Hace algún tiempo escribí: «La vida de un escritor es una vida cualquiera. La única diferencia, entre esta y las otras es que la del escritor se puede leer». Creo que es cierto y que los escritores utilizamos nuestros esfuerzos para pasar la vida a limpio, para que otros la sepan, para que puedan hacer suyas nuestras experiencias, para entendernos nosotros mismos. Eso mismo ocurre en el caso de cualquier artista. Pintores, escultores o cantantes. Por ejemplo, la vida de los cantantes se puede escuchar.
Me encuentro con Pastora Soler para charlar sobre nuestras vidas, sobre nuestras formas de mirar, sobre lo que hacemos en este mundo.
Pastora Soler es una mujer con carácter, de palabra fácil. Mira con el brillo en los ojos del que entiende que cada instante cuenta y no puede desaprovecharse. Con delicadeza. Le invito a que me hable de ella, de Pastora Soler.
«Soy Pilar Sánchez Luque. Una mujer de Sevilla; de un pueblo de Sevilla, de Coria del Río. Una persona que ha tenido mucha suerte en la vida. Creo que el dedicarte y el hacer realidad tu sueño de pequeña es una suerte. Porque te vas dando cuenta de cómo la vida te va marcando un camino que, a lo mejor, no es el que tú querías o el que tú tenías en la cabeza. Desde pequeñita, he sido muy soñadora, he sido una niña muy feliz. Quería cantar, quería expresar todo eso que llevo dentro de mí y he tenido la suerte de que la vida me ha ido regalando cosas; sobre todo el dedicarme a lo que he querido durante todo este tiempo. Ha sido una suerte. También ha sido uno de mis objetivos mantener mi vida dentro de lo normal, sabiendo lo difícil que es meterse en esta profesión desde tan pequeña. Siempre me ha preocupado mucho mi vida; me ha hecho muy feliz cantar, pero mi vida es más importante que nada. Y mi vida es mi familia, mi tierra, mi gente y el hacer las cosas que me hacen feliz como a cualquier otro. Al final, soy muy disfrutona de las pequeñas cosas de la vida, de ir a pasear, de ir a la playa, de irme a una cena con mi marido».
Pastora se detiene un instante casi imperceptible. Piensa y dice.
«Desde los 20 a los 35 años, mi vida ha sido tan fugaz que ahora quiero pararme un poquito más para saborear lo bonito que te brinda la vida y las cosas que aún me quedan por hacer y por vivir».
Cambiamos impresiones sobre el tiempo que pasa tan rápido, a veces, o se ralentiza, otras. Y le sugiero que eso nos permite, haciendo trampas con el recuerdo y con el deseo, bien regresar a esa Andalucía que la recibió al nacer; bien volver al presente. En un abrir y cerrar de ojos.
«Yo soy de un pueblo y tengo muchísimos recuerdos muy bonitos de mi tierra. Mi tierra está marcada sobre todo por el río. Creo que nos marca a todos los niños de Coria».
Hace un paréntesis para decir: «Viniendo para acá he visto un barco enorme. Cada vez que vienen esos barcos tan grandes de cualquier parte del mundo, te dan ganas de hacer fotos y decir mira mi pueblo, mira qué maravilla».
Continúa con los recuerdos de infancia.
«He vivido muy plenamente mi infancia. Jugar en la calle, jugar con mis amigas; jugar al teje, a la comba, a cantar... Eso se ha perdido mucho, eso de jugar en la calle. A mi tierra sí la he visto crecer, la he visto evolucionar. En el 92 hubo muchos cambios tanto en Sevilla como en Andalucía en general. Todo se modernizó».
Y regresa al presente.
«Andalucía me vuelve loca. Mira, paso mucho tiempo en Madrid, una tierra a la que quiero mucho y en la que estoy muy a gusto; pero cada dos semanas, y más ahora con la niña, tengo que venir aquí una semana a oxigenarme y a recargar las pilas. Es mi tierra, es mi gente y es mi todo. No somos una tierra cerrada, somos una tierra que recibe a todo el mundo con los brazos abiertos y todo el que viene a Andalucía repite por eso. Hay muchísima, muchísima, gente que siente esta tierra como suya. Si yo no fuera de Andalucía, la sentiría como propia».
Ser andaluza y artista es mucho decir. Y eso debe marcar para siempre. Al menos lo creo y así se lo digo.
«Por supuesto, todos los que nacemos en esta tierra tenemos una forma de transmitir, de interpretar, que están marcadas por mucha pasión que nos da la tierra y nos dan los andaluces. Esta tierra inspira muchas cosas que, además, al haber nacido aquí, vienen dentro de uno. Viene de fábrica el sentir, el cantarle al mar, al sol, a la alegría, a su olor, a todo eso. Creo que se le canta de una manera especial».
¿Por qué cantar y no cualquier otra cosa?
