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La generación nacida con el matrimonio gay avanza en tolerancia

El 92% de los alumnos de ESO, que han crecido con la ley, no cambiaría su relación con un amigo por ser homosexual

31 may 2017 / 09:00 h - Actualizado: 31 may 2017 / 09:04 h.
"Sociedad","LGTBI"
  • La ley de matrimonio homosexual se aprobó hace ahora 12 años. /F.J. Jiménez
    La ley de matrimonio homosexual se aprobó hace ahora 12 años. /F.J. Jiménez

El matrimonio entre parejas del mismo sexo y el derecho de estas a adoptar y registrar hijos comunes son legales en España desde 2005. Han pasado doce años y ya ha llegado a los institutos la primera generación nacida en una sociedad con familias homoparentales legalmente reconocidas y con plenos derechos. Una generación en la que empieza a notarse la normalización y tolerancia hacia la diversidad sexual fruto, en parte, de los avances legales y, ligado a ellos, de la mayor visibilidad de las personas gays, lesbianas, bisexuales o transexuales. O al menos eso refleja la última edición del estudio que desde hace una década realiza cada dos años la Federación Arco Iris entre estudiantes de Secundaria de institutos andaluces. El 92 por ciento de los 10.487 alumnos de 3º y 4º de ESO encuestados este curso señala que si un amigo le dijera que es homosexual no cambiaría su relación, un porcentaje que en 2015 era del 75 por ciento.

«Es una generación en cuya infancia se aprobó la Ley del matrimonio homosexual y que ya ha vivido viendo familias homoparentales, lo tienen interiorizado y de hecho en los talleres que damos se sorprenden de que sólo en 20 países sea legal que se casen parejas del mismo sexo», explica el presidente de Arco Iris, Gonzalo Serrano.

No obstante, la reacción no es igual entre chicos y chicas. Si en el caso de ellas «prácticamente el cien por cien» responde que si un amigo o amiga saliera del armario no cambiaría en nada su relación, en el caso de los chicos ese porcentaje baja al 85 por ciento. Serrano tiene una explicación. Entre los 13 y los 15 años «los chicos sienten que necesitan reforzar su masculinidad y algunos lo hacen con violencia o insultos. No tienen un problema con los homosexuales sino con su propia masculinidad. No mantendrían la amistad con un chico abiertamente homosexual por temor a que los demás piensen que él también lo es o porque no quieren que se enamore de ellos. Normalmente son los chicos que van de malotes los que responden así».

Para el informe Educación y diversidad sexual en Andalucía: el camino del miedo al amor, Arco Iris ha preguntado mediante cuestionarios anónimos a 10.487 alumnos de 3º y 4º de ESO de un centenar de institutos andaluces, además de realizar entrevistas personales a 365 estudiantes y testar a 16.500 escolares participantes en los talleres que la fundación imparte en centros escolares. Los cuestionarios fueron realizados a los alumnos antes de dichos talleres y una de las sorpresas de este curso respecto a años anteriores, según destaca Serrano, es que «al estar planteados para heterosexuales, ya había chicos y chicas que levantaban la mano y decían abiertamente que ellos no podían hacerlos porque son homosexuales o lesbianas, incluso bisexuales, sobre todo chicas. Eso antes no ocurría. Veías las carillas de miedo de quienes no habían salido del armario para que no se fijaran en ellos, aunque aún los hay y da penita porque sabes que lo están pasando mal pero les suele ayudar ver cómo responde el resto».

El estudio revela que a la hora de plantearse desvelarle a alguien su orientación sexual, los primeros son sus amigos y los últimos los padres por dos razones fundamentales: «o porque consideran que es algo personal e íntimo que no creen que deban decirles o porque saben que sus padres son de otra generación y temen su reacción, por ejemplo, sale mucho en los talleres los comentarios que hacen sobre todo los padres cuando aparece en televisión alguien abiertamente homosexual como Jorge Javier Vázquez». No obstante, el 67 por ciento afirma que sus padres reaccionarían bien, un dato que en 2015 no llegaba al 50 por ciento.

