El Día D pudo ser en Andalucía

Fortificación de la costa andaluza durante la Segunda Guerra Mundial

11 ago 2018 / 19:07 h - Actualizado: 12 ago 2018 / 13:57 h.
"Historia"
  • Búnker de observación en la playa de Bonanza en Sanlúcar de Barrameda. Fotomontaje: Txetxu Rubio
    Búnker de observación en la playa de Bonanza en Sanlúcar de Barrameda. Fotomontaje: Txetxu Rubio

Sólo cinco meses median entre el final de la Guerra Civil española (1936-1939) y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Cuando aún no se habían apagado los rescoldos de la guerra fratricida en España, en centroeuropa comenzaba lo que iba a ser el conflicto más mortífero de la historia de la Humanidad. El general Franco, ufano de su victoria, no sentía el llamado de participar en la guerra europea que aún él veía lejana. Conforme transcurrían los meses y los escenarios de la guerra se iban trasladando, Franco fue sintiendo más cerca el aliento de la guerra.

La primera vez que la guerra europea (sólo luchaban aún Francia, Gran Bretaña y Alemania), se acercó a las fronteras españolas fue en junio de 1940, tras la victoriosa campaña militar de la Wehrmacht en el oeste. Las imágenes de las tropas alemanas desfilando por París dieron la vuelta al mundo y muchos quisieron subirse al carro del vencedor. El primero fue el dictador italiano, Benito Mussolini, que con una improvisación total que pagaría cara, declaró la guerra a los aliados el 10 de junio de 1940. Hitler agradeció la postura italiana, más por su simpatía personal hacia el Duce, que por los beneficios militares que aportaría el destartalado ejército italiano.


Casamata en la playa de Atlanterra en Zahara de los Atunes. Fotos: Carlos A. Font

En España, Franco seguía atentamente los acontecimientos y no quitaba ojo a la frontera de los Pirineos. Los alemanes estaban al otro lado y podían, si lo estimaban oportuno, ampliar la ofensiva hacia el sur. En teoría y apariencia, las relaciones de los regímenes franquista y nazi eran, sino aliadas, al menos amistosas y de estrecha colaboración. Prueba de los precauciones de Franco son las construcciones que mandó edificar en la frontera pirenaica en previsión de una futura invasión. En el presupuesto para la construcción de «Obras de Defensa Nacional» correspondiente al año 1941, en la frontera pirenaica se gastó el Estado unos 398.660.000 pesetas, mientras que en la defensa de Algeciras la cifra alcanzaba apenas 26.520.000 pestas. A pesar de la disparidad de cifras, se contemplaba la construcción, alrededor de Algeciras, de 13 puestos de vigilancia en las playas de los Lances y ensenada de Bolonia y un puesto de vigilancia en las playas del río Guadiaro y desde el Guadarranque a la Torre del Almirante.

Tras los desastres alemanes en Stalingrado y El-Alamein (1942-1943), Alemania había perdido la iniciativa estratégica y daba paso a las grandes contraofensivas aliadas. Los estados mayores, tanto de EEUU como de Gran Bretaña, planeaban un desembarco en la Europa ocupada por los alemanes pero no las tenían todas consigo. Antes de iniciar tal crucial paso planearon un desembarco en las costas del norte de África, repletas de colonias francesas bajo la autoridad del régimen de Vichy, colaboracionista con los alemanes. El plan aliado, dirigido por el flamante general Eisenhower, preveía desembarcar tropas en los protectorados franceses de Marruecos y Argelia; la conocida como «Operación Torch» (Antorcha) estimada para noviembre de 1942. Para el éxito de la operación era fundamental la neutralidad española.


Puesto de observación en un búnker en la playa de Conil de la Frontera.

Un cambio de posición del gobierno español, favorable al Eje, hubiese supuesto un contratiempo fatal para los aliados. Al fin y al cabo la flota aliada debía cruzar el Estrecho de Gibraltar al alcance de las baterías españolas. Los aliados no se fiaban de la postura final que fuese a tomar Franco, debido a los apoyos inconfesables que debía a Hitler y Mussolini. Así pues, los generales norteamericanos y británicos elaboraron un plan de contingencia para dejar fuera de combate a España en caso, no sólo que Franco entrara en guerra a favor del Eje sino que los alemanes, preventivamente, invadiesen la Península Ibérica. El llamado «Plan Backbone» establecía la toma de Tánger y Tetuán, en el protectorado español de Marruecos, mientras que grupos de paracaidistas y comandos aerotransportados limpiarían el camino al grueso de las fuerzas. La importancia de Tetuán residía en que era la capital y capitanía general del protectorado, con una importante guarnición. Los planificadores aliados también contemplaban la toma de Ceuta, a cargo de grupos de comandos para eliminar los ocho cañones de costa que allí había, así como la de Melilla y su aeropuerto. Nunca la guerra se había acercado tanto, hasta las mismas costas de Andalucía. El peligro no estaba conjurado.

