Las elecciones que cambiaron España para que Andalucía siguiera igual

El 22 de marzo de hace justo un año, el PSOE de Susana Díaz frenó en seco a Podemos y evitó con nueve meses de antelación el ‘sorpasso’ que Pablo Iglesias había previsto para las generales

20 mar 2016 / 20:32 h - Actualizado: 21 mar 2016 / 09:30 h.
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Las elecciones andaluzas del 22 de marzo de 2015 cambiaron el destino político de España para que en Andalucía todo siguiera (más o menos) igual. Mañana se cumple un año de aquellos comicios que, en un año cargado de citas electorales, la presidenta Susana Díaz se arriesgó a colocar por delante de las municipales, las autonómicas en otras comunidades y las generales. Sin sobresaltos políticos, las andaluzas debían haberse celebrado este mes, pero Díaz regresó de las navidades de 2015 con un relato sobre la hostilidad de IU, su socio de Gobierno durante tres años, y así justificó la ruptura del pacto y el adelanto electoral. Todos los líderes nacionales aguardaban temerosos el momento de encararse en las urnas a aquel ciclón llamado Podemos, y Díaz decidió acabar con la incertidumbre.

Aquel movimiento estratégico desordenó las piezas del ajedrez de todos sus adversarios, y también de su líder en el PSOE, Pedro Sánchez. Desde entonces los pasos acelerados y calculadísimos de Díaz se han interpretado en toda España como un intento por legitimarse en las urnas andaluzas, dar el salto a Madrid, desbancar a Sánchez del timón del partido y sustituirle como candidato a la presidencia del Gobierno. Aún hoy estamos a medio camino de esa hoja de ruta. Las elecciones andaluzas de hace un año cambiaron el destino político de España porque todas las encuestas publicadas hasta entonces venían vaticinando el sorpasso de Podemos al PSOE. Pablo Iglesias era el político más valorado, contaba con la simpatía de la calle y el músculo de los indignados del 15M, y contaba con la curiosidad de la prensa más progresista, hambrienta por presenciar un histórico cambio de ciclo en la política española. Sus adversarios aún andaban desnortados sin saber cómo enfrentarse a tanta telegenia, con un nuevo lenguaje y una cultura política nueva. Y la sociedad estaba más tensionada que nunca. Ese es el ambiente que se respiraba hace un año, y en el que el partido violeta llenó los pulmones.

Todos los sondeos situaban a Podemos como segunda fuerza en votos, por detrás del PP, y alguna encuesta de impacto lo colocó por delante, virtual vencedor de las elecciones. «Iglesias quería llegar virgen a las generales, pasar las municipales y autonómicas con sigilo, y si lo hubiera logrado, quizá no estaríamos ahora aquí», admite un miembro del Gobierno andaluz.

La noche electoral del 22M, en el Palacio de Congresos de Sevilla, la multitud de militantes socialistas coreó la salida victoriosa de Susana Díaz al grito de «¡sí se puede, sí se puede!». Había sido el lema de Podemos en mítines y manifestaciones, hasta que el PSOE-A se lo arrebató. La victoria del 22M fue frenar al partido que, sin definirse de izquierdas o de derechas, venía lanzado como un torpedo directo a la línea de flotación del PSOE. A día de hoy los socialistas de Díaz siguen diciendo que aquel día ellos impidieron el sorpasso de Podemos, previsto para nueve meses después, en las generales del pasado diciembre. No llegó a consumarse: el partido violeta se quedó a 300.000 votos del PSOE de Sánchez.

El 22M alteró lo que vaticinaban las encuestas, cambió el destino de España para que en Andalucía todo siguiera igual. Díaz recuperó para los socialistas la hegemonía del partido más votado, con los mismos diputados que en los comicios de tres años atrás (47) pero con 122.767 votos menos, pese a que la participación fue tres puntos superior (63,92 por ciento). El PSOE-A, con el 35,4 por ciento del escrutinio, obtuvo el peor resultado de su historia, pero siguió gobernando tras 33 años ininterrumpidos en el poder. «Hay pocos antecedentes en Europa de un partido que revalide su mayoría después de 33 años gobernando», dijo aquella noche.

Díaz tuvo enfrente a cuatro rivales que, como ella, se estrenaron en el cartel electoral: Juan Manuel Moreno, líder del PP-A, que vio cómo su partido pasaba de 50 a 33 diputados; Teresa Rodríguez, la ascendente figura andaluza de Podemos, que irrumpió con 15 escaños, por debajo de sus expectativas. Todo fue tan rápido y repentino que Rodríguez fue candidata antes incluso de ser nombrada secretaria general de Podemos en Andalucía; Juan Marín, el desconocido aspirante de Ciudadanos, tutelado y arropado por la estrella del partido naranja, Albert Rivera. Fueron la sorpresa del 22M, estrenándose con nueve diputados, y 80 días después volvieron a ser la sorpresa, al apoyar la investidura de Díaz y firmar un pacto de gobierno. IU fue la gran derrotada. La formación de Antonio Maíllo sufrió el éxodo de votantes que se pasaron a Podemos. IU dejó el gobierno para ocupar el último rincón del Parlamento, de 12 a 5 diputados.

Un año después de aquellos comicios, Díaz goza de un gobierno estable gracias al apoyo sin fisuras de C’s. El PP se desdibuja en la oposición ante el pulso más feroz y crítico que Podemos mantiene con el PSOE. Ha perdido el efecto sorpresa, es el partido que más condiciona al Gobierno pero no logra deshacerse de ese aire propagandista y mitinero que recuerda a la IU de los 90. A ratos vuelven a parecer novísimos, y otras veces tropiezan en arcaísmos de la izquierda más ortodoxa. Ese cisma irresoluble entre las dos fuerzas que rivalizan por representar a la izquierda es lo que hace que muchos sólo vean como salida la repetición de las elecciones el 26 de junio.