Hay estereotipos que poco a poco van desapareciendo. Así, los adolescentes nacidos en el siglo XXI ya no piensan que la homosexualidad se pueda cambiar, que las parejas gays o lesbianas no puedan ser buenos padres o madres, que sean más propensos a padecer enfermedades de transmisión sexual o que «las lesbianas son así porque han tenido malas experiencias con los hombres». Por contra, sí siguen pesando ideas preconcebidas sobre los roles en las parejas –piensan que «uno hace de hombre y otro de mujer»– o las apariencias ya que suelen asegurar que «se nota» que alguien es homosexual por su forma de vestir o hablar.

«Maricón» sigue siendo el insulto más frecuente

Pese a los avances, en los pasillos y patios de los centros escolar el insulto más frecuente sigue siendo «maricón», seguido de «hijo de puta», ambos «muy machistas». No obstante, el presidente de la Fundación Arco Iris, Gonzalo Serrano, deja claro que los adolescentes usan este término sin ser conscientes de la «carga que tiene y el efecto que puede producir para cohibir a chicos homosexuales a salir del armario». «No lo usan por homofobia porque de hecho a los compañeros que son abiertamente gays no se lo suelen decir, sino que está vinculada a la cobardía o para meterse con alguien comparándolo con una niña, por ejemplo, porque corre más lento», explica Serrano, para quien tras el uso de este tipo de palabras más que «homofobia» real hay «postureo» de nuevo ante la necesidad de reforzar la propia masculinidad.

Sí es también un insulto frecuentemente utilizado en casos de acoso escolar, sea o no la víctima de verdad homosexual, porque de nuevo se usa como sinónimo de «debilidad» asociada al sexo femenino.

Son poco los chavales que aseguran que nunca han utilizado esa expresión y responden a dos perfiles: chicos, y sobre todo chicas, tímidos y callados e hijos de inmigrantes aunque ya hayan nacido en España que conocen perfectamente la palabra y su significado pero no forma parte de su vocabulario, en parte porque no lo han escuchado en su entorno familiar como sí lo han hecho la mayoría de los adolescentes españoles.

Pedro Luis Mendoza. 62 años

«En los 90 se buscaba visibilidad, hoy muchos apelan a la intimidad»

Pedro tiene 62 años y reconoce que su caso es peculiar porque «nunca he estado en el armario» ya que desde que con 14 años sus padres le preguntaron si tenía novia destapó su orientación sexual y aunque admite que «no todo ha sido coser y cantar», los años que lleva de activista por los derechos del colectivo LGTB le han hecho ver que «con respecto a lo que ha pasado otra gente no era nada» pues ni su familia le dio de lado ni en el colegio privado en el que estudió sufrió acoso. «Por eso doy la cara por los que no pueden porque entiendo que la gente que ha sufrido vejaciones está traumatizada y no puede».

Fundó en Granada una de las primeras asociaciones provinciales para la lucha contra la discriminación de gays y lesbianas y actualmente dirige el área de mayores de la Fundación Arco Iris desde su residencia en Córdoba, una ciudad que considera más cerrada que Sevilla o Málaga.

Y es que a su juicio aunque «ha habido una gran evolución pero es desigual según el entorno». «En las zonas rurales me asombra la homofobia y la autorepresión que aún existe», subraya. Incluso en capitales como Córdoba «dentro de un mismo barrio hay centros donde podemos dar charlas y hay chicos que declaran abiertamente su orientación sexual y otros cuyos padres echan de casa cuando dicen que son gays, y son padres jóvenes».

Pedro también ve «contradicciones» en la evolución social respecto a la igualdad de derechos del colectivo LGTB. «En los 90 había muchas más ganas de salir del armario, era una lucha de un colectivo unido contra la homofobia en la sociedad», explica, lo que llevaba a buscar la mayor visibilidad de gays y lesbianas. Hoy, dice, «por un lado hay más gente fuera del armario pero también una gran parte que se niega a hacerse visible y ponen como excusa que es su intimidad». De hecho alerta contra el fenómeno de hombres que se declaran heterosexuales y buscan relaciones con otros heterosexuales.