En la dirigencia franquista los generales más cercanos a Franco estaban nerviosos y muchos daban por hecho la entrada forzosa de España en la guerra. El general Kindelán, en ese momento capitán general de Cataluña, durante su paso por Madrid almorzó con algunos de sus íntimos y pidió un reforzamiento del Gobierno ante la marcha general de la guerra. Según él «dentro de poco y debido a la ofensiva anglo-americana contra el Eje, España se verá obligada a entrar en el conflicto mundial. No era difícil que los anglo-americanos, en su ataque contra Europa, invadiesen Portugal y se corrieron para Andalucía a fin de formar un frente unido a Gibraltar, evitando con ello el cerco de esta Plaza.»


Búnker del puerto de Bonanza, en el estuario del río Guadalquivir en Sanlúcar de Barrameda.

El Ejército español era un ejército casi inerme puesto que le hacía falta no solo los complementos y piezas de la guerra moderna sino que estaba muy falto de combustible y aprovisionamientos. La aviación española era raquítica, formada por modelos antiguos y restos de la Guerra Civil, y Kindelán concluía que «ante la eventualidad de un desembarco anglo-americano se hace indispensable la ayuda de tropa alemana.» El peligro de una invasión aliada a las costas españolas era inminente y el Ejército trabajaba, aceleradamente, en redactar órdenes en caso de ataque. Según un informe confidencial del Estado Mayor del Ejército, del 25 de noviembre de 1942: «Los movilizados efectuarán la incorporación en sus cajas de recluta el día que oportunamente se indicará. Quedan autorizados los capitanes generales de las regiones para realizar las requisas que exija el movimiento e incorporación de los contingentes movilizados.» No sabemos a ciencia cierta, en caso de que se hubiese producido la invasión aliada, la respuesta del ejército español. No solo me refiero a una respuesta operativa sino que muchos soldados hubieran desertado o abandonado el combate a las primeras de cambio. Los mandos franquistas sabían que no contaban con un ejército homogéneo ni confiable. Las heridas de la Guerra Civil aún sangraban y muchos reclutas lo estaban de manera forzosa. Según un informe interno del Estado Mayor del Ejército sobre la clasificación de los reemplazos según su actitud daban unos porcentajes alarmantes para cualquier fuerza combativa. Un 39% de los reclutados eran indiferentes y sólo un máximo de 25% de afectos. Los desafectos no bajaban del 22,5% y muestras de esa oposición fueron los letreros subversivos contra Alemania y con vivas a la República que se encontraron en el mercado de abastos de Tarifa. Los redactores del estudio sentenciaban que «en general la masa del contingente es amorfa en relación al Nuevo Estado.» Por tanto en caso de combate con las tropas aliadas en muy probable que ocurriese lo mismo que en Italia, donde gran parte de los soldados se rindieron, desertaron o se pasaron al enemigo.


Búnker en la línea de costa entre El Palmar de Vejer y Conil de la Frontera.

Testimonio material de los preparativos de Franco ante una invasión aliada son los numerosos búnkeres que jalonan las playas andaluzas. En la provincia de Cádiz aún quedan como bastiones mudos de una guerra que no se produjo varios restos. En Zahara de los Atunes se encuentra un prominente búnker que aún asombra su porte oteando las turquesas aguas. Esta enorme estructura se construyó como punto de vigilancia y como primera línea de defensa ante un probable desembarco aliado. El búnker, provisto de ametralladoras y algunos cañones, formaba parte de otros grupos de búnkeres similares. En Conil también se encuentra los restos de otro búnker de proporciones más modestas y fisonomía peculiar. La lógica militar mandaba fortificar las costas de la provincia de Cádiz debido a la vía fundamental de navegación que siempre ha sido el Estrecho y más, teniendo presente el bastión británico de Gibraltar. Los británicos no se podían permitir la caída de su colonia puesto que las comunicaciones con la India hubiese sufrido un gran varapalo y en el Norte de África hubiesen seguido, a pesar de los reveses, las correrías del mariscal alemán Rommel, el «Zorro del Desierto».

En los aledaños del hoy Parque Nacional de Doñana también encontramos búnkeres, más o menos completos y conservados, como en la zona de Punta del Malandar, cuyo objetivo estratégico era proteger la desembocadura del río Guadalquivir. En el puerto de Bonanza se observan claramente algunos búnkeres de perfil geométrico y macizo atentos a las subidas y bajadas de la marea. Parece ser que estas fortificaciones se construyeron en la Guerra Civil pero, igualmente, se siguieron utilizando en la guerra mundial por si acaso. Estos restos materiales y los documentos de archivos nos hacen comprender lo cerca que estuvo España de estar involucrada de lleno en los horrores de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de la propaganda franquista, a pie de terreno se vivía un psicosis de preinvasión nada imaginaria. Finalmente los aliados decidieron empezar la invasión de la Europa ocupada por los nazis en las playas de Normandía. La prudencia, la suerte o, quien sabe, si la providencia evitaron que las soleadas playas de Andalucía se tiñeran de sangre.