En la carretera que va de peal de Becerro a Cazorla, en el corazón de la sierra que lleva el nombre de este pueblo jiennense, se encuentra una de las almazaras tradicionales que han hecho de esta provincia un referente mundial en la producción de aceite.
La Almazara de la Cooperativa de Aceites Cazorla es uno de esos espacios en los que el tiempo parece haberse detenido cuando llega el tiempo de la molturación. El molino de piedra mantiene intacta una forma de producir aceite que se remonta a épocas fenicias, hace más de tres mil años dando una de las señas de identidad de las culturas mediterráneas. Aunque el escritor y poeta francés George Duhamel sostenía que «el Mediterráneo acaba donde el olivo deja de crecer», lo cierto es que en las escarpadas tierras de la sierra de Cazorla, lejos de las orillas del Mare Nostrum, es donde el jugo de la aceituna ha cosechado más prestigio mundial.
Sin embargo, los inmensos mares de olivos son los que dan parte de su sentido al Parque Natural de la Sierra de Cazorla, Segura y Las Villas, que es el espacio natural protegido más extenso de España y de gran parte de Europa. Situado en el nordeste de la provincia de Jaén, une el sector oriental de Sierra Morena con el Sistema Subbético que lo conforma. Es en esta tierra donde el olivar de montaña requiere de un mimo especial y a veces un proceso más artesanal si cabe, ya que hasta muchos de los olivos no alcanzan las maquinas recolectoras de olivos; algo que propicia la producción ecológica del olivar. El uso de herbicidas en el manejo llamado «convencional» del olivar, ante la falsa creencia de que la hierba compite con el árbol y reduce su producción, trae como problemas la sensible reducción de la avifauna y, sobre todo, que el suelo desprotegido se llene de cicatrices, las cárcavas, fruto de las aguas de escorrentía que producen una elevada erosión del terreno. Una pérdida de suelo que tiene consecuencias muy negativas para los olivos y que se agudiza a medida que la orografía adquiere mayores pendientes.
Por eso, el olivar de montaña es en su mayoría ecológico, y no es algo testimonial, porque de las 1,5 millones de hectáreas que ocupa el olivar en Andalucía (un 17 por ciento de la región y un 37 por ciento de la superficie cultivada), el 24 por ciento es olivar de montaña. Un cambio (el del manejo convencional al ecológico) que se ha llevado a cabo en estas producciones que además de producir aceitunas cumplen una función ambiental al fijar el terreno. La montaña, un ecosistema más frágil con un mayor potencial de degradación de suelos, tiene así un aliado en el olivar ecológico que hace que sufra menos erosión que zonas llanas, como la campiña, donde abunda el manejo con herbicidas del olivar.
Pero además de los beneficios ambientales, el olivar de montaña ofrece beneficios sociales, porque se trata de un cultivo que ofrece mucha más mano de obra, al ser zonas casi inaccesibles para maquinarias habituales del olivar como las vibradoras. De hecho el olivar genera el 30 por ciento del empleo agrario de Andalucía. Su reciente diversificación con nuevos productos abren además nuevas vías de empleo que están logrando fijar con mucho éxito la población a sus territorios, frenando en seco el éxodo rural.
Uno de los graves problemas ambientales que sufre Andalucía y en especial la cuenca el Guadalquivir es la erosión y el déficit de agua, dos cuestiones que protege la actividad agraria del olivar de montaña ecológico, que a diferencia de la intensificación del olivar en otras zonas se mantiene en secano y con manejos que garantizan la calidad ambiental de la tierra.
Precisamente la Sierra de Cazorla es la cuna de dos de los ríos más importantes de la península ibérica, el Guadalquivir, que vierte sus aguas en el Atlántico y el Segura, que lo hace en el Mediterráneo. Los Parajes Naturales Laguna Grande y Alto Guadalquivir en la zona central del valle del Guadalquivir, todavía dentro de los límites de la provincia de Jaén, están inmersos en un relieve típico de campiña dominado por la presencia de extensas superficies cultivadas por lo que estos humedales se configuran como áreas de refugio para la biodiversidad en un entorno fuertemente antropizado. Esta estratégica ubicación se traduce en una gran relevancia desde el punto de vista paisajístico y faunístico, argumentos que motivaron su declaración como espacios naturales protegidos y por lo que forman parte de la Red Natura 2000.
Las dieciocho hectáreas de extensión de su lámina de agua convierten a la Laguna Grande en la más extensa de la provincia, además de ser, una de las más importantes por su estado de conservación. Lo más singular de esta laguna es su origen, ya que fue el hombre el que impulsó su creación, tal vez aprovechando un pequeño humedal ya existente, con el propósito de regar los inmensos campos de olivo que hoy día la rodean. Cultivos que acabaron por ir sustituyendo a la vegetación natural del paraje, aunque todavía existen algunas encinas dispersas que recuerdan la vegetación que dominaba la zona en otra época. Alrededor del agua, además de la vegetación palustre de carrizos, espadañas y juncos, destacan la presencia de tarajes, álamos, fresnos y zarzas, donde encuentra sombra el visitante y cobijo la fauna del lugar.
Esta laguna, de carácter permanente y que sufre notables fluctuaciones de nivel, se alimenta del Río Torres, a través de canales de riego. Precisamente por mantener agua durante todo el año, especialmente en verano, este humedal cobra especial importancia para las aves acuáticas. En esta época, las lagunas naturales de la provincia se encuentran secas y los pájaros encuentran aquí un lugar idóneo de alimentación y refugio. Con la ayuda de los observatorios dispuestos alrededor de la laguna se pueden observar con cierta facilidad especies como la cerceta común, el ánade real o el porrón común, y si el visitante tiene suerte puede que incluso alcance a ver algún pájaro moscón en algunos de los curiosos nidos de esta pequeña ave que hay colgando en los árboles de este paraje natural.