Juan Martínez. 37 años

«Como educador quiero evitar a los chavales lo que yo sufrí»

Juan acaba de organizar en el instituto de Baeza (Jaén) en el que da clase actividades con sus alumnos con motivo del Día Internacional contra la homofobia, la bifobia y la transfobia celebrado el 17 de mayo. El centro ha izado la bandera arco iris –no sin controversia en el propio Claustro de profesores y en el Consejo escolar donde algunos lo veían «excesivo»–, entre clase y clase han sonado temas de Alaska y Malú convertidos en himnos del colectivo LGTB, se han donado a la biblioteca libros juveniles donde se toca el tema, se han leído en clase poemas de Cernuda como El hombre que no podía amar y se han impartido charlas para inculcar valores de tolerancia.

Reconoce que desde que llegó hace ocho años como profesor al mismo instituto en el que él mismo estudió «he ido preparando el terreno para poder hacer algo así, he ido esperante a que las generaciones de profesores más mayores se vayan jubilando». Y tiene claro su objetivo: «Como yo sufrí en su momento porque no me expresé libremente con naturalidad, quiero evitar a los chavales ese sufrimiento. Es una labor social que me he marcado como educador». Cuando él era estudiante le «hubiera gustado tener a un profesor con el que poderme expresar libremente». Y cree que «estamos invirtiendo en la libertad de las generaciones».

Aunque nunca ha escondido su orientación sexual, con la organización de todas estas actividades este año se ha «señalado» definitivamente y ha notado cierta «complicidad» con él de los chicos que son homosexuales y que «en clase intentan pasar desapercibidos y suelen ser retraídos». En sus ocho años en el centro «sólo una chica lesbiana durante un viaje de fin de curso se acercó a nosotros, sus padres lo sabían pero ella admitía que con los compañeros no se sentía libre». Con todo, alaba que «la cosa ha evolucionado afortunadamente, cuando yo era alumno era impensable contarlo».

Patricia G. 17 años

«Yo ya lo tengo claro, lo que me queda es que mi madre lo acepte»

Patricia (nombre ficticio) le contó hace tres años a su madre sus dudas sobre su orientación sexual pero «ella reaccionó muy mal, hasta me soltó que yo no era su hija. No volvimos a tocar el tema hasta que este año me pidió perdón pero sigue sin aceptarlo». Sólo su hermana «se lo toma bien» mientras que su padre «no lo sabe». «Yo ya lo tengo claro, lo que me queda es hablar con mi madre y que lo acepte. Si es mi madre y me quiere, me tendrá que aceptar. ¿Qué diferencia hay porque sea lesbiana?», razona Patricia, que no obstante reconoce que va a esperar para hablar con ella porque «tanteo y se cierra en banda».

Entre sus compañeros y amigos del instituto, por contra, cada vez se lo está contando a más gente y aunque hay reacciones de todo tipo como «amigas que me dicen que no me enamore de ellas como si por ser lesbianas me gustaran todas» y algunas que «se han distanciado», en general dice tener «suerte» con el apoyo de su entorno. «Nunca me han dicho que esté haciendo algo malo, estoy cómoda e incluso me dicen que si tengo una bronca grave en casa me puedo quedar en la suya». También hay profesores que lo saben aunque con el orientador del centro de momento no ha hablado porque «fui para otro tema y enseguida llamó a mis padres, no me fío».

Este año, con otros alumnos, ha organizado charlas y actividades con motiva del Día Internacional contra la homofobia. «Nos animó el profesor de Filosofía a raíz de un trabajo que propusimos sobre la heteronormalidad», explica. Unas charlas en las que han comprobado que sobre todo entre los chicos, cuando al preguntar si alguien tenía dudas sobre su orientación sexual «si alguno levantaba la mano se reían de él y me da coraje porque así no van a salir del armario». Quieren crear un grupo «aunque sea para juntarnos en el recreo sólo para hablar y desahogarse porque a veces se agradece contar tus problemas y que no te juzguen».