«En la barra del bar hablo menos de política que de la vida»

En marzo de 1984 José Rodríguez de la Borbolla sustituyó a Rafael Escuredo como presidente de la Junta de Andalucía. Ese día, cuando se quedó solo en su despacho pensó: «¡Qué miedo!». Ese temor quedó en nada para trabajar por Andalucía y ahora, ya jubilado, para decir las cosas que piensa

28 nov 2017 / 22:43 h - Actualizado: 28 nov 2017 / 22:51 h.
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  • El expresidente de la Junta de Andalucía, José Rodríguez de la Borbolla en la hemeroteca de El Correo de Andalucía. / Jesús Barrera
    El expresidente de la Junta de Andalucía, José Rodríguez de la Borbolla en la hemeroteca de El Correo de Andalucía. / Jesús Barrera

La calle Redes, muy cerquita del corazón de la Puerta Real, lleva grabado a fuego el apellido Rodríguez de la Borbolla. Allí vivió parte de su infancia José, o Pepe para los amigos. Ese niño que jugaba en la plaza del Museo, estudió en la Esclavas y el Portacoeli, peleó por la autonomía andaluza y acabó siendo presidente de la Junta allá por los años 80. Sevillano de vocación, asegura que nunca se marcharía de esta «patria» y que Sevilla, la ciudad de la que estuvo a punto de ser alcalde, está para «sentirse orgulloso». Lo verán por sus calles, como toda la vida.

—¿Ha aprendido mucho de la calle a lo largo de su vida?

—Aprendí mucho, muchísimo (sonríe). Desde la calle y también desde las azoteas, viendo a las muchachas de enfrente en verano, que era una cosa preciosa. Entonces la gente salía a tomar el fresco a las azoteas y mi amigo Avelino, mi amigo Manolo y yo veíamos a las muchachas que se ponían fresquitas.

—¿Usted siempre ha sido de echarse a la calle?

—A mí me gusta Sevilla y me gusta la calle. Realmente me gusta vivir en cualquier sitio en el que esté. He vivido en Italia y en cada ciudad tenía mi bar y gente con la que hablaba. He vivido en Inglaterra y también tenía mi pub y mi tertulia de irlandeses. Yo digo que la barra de un bar es la mejor cabeza del puente para conocer una ciudad. Te vas todos los días al mismo bar y allí empiezas a conocer a la gente. Desde allí eres capaz de lanzarte a la conquista del mundo.

—¿En la barra de un bar habla más de política o deporte?

—Una barra de bar es un canto a la vida en la que se puede hablar de cualquier cosa. Yo en ellas hablo mucho menos de política que de la vida. Mire, en la calle Julio César estaba la Peña Rociera de Sevilla, una especie de almacén que era lo menos que se despachaba como bar. Allí daban vino, cerveza, papas aliñás, altramuces y avellanas. Mi padre fue el primero que llevó allí a tomarme un tinto con papas aliñas. Aquel descubrimiento fue extraordinario. Luego, con mis amigos del colegio, nos guardábamos el dinero para el autobús y nos íbamos al Blanco Cerrillo a tomarnos unas cervezas con boquerones en adobo. Eran nuestras aventuras de la época.

—¿Ha vivido muchas aventuras en estos años?

—Bueno, he procurado coger el pulso a la vida, que no se me escapara casi nada.

—Volviendo a la calle. ¿También ha sido un buen altavoz para las reivindicaciones?

—La calle es buen campo para librar batallas. En Andalucía, en los últimos años del franquismo, salíamos a la calle. Muertos de miedo, eso sí. Luego está el gran momento del 4 de diciembre de 1977 en el que, por primera vez en la historia, convocamos todos los partidos políticos, con representación y sin representación parlamentaria, y fue el seguimiento más grande que se había producido en cualquier territorio de España en reivindicación de un poder. Ni en Cataluña ni en Valencia, que fueron anteriores, se vio nada igual.

—¿Hoy en día se ha banalizado el uso de la calle?

—Una cosa es que movimientos sociales tomen la calle para expresar sus reivindicaciones y otra que, teniendo en cuenta que hay televisión y redes sociales, cualquiera procure salir a la calle para que esa imagen, que puede ser más o menos real, se repita millones de veces.

—Es decir, ¿hay políticos que se aprovechan de la calle?

—Eso ha sido siempre. Desde Roma hasta hoy. Julio César se aprovechó de la calle, manejaba bien a la gente. La República Romana se fue al garete, entre otras cosas, porque había mucho manejo de las instituciones, porque se quedó como una institución pequeña para gobernar el mundo y porque la calle la manejaba cualquiera.

—¿Le pasa eso a nuestra democracia? ¿Corre peligro?

—Nuestra democracia no está en peligro pero está puesta en cuestión por reivindicaciones dirigidas a los sentimientos y no a la cabeza. Así es fácil mover a la gente.

—¿Tiene la sensación de que los políticos de hoy no están a la altura del momento?

—Ser político no consiste en saber hablar, en saber encender a la gente, en hacer los mejoras eslogan o en generar más crispación. El buen político necesita unas cuantas ideas, analizar la realidad en la que va a actuar, plantear una alternativa y diseñar un camino para lograrlo. ¿Usted ve mucho de eso? Yo veo poco. Muchos solo dicen «ese tiene la culpa de todo» y la gente está encantada de que haya un culpable. Los populistas se han dedicado toda la vida a eso. En la Alemania de los años 30, en la Italia del año 28 al 30 o en los EE.UU actuales con Trump.

—¿Los políticos de su generación eran muy diferentes?

—Mi generación no aceptaba lo que había y tenía que pensar cómo superarlo. Por eso, estudiamos bastante. Ahora, a todos los políticos jóvenes les enseñan oratoria y ensayan ante los medios. Me he leído un libro donde se cuenta cómo los de Podemos han ido practicando su mensaje como si fueran actores. Pero para hablar de qué. Se reflexiona poco y se quiere actuar para conseguir algo demasiado deprisa. Da la impresión de que mucha gente quiere el poder para tener el poder. Pero si se quiere es para hacer algo, no para estar ni para ser, ni para tener.

—Hablando de poder. ¿Cómo llegó a ser presidente de la Junta de Andalucía?

—No fue sencillo. Podía haber personas mejor situadas pero me tocó a mí. Fue todo muy rápido. Tuve que preparar un discurso de investidura en muy poco tiempo y empezar a ver qué mensaje le daba a los ciudadanos. Todavía guardo el guion escrito a mano. Fui votado en el Parlamento, tomé posesión entre mucha gente... pero todo aquello acabó de pronto. Subí al despacho, me ofrecieron un café y la puerta se cerró. Me encontré solo, miré alrededor y pensé «qué hago, qué susto». Entonces llamé a mi mujer y le dije: «Gracia, que yo me voy para casa». Cuando colgué, pensé: «Como me vaya, mañana no vuelvo». Así que me quedé.

—¿Volvería a decir que sí?

—Seguro. El trabajo mereció la pena aunque hay cosas en las que pudimos equivocarnos. Andalucía hoy es distinta. Le pongo un ejemplo. Italia entró en la Unión Europea en 1957 y las regiones del sur recibían ayudas para dejar de ser subdesarrolladas. España entró en 1981 y Andalucía recibía esas ayudas. 60 años después, la zona sur de Italia sigue siendo subdesarrollada y nosotros, 30 años después, somos una región en transición. Andalucía era el fondo de saco de un país aislado. Ya no somos eso. Ya somos un puente entre continentes en un país integrado en Europa, que es una ventaja que no tienen otros.

—Sin embargo no nos hemos quitado la losa de los tópicos.

—Los tópicos van a seguir existiendo pero hay que superar esas cosas. Hace años, en Andalucía no había parques tecnológicos como los que hay llenos de empresas que compiten en el mundo. Hace 30 años éramos deficitarios en la relación exportación-importación. Tampoco se construía el Airbus y había una industria aeronáutica de tercera división. El Puerto del Algeciras era de tercer orden y ahora es el primero del Mediterráneo. No merece la pena flagelarnos, sí que nos pongamos retos y nos comparemos con quienes vamos adelantando por el camino.

—¿Se quedó con las ganas de ser alcalde Sevilla?

—Yo me conformo con que la gente me respete en mi tierra porque yo siempre he respetado a Sevilla. Es mi nación. Seguramente habiendo sido presidente de la Junta no hubiera sido tan buen alcalde. A lo mejor no era bueno ni para la ciudad ni para mí. Me hubiera gustado serlo pero no me siento mal por no haberlo conseguido.

—¿Le gusta la Sevilla que ve hoy en día?

—Sevilla es una grandísima ciudad. Lo que pasa es que cualquier cosa que se hace la gente empieza por criticarla. Por ejemplo, este año ha habido conmemoraciones de la Expo en todos los medios de comunicación y todos la han celebrado de forma positiva y hablando de forma extraordinaria de lo que se hizo. Habría que ver los periódicos de aquellos días. Este año va a ser el Año de Murillo. Llevamos un año y medio diciendo que no va a pasar nada. Pues bien, he podido ver toda la programación y échele usted. Hace ya muchos años nos dijeron que en los terrenos de la Expo habría que ver luego qué se iba a hacer, que fíjese cómo estaban los de la exposición de Bruselas. Ahora los terrenos de la Expo están a pleno rendimiento. Y eso lo hemos hecho los andaluces. Si usted se fija en el plano de la ciudad, el Casco Histórico y la Isla de la Cartuja tienen prácticamente la misma extensión. El primero tardó en llenarse más de 20 siglos y nosotros hemos llenado la Isla de la Cartuja en unos cuantos años.

—¿Somos entonces los sevillanos el principal enemigo de nuestra ciudad?

—Yo creo que tenemos razón en lo siguiente: somos hijos de la mejor ciudad del mundo y por lo tanto tenemos motivos para sentirnos orgullosos. Pero por eso mismo muchas veces somos conformistas y poco comprometidos. Yo creo que la sociedad sevillana mira toda la acción pública desde fuera, sin comprometerse. Hay mil y una formas de organizarse para colaborar con los poderes públicos en la gestión de las cosas. No solo para decir que no me gusta una cosa u otra. Sevilla no es un decorado como Venecia, en el que cada día hay menos vecinos. La oferta cultural de Sevilla es única. Dígame en cuántas ciudades del mundo se celebra una Bienal de Flamenco o una temporada de ópera como la que tenemos aquí, en la que se representan las mismas obras que en la Scala de Milán o en el teatro San Carlos de Nápoles. Hay montones de cosas en que la ciudad ha cambiado.

—¿Ha sufrido más por la política o por el Betis?

—El PSOE y el Betis son las dos cosas que hacen que se me desequilibre la semana. Las demás cosas no.