque ya más imagen de Andalucía no pueden ser. Tienen libros, letras de sevillanas, rumbas...

—Á.P.: En septiembre sale un libro mío que se titula El centauro de las marismas. Lo escribí en el año 57. Hace sesenta años.

—Pues ya se han tomado tiempo para publicarlo.

—Á.P.: Bueno, porque lo escribí para hacer un guion para una película con Ava Gardner. Ava Gardner vino al campo, quería conocer el ambiente, y le dio por banderillear. Y al poner las banderillas cogió y se cayó del caballo, se hizo un hematoma en la cara y ya no quiso saber más nada de la película. Yo guardé el guion y después, a los sesenta años, lo he encontrado y he dicho: «Pues ea, voy a hacer una novela del guion», creo que interesante. Lo publica Almazara.

—Ava Gardner, Bo Derek, Daryl Hannah, Paz Vega... ¿cuál ha dejado en ustedes una huella más profunda?

—Á.P.: Yo creo que la Bo Derek, ¿no?

—R.P.: Sí.

—Á.P.: Bo Derek montaba muy bien a caballo.

—R.P.: Cada una a su estilo. Ha pasado mucha gente por nuestra casa: Juanita Reina, Marisol... cada una en su estilo.

—Á.P.: La Rocío Jurado...

—R.P.: Todas han sido maravillosas.

—Á.P.: Hice unas sevillanas, que las ha cantado y grabado Rocío Jurado, pero no las canta la gente porque la voz de Rocío Jurado la tenía ella, nadie más.

—¿Qué piensan que van a encontrar después de la muerte?

—R.P.: No sé. Yo... más vale no pensarlo.

—Á.P.: Ja, ja, ja, ja. Es una cosa que yo interpreto de la siguiente manera: un ser superior a nosotros tiene que haber, a la fuerza, porque las cosas no se hacen solas. Y no se ha descubierto ni lo vamos a descubrir. Pero nos ha tocado vivir la religión católica, y si hubiéramos nacido en otra región, pues habríamos tenido otra. Por lo tanto lo que hay que hacer, yo creo, es que la religión de donde uno ha nacido y se ha criado pues observarla, cumplirla, que hubiera cumplido también otra si esta es tan verdadera como aquella.

—¿Se imagina que se muere, va al cielo y se encuentra allí las almas de los seis mil toros esperándolo a usted para arreglar cuentas?

—Á.P.: Je, je, je, je.

—¿Tienen alma los animales?

—Á.P.: ¿Quién puede asegurar que no? Nadie me asegura que no.

—R.P.: Según la religión, no tienen alma. Ni los caballos, ni los animales ni las plantas.

—¿Y según ustedes?

—R.P.: Yo qué sé.

—Ustedes han mirado a los ojos de los animales. Saben lo que hay detrás.

—Á.P.: Los animales tienen muchas cualidades muy superiores a nosotros, muchas: el olfato, la vista... muchísimas. Ahora, no creo que tengan lo que nosotros llamamos el alma. Pero sí tienen sensibilidad, porque un animal cualquiera teme, halaga... el perro, todos los animales. En mi casa han domado un zorro. La fiera, todo se doblega con el cariño. A los animales se les domina con el cariño.

—R.P.: Hombre, es relativo el cariño. Porque, por ejemplo, yo cogí un ciervo pequeño, recién nacido, y lo crié con leche y el ciervo venía con los niños y el ciervo era un perro. Pero pasé con mi hijo, que era pequeño, por delante del ciervo, una vez criado y con cuernos, y el ciervo no hizo nada. Y sin embargo, fue el piensero a echarles de comer a los toros y al ciervo y le pegó dieciocho cornás. Menos mal que se metió debajo de una valla que era con traviesas de tren, y ahí no pudo alcanzarlo.

—Rafael, ¿usted cree que la felicidad está en la sencillez o hay que buscarla en otros sitios?

—R.P.: Pues sí.

—Á.P.: Cuando uno se conforma y admite la vida como es, y el momento que vive, es feliz. El que quiere más de lo que puede querer, no puede tener felicidad.

—¿Y ustedes son felices?

—R.P.: Sí, sí.

—Á.P.: Nos gusta lo que hacemos. Yo digo una cosa: yo no he trabajado en mi vida, y he hecho muchas cosas. ¿Por qué?, porque lo que he hecho he procurado que me guste.

—Ángel, ¿qué es lo mejor que tiene Rafael?

—Á.P.: Rafael tiene muchas cosas. Conmigo, pues el cariño de hermanos, como nos hemos llevado toda la vida. Nosotros hemos sido dos personas en una misma.

—Y Rafael, ¿qué es lo mejor que tiene su hermano Ángel?

—R.P.: Todo, je, je. Hermano intachable. Y bueno, unas cualidades literarias, y a caballo, y rejoneando... Aparte del cariño y del afecto de hermano.

—¿Cómo les gustaría ser recordados?

—Á.P.: Cómo nos gustaría que nos recordaran... Bueno, yo como he sido en la vida. O como yo creo que he sido. Que todo el mundo no lo ve con los mismos ojos.

—R.P.: Hombre, yo... que nos recuerden con cariño y con afecto. Y como hemos sido. Nada más.