«Es una cosa personal, una necesidad. Siempre he sido una persona muy tímida y, para mí, el cantar es la forma de comunicarme, de evadirme, de expresar muchas cosas que, a lo mejor, de otra manera no expreso. Tengo que tirar de toda esa voz interior que me llama a expresar y a cantar. Por supuesto, tiene que haber un receptor y tiene que ir dirigido a ese público que te espera. Es maravilloso cuando puedes compartir cosas e intercambias todo eso que les haces sentir con tus canciones, con tu voz, con tu música. Cantar nace de una cosa tuya, aunque tiene que estar esa parte que lo recibe y que deja fuera toda su vida, sus problemas, todas sus cosas y están, ahí, sintiendo y haciendo un paréntesis durante dos horas. Tengo un público que es muy receptivo, que se emociona mucho y es lo que hace que mi parte esté completa al máximo. De otro modo, no habría comunicación y es de lo que se trata esto. No canto para mí, muy pocas veces canto para mí. De hecho, cuando he tenido este parón de tres años, al principio no cantaba nada porque no tenía la necesidad, porque no me salía. El cantar tiene que salir, no se puede forzar. Tienen que ver muchas cosas: el corazón, la cabeza, la garganta (que es muy emocional)... Tiene que salir».
Le recuerdo que hacer las cosas por obligación es muy difícil, muy fatigoso. Cantar sin ganas debe ser un verdadero espanto, le digo.
«Muy malo. Y hay días que ocurre, hay días que no sale y tiene que salir. Aunque, por regla general, todo fluye de una manera muy bonita, muy natural. A veces, incluso te gusta cantarte a ti misma, escucharte, disfrutar y hacer esa comunicación con uno mismo. Aunque normalmente quieres emocionar a alguien».
El trabajo del artista siempre ha pasado por ser desordenado, cercano a eso que conocemos como bohemia. Pero me temo que es un mito que casi ninguno de nosotros hemos experimentado. En realidad, vivimos instalados en el trabajo y en los miedos, ¿verdad?
«He tenido muchísimos miedos siempre; también, mucha disciplina. Y eso, a veces, te puede jugar una mala pasada. Hay que saber administrarla en su justa medida. Pero, claro, hay que tenerla a la hora de enfrentarse al trabajo porque, como te he dicho, la garganta es muy emocional y tienes que tener ese instrumento siempre a punto, tienes que tener tu alma y tu corazón abiertos para intentar transmitir. Hay muchísimos miedos por si una cosa de esas falla. Siempre he dicho que no me preocupa si me tropiezo, si me caigo o se me olvidan las letras. Son cosas que con naturalidad se superan. Pero el quedarte sin inspiración, el quedarte sin beber de todo lo que alimenta esto, de esa magia y de esa ilusión?».
Charlamos sobre la copla, sobre cómo toda la música tiene su arraigo en lugares mucho más comunes de lo que se puede llegar a pensar, charlamos sobre ópera y jazz y copla como cosas muy cercanas. Elegir un tipo de música u otro no es más que una anécdota.
«Sí, me han acompañado, durante muchos años, músicos muy flamencos. Mira, yo llevaba un guitarrista muy flamenco que en todas las pruebas de sonido se ponía a tocar jazz porque para él eran casi primos hermanos y, es verdad, todo bebe de algo muy similar. ¿Elegir la copla? Porque hay mucha pureza, mucha verdad y mucha emoción. Me hablabas de dos géneros que para mí tienen todo el respeto; la ópera y el jazz. Pero fíjate que el jazz es, también, algo muy puro. Si te gusta el jazz te tiene que gustar la copla seguro. Y te tiene que gustar el flamenco. El denominador común es eso, la raíz. Me encantan las fusiones y que todo evolucione pero, al final, todo bebe de algo muy puro. Tanto el jazz, como la copla, como el flamenco. Eso es lo que emociona y lo que lleva mucha verdad y mucha emoción».
Pasan los años para un artista. La pregunta es si las emociones siguen estando en el mismo lugar, si hay algo que las estimule para que no se conviertan en rutina.
«Un hijo te hace abrirte muchísimo más en canal, hace que te emocionen muchísimas cosas que antes no te emocionaban. Yo lo noto. Fíjate, me emociona mucho la gente, cuando veo a gente buena, cuando me encuentro gente de buen corazón, los buenos actos de la gente me emocionan más que nunca».
Hablamos de los hijos, claro. Los padres tendemos a hacerlo y es algo muy saludable. Del mismo modo que yo les escribo muchísimo a los míos, ella canta a su niña todo lo que puede. Y, del mismo modo que hacemos todo lo que podemos para disfrutar de ellos y con ellos, seguimos fieles a nuestras pasiones artísticas. ¿Qué sería de un artista sin esa posibilidad de contar o cantar su vida pasada a limpio? Nos lo preguntamos y los dos enarcamos las cejas.
Confieso que antes de despedirnos le he pedido a Pastora que cantase algo. Porque me gusta cómo lo hace y porque le voy a escuchar cantar la canción que ha compuesto a su niña. Más emoción y más verdad no es posible. Cuando su niña tenga una hermana, cosa que Pastora tiene en mente, nos volveremos a ver. Para escucharnos y comprobar que todo sigue intacto. Seguramente, ella cantará y yo seguiré escribiendo. Ojalá.