Los mares y océanos se han convertido en la alfombra del planeta bajo la cual se han barrido durante años los desperdicios escondiéndolos así de las miradas críticas. Las corrientes marinas y las grandes extensiones de agua han diluido la concentración de las basuras arrojadas al mar. Sin embargo, las corrientes oceánicas crean un efecto circular, como el de un desagüe, que ha ido concentrando durante años esa basura flotante creando vertederos en alta mar, alejados de los ojos desde la costa pero no por ello con efectos menos devastadores.

Un reciente estudio internacional que ha sido coordinado por la Universidad de Cádiz, revela que las corrientes marinas actúan igual que una gran cinta transportadora que acaba llevando estas cantidades ingentes de basura hasta Groenlandia.

El estudio internacional ha sido el fruto de la colaboración entre dos programas de investigación marina global –Tara OceansExpéditions 2009–2014 (Francia) y Expedición Malaspina 2010 (España)– y la investigación ha estado dirigida por el profesor Andrés Cózar, del departamento de Biología de la Universidad de Cádiz, con la participación de 12 instituciones de ocho países.

Este nuevo estudio muestra cómo los mares de Groenlandia y Barents (al este de Groenlandia y norte de Escandinavia) están acumulando grandes cantidades de residuos plásticos que son transportados hasta allí desde el Atlántico. El equipo que encabeza el profesor Cózar ya demostró que cada uno de los cinco giros oceánicos subtropicales actúan como grandes zonas de convergencia de residuos plásticos flotantes; y en otro estudio reciente demostraron también que mares semicerrados con alta población, como sucede en el Mediterráneo, son áreas de acumulación de plástico.

Los buques suelen evitar en sus trayectos una zona del Océano Pacífico donde hay poco viento y mucha presión atmosférica, situada a unas 500 millas de la Costa de California en torno a la isla de Hawai. Pero en 1997, durante un crucero de Los Ángeles a Hawái, el oceanógrafo norteamericano Charles Moore cruzó este vórtice poco transitado y descubrió con estupor una inmensa isla flotante de detritus. La bautizó como la sopa de plástico y ya se ha calculado cuánta basura marina contiene: 100 millones de toneladas de residuos y sobre todo, lo más espectacular, cuanto mide: 1.760.000 kilómetros cuadrados, lo que supone tres veces la superficie de la península ibérica. Fue la primera en detectarse pero no ha sido la única. El Océano Atlántico también tiene su inmensa isla de basura marina; se encuentra equidistante de Europa y América en el Atlántico norte, mide 700.000 kilómetros cuadrados (el equivalente a cuatro veces la superficie de Uruguay).

«Tradicionalmente el mar ha sido considerado como un gran medio de dilución, donde el enorme volumen de sus aguas actuaba como un gran saco que asimilaba todo lo que recibía, sin que se percibiese un efecto negativo en la calidad de sus aguas o afecciones en su flora y fauna», explica el biólogo Óscar Esparza, responsable del programa marino de la organización ecologista WWF.

En efecto, este problema marino no tiene sólo su origen en el mar. De hecho se estima que el 20 por ciento de la fuentes contaminantes están en el mar frente a el 80 por ciento de la basura que se produce en tierra firme y se vierte impunemente en las aguas del planeta, si bien estos porcentajes varían entre regiones y países. «Por eso el control no se debe limitar a los buques: cruceros, pesqueros, mercantes, recreativos..., sino que cualquier actividad que se realice en tierra puede ser muy nociva para el mar, aunque sea en el interior, ya que los residuos –líquidos o sólidos– pueden llegar al mar por medio de emisarios, ramblas, ríos, escorrentías o directamente desde costa», explica Silvia García, científica marina de la organización internacional Oceana. Por sectores es el turismo el que más contamina: «Hay zonas del Mediterráneo que durante la época de mayor afluencia de visitantes, en verano, se convierten en el principal generador de residuos que acaban en el mar, llegando a suponer el 75 por ciento de la basura de todo el año», según Oscar Esparza, de WWF.

Por eso las campañas de concienciación se concentran en la temporada de verano. Clean up the Med (Limpiemos el Mediterráneo) es una de las campañas internacionales con más solera en este campo. Abarca todo el Mediterráneo y está coordinada por la organización ecologista italiana: Legambiente y en España la lleva a cabo Ecologistas en Acción. Con más de quince años y cerca de 1.500 localizaciones mediterráneas comprendidas entre Italia, Algeria, Croacia, Egipto, Jordania, Grecia, Israel, Líbano, Montenegro, Eslovenia, España, Túnez, Chipre y Turquía, han movilizado cada año a miles de voluntarios que durante tres días realizan limpiezas de playas, ya sea a nivel únicamente del litoral, ósea la playa en si, como a nivel subacuático. Además de la limpieza de la playa se realiza un análisis de los tipos de basura y su origen. La conclusión básica es que los mares están amenazados principalmente por los plásticos, que si no son retirados acaban disgregándose en pequeñas partículas de microplástico que son igualmente letales para las especies marinas, como explica Albert Bayarri: «Algunos provienen directamente de los abrasivos que se usan en cosmética o productos de limpieza y pueden ser ingeridos por varios organismos, penetrar y acumularse en la cadena trófica y llegar a los seres humanos».

La reducción de la producción de bolsas de plástico y las campañas para la reutilización de las mismas ha sido una acción clave llevada a cabo por varios gobiernos y administraciones públicas para reducir la presencia de estos residuos plásticos en mares y océanos. Precisamente las bolsas de plástico que son confundidas con medusas han sido una de las causas de mortalidad más habitual de diferentes especies de tortugas marinas que se han registrado en las tres últimas décadas, como explica Juan Jesús Martín, biólogo del Aula del Mar de Málaga, que gestiona el Centro de Recuperación de Especies Amenazadas, quien alerta también por otro tipo de residuos, como los anzuelos y palangres. «Todos los años encontramos tortugas varadas afectadas gravemente por tragar anzuelos a las que tenemos que operar para extirparlos y salvarles la vida», asegura.

Según Silvia García, de Oceana, «un reciente estudio ha detectado que más del 70 por ciento de las tortugas varadas en una zona del Mediterráneo murieron a causa de la ingestión de plásticos. También es tristemente famoso el caso del cachalote aparecido hace dos veranos en Granada, muerto por la ingestión de 18 kilos de plásticos procedentes de los invernaderos. O esas fotos de aves muertas en descomposición, con sus estómagos repletos de mecheros, tapones, cepillos de dientes y otras piezas plásticas a la vista; son imágenes demasiado habituales que demuestran los efectos de estas basuras». Esta científica marina que ha participado en muchas campañas de rastreo del estado de los mares y océanos relata que «no hay un solo lugar que investiguemos, por muy profundo y apartado que sea, que no haya sido alcanzado ya por basuras sólidas, especialmente plásticos, y eso pese a que existe ya suficiente normativa que, de aplicarse rigurosamente, supondría una reducción drástica de la contaminación en el mar».

Existen protocolos internacionales, directivas europeas, estrategias nacionales y un sinfín de normativa que nos obligan a prevenir, reducir y finalmente eliminar cualquier vertido al mar que menoscabe su salud. Pero la sensación de impunidad ante el vertido incontrolado de basura marina flota en el ambiente. Lo han comprobado los científicos que realizaron la campaña internacional de fondos marinos en el Oceana Ranger. «Hemos observado una red de arrastre enganchada una roca al Este de Formentera que ya filmamos en 2006. Esta red estaba intacta, exactamente en el mismo lugar que la encontramos hace siete años, en una zona donde había un magnífico campo de esponjas que ha desaparecido totalmente probablemente en parte a los efectos del suave movimiento de esta red con las corrientes y, en parte, a otras redes y sedales que hayan caído sobre ellas, pues es un lugar muy frecuentado por pescadores».

Pero al igual que ocurre con la basura sólida, la contaminación química procede en su gran mayoría de tierra. Sólo en el Mediterráneo se estiman que se vierten anualmente 600.000 barriles de petróleo de forma accidental, y más de 2 millones de contaminantes de forma deliberada. Se han hecho estimaciones de cuanta basura sólida termina cada año en el mar: las cifras varían entre unos siete (según el PNUMA) y 23 millones de toneladas (según Greenpeace) anuales. Oceana es la organización que más se ha afanado en poder medir los efectos de la basura marina. Sus datos son abrumadores: 260 especies marinas consumen basura marina; el nueve por ciento de los peces del Pacífico Norte tienen plástico en sus estómagos y se ha descubierto ya que el zooplancton también se alimenta de estos desechos, según datos hechos públicos en su campaña de difusión Maremostra.

Donde no hay siquiera estimaciones es sobre cuanto nos cuesta económicamente esta contaminación de los mares. «No se conocen los costes de esta mala gestión sobre los servicios que nos ofrecen los ecosistemas, tales como abastecimiento, regulación, culturales, estéticos... algunos económicamente cuantificables y otros intangibles, pero en todo caso hablaríamos de cifras multimillonarias», explican desde WWF, lo cual convierte a este problema en una cuestión de índole no sólo ambiental sino también